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La dura lucha del académico invidente por sentir luz en su vida

El término 'capacidades especiales' pareciera quedarle corto a Carlos Araya; superación personal es su sello. Ciego de nacimiento, ha sabido sobreponerse a todo: obtuvo la máxima calificación -un 7- en un reciente magíster de la UPLA.
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Guillermo Avila Nieves - La Estrella de Valparaíso

La mitología griega presenta al célebre Tiresias como el adivino ciego de la ciudad de Tebas que, en compensación por haber perdido su vista a manos de la diosa Hera, recibió de Zeus el don de la profecía.

A diferencia del común de los mortales, Carlos Araya Cerda, hoy de 26 años, presiente que el destino y Dios le tienen por delante una misión, quizás profética. Luce imponente en su 1.80 m. de estatura acorde con esa voz grave que retumba eco a la distancia. De pensar lúcido, hay estampa de profe.

Desde guagua, el horizonte le puso por delante una serie de obstáculos. Vallas que ha ido sorteando, a su manera. Antes de las 40 semanas de gestación, vio vida en su cálido Ovalle (localidad emplazada desierto arriba en la IV Región) para de inmediato entrar a una nebulosa: su retina fue afectada por una retinopatía (en medicina: cualquier enfermedad no inflamatoria que afecte a la retina; es decir, a la lámina de tejido sensible a la luz que está al interior del ojo).

La oscuridad activa la memoria visual, un aura que ayuda a recrear el perfil de los objetos... y el tacto se torna sensible. De hecho Carlos corrobora que solo posee imagen táctil o la impresión que dejan los objetos en las manos.

Pero, ¿qué perciben? Se ha dicho: lo que sienten con el bastón es lo más parecido a recorrer la superficie de una mesa con el dedo índice y ojos cerrados para un vidente.

Primeros pasos

Transcurrido los años, los recuerdos de su primera infancia son de protección y de linda compañía familiar. A los seis años, sale de su querido Ovalle, para instalarse en la costa papayera de La Serena.

Y entre las remembranzas, hay un lugar especial para sus abuelos y la madrina Carmina, quienes le brindaron un tierno cuidado, además de enseñarle las herramientas básicas de las buenas costumbres y debida socialización. Su aún abuela Oriela, le entregó la formación musical. Su abuelo Raúl -ya fallecido- lo llevaba a pasear. También aprendió de ellos el tocar las cosas y palpar a las personas.

En el intertanto, sus padres (Carlos Araya, del mismo nombre, y Claudia Cerda) trabajaban todo el día, mientras sus abuelos lo encaminaban al kínder. En La Serena se hizo con sus primeras armas en la vida -es un luchador, pero de paz- en la Escuela de Ciegos Louis Braille. Tenía a seis compañeros. Allí cursó hasta el primero básico.

También en ese período aprendió a usar el bastón, que le costó mucho, ya que además Carlos era temeroso. A esa edad aprendió a leer, no así a escribir. Sin embargo, su tesón pudo más: quería que le pasaran la máquina de escribir braille Perkins en relieve (para no videntes). También se las apañaba para devorar revistas especializadas para personas con capacidad especial.

Hasta que apareció su gran desafío: el quinto básico. En el colegio José Manuel Balmaceda, en Serena, ingresó a un curso con 45 alumnos "normales". Luego vino la rotación por varios establecimientos escolares hasta finalizar el cuarto medio en el Liceo de Hombres Gregorio Cordovés, el colegio, a su juicio, que le brindó mayor acogida y un selecto grupo de yuntas como Fabián Sandoval (que hoy estudia kinesiología) y Adolfo Miranda (profesor de música y también con discapacidad visual). Pese a todos los impedimentos, Carlos, se las ingenió con talento y garra para encumbrarse en el cuadro de honor con un promedio final de 6.2. Tercer lugar en las aulas y luego una buena PSU.

En retrospectiva, reconoce que durante su etapa escolar se supo sobreponer al habitual bullying, que por cierto, él prefería tomar para la talla, aunque con un pero acorde a su fuerte carácter: no toleraba las injusticias y ofensas.

Camino al andar

Ya en la universidad, una vez más lo sedujeron los estudios, a diferencia de las parejas o pololas, que asegura no haber tenido, hasta hoy. Allí la pedagogía en Castellano y Filosofía lo abrazó hasta titularse con el grado de Licenciado en Educación en la Universidad de La Serena.

Pese a todo lo excelente que pueda sonar eso, en ese lapso, y durante los cinco años que le tomó sacar la carrera, sufrió un infierno. "Fueron de lo peor. La pasé muy mal, sólo tuve ayuda de algunos profesores como Herman Carvajal con quien hoy trabajo y que en mi última etapa de universidad me ayudó a acceder a toda la información", recuerda con la voz entrecortada.

En esa universidad, asegura, vivió "mucha discriminación". Y tratos vejatorios. "La profesora que guió mi práctica en reiteradas ocasiones me propició insultos por mi condición". La pesadilla académica incluso se extendió con sus compañeros de Pre-grado, con quienes no logró cimentar ninguna amistad. Sencillamente, cuenta, no lo pescaban. Estaba solo. A pesar de eso, se sobrepuso a fantasmas propios y ajenos: pasó todos los ramos, sin problemas. Y no es todo: fue el primero de su clase, con un promedio 6.5. "Siempre me gustaron las humanidades y el castellano".

Al salir de la universidad, a los 22 años, comenzó el peregrinaje laboral. Para sus adentros, siempre supo que seguiría estudios en algún magíster. Y preparación tenía. Su biblioteca personal en su casa de La Serena resulta impresionante: posee tres habitaciones repletas de libros, con más de mil 500 tomos, donde destacan la literatura española y la lingüística. Todo ordenado y clasificado por sistema braille.

Al tiempo, supo en carne propia de la incertidumbre laboral. Sólo fe.

Según ENDISC, en nuestro país, 1 de cada 3 personas con discapacidad (mayor de 15 años), realiza trabajo remunerado. En la V Región la situación aparece aún más pesimista: 1 de cada 4 personas con discapacidad (sobre los 15 años), realiza trabajo pagado. Y Carlos lo evidenció.

Pasó el tiempo, hasta que el actual alcalde serenense, Roberto Jacob, ayudó. Lo ubicaron en un colegio de básica y media. Sin embargo, en 2013, a los tres meses, la directora le pidió la renuncia. Eso sí, reconoce que él es exigente como académico, pero que sus pupilos le agradecían. "Sufrí un acto de discriminación". Esta situación lo enfermó (dolores estomacales y nauseas). Bajón, y a levantarse.

Hombre siete

Así, el bichito del magíster le picaba fuerte. Seco, se lanzó a un nuevo desafío: Valparaíso, 2014. Ese año ingresó a la Universidad de Playa Ancha de las Ciencias de la Educación, UPLA. Su mérito: aprobar con la máxima distinción el examen de defensa de tesis en Literatura con mención en Literatura Española. En aulas porteñas sintió un excelente trato y la muy buena camaradería.

Su tesis fue orientada por el docente guía Andrés Cáceres, quien destaca lo sobresaliente del lenguaje y conocimiento teórico demostrados por Araya. "Nos sorprendió a todos. Uno nota cuando los jóvenes elaboran una idea con conocimiento de causa, citando con lenguaje académico y con una relación lógica muy buena". En la misma línea, el profesor informante Eddie Morales ahonda sobre la tesis de Carlos: "Es un aporte significativo a las lecturas canónicas del texto barojiano".

En total, fueron dos años de concentración y estudios para rotular el tema "Camino de perfección de Pío Baroja: ejemplo de análisis desde la Estética de la Recepción", una línea investigativa representada en el modernismo. A Araya siempre lo ha inspirado la literatura. Y, por sobre todo, la llamada Generación Española del 98', con escritores de la talla de Miguel de Unamuno, quien con su experiencia del dolor, le inspiró confianza y el salir adelante. Y la etapa intimista de Antonio Machado, que caló hondo en su conciencia. Se considera rupturista, como los poetas, "rompo moldes".

Además, hubo sacrificios: viajaba a Valparaíso en la noche del viernes, y se devolvía la noche del sábado a La Serena. "¡Estaba 30 horas en pie!". Alojaba en Quilpué, en la casa de su tía Mónica Araya, quien lo transportaba a todas partes. A veces, no dormía porque era mucho el esfuerzo y los viajes en bus.

Como en la biblia, cree a ciegas que la fe mueve montañas. "Soy una persona activa, también en el iglesia Católica", mientras suspira, ahora al otro lado de la línea desde La Serena, emite reflexión: "Si uno vive sin fe, no viviría".

Tiene un anhelo: dejar huella a través de su escritura. Apuesta por un proyecto de asociamiento que él mismo creó en el colegio CEIA Ester Villarreal. Su interés actual es encontrar colocación en la educación superior, pero las puertas se le cierran en la cara.

Carlos Araya cuenta que le encanta tocar la guitarra y cantar. Escucha folklor criollo y che. Pero nadie le evoca armonía como su ídolo musical favorito, José Luis Perales. Como si el destino y las profecías se hubiesen puesto de acuerdo con él, pudo compartir el sueño con su ídolo en Olmué. "Sus canciones me han acompañado a lo largo de mi vida. Y él, como yo, se emocionó".

Sistema Braille y la inclusión

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Louis Braille (1809-1852) fue un profesor francés ciego, famoso porque inventó el sistema de lectura para invidentes que lleva su apellido. El "lenguaje" consta de 63 caracteres formados de uno a seis puntos adaptados a la notación musical, lo cual facilita su comprensión y, al ser impresos en relieve, permiten la lectura mediante el tacto. Carlos Araya considera que el tema de la inclusión en Chile, simplemente, no existe. "No están las condiciones dadas, falta muchísimo para que exista una política inclusiva de verdad como en los países desarrollados. Aquí nos pasan a llevar a cada momento", dice lapidario el profesor serenense.