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Vicente Caucau: el último aullido del 'niño lobo'

La obra 'Kau Kau, el niño lobo chileno' da que hablar en la zona con montaje multimedia para la familia. También la excusa para indagar en la historia de quien la inspiró.
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Guillermo Ávila N. - La EStrella de Valparaíso

Campiche (V Región). 30 Octubre 2010. 14:29. Han pasado largos minutos. El silencio despierta sospecha. En eso, una patada sacude la puerta del pequeño baño rural al interior de una casona tipo villa de más de 200 mt2. Sobre la tasa, inclinado hacia su derecha y con la cabeza recostada al pecho, las palpitaciones se esfuman al débil ritmo cardiaco. "¡Llamen a la ambulancia!". "¡Se nos va!".

A sus 74 años, el mito viviente -que jamás dejó de ser niño-, esa tarde, no alcanzaría a ver la noche… para un último aullido. Pero dicen que sólo basta observar las estrellas alineadas y, con ellas, la luz de luna para que su recuerdo guarde un eco eterno.

Mi nombre es leyenda

Si hay un lugar con una carga mística, ese es Horcón (cercana a Campiche). Y allí, precisamente, existe una caleta que supo de peculiares nados a lo perrito, puchos, bebidas y escenas de profunda ternura en torno a un carismático sujeto que eclipsaba los saludos de todos a punta de gestos. Esa ensenada llamada Caucau, evoca, por nombre, una historia real a la altura de un cuento sacado del universo Macondo.

Hablamos de un hecho que hoy es motivo de leyenda bajo la figura de un personaje que centró el foco local e internacional al ser el tercer caso registrado en el mundo de niños descubiertos en estado salvaje: Vicente Caucau, conocido como el "niño lobo", en realidad fue un sobreviviente del abandono.

28 de septiembre 2016. "Vengo de dejarle flores", se escucha al otro lado de la línea. Horas después, ya en terreno, la última persona que estuvo en vida en el suspiro final del hombre lobo en aquel baño, habla a La Estrella. Marco Caballería, a quien acompañamos al camposanto, se antepone a las flores que reposan al lado de una fotografía en la lápida de Vicente. Aquí, su historia.

Alrededor, resplandecientes copas de árboles, palmeras y un entorno natural propio -a sus anchas- de quien yace en La Paz, cementerio de Puchuncaví. "Era gordito, con cara de mono... a lo chita. De viejo, un cabro chico más. Para nosotros fue un hijo", rememora Caballería, cuyo apellido guarda línea genealógica única en Chile. Y agrega: "Estuvo acá 20 años. Repartía el pan amasado de nuestro almacén. A mi esposa le decía mamá Irma". Y un dato: "Siempre se quedaba pegado mirando hacia las copas de los árboles…".

Choque cultural

Pero ¿quién fue este personaje? Rebobinemos. 10 de agosto de 1948. Retén de Río Pescado, comuna de Puerto Varas. Vecinos no dan crédito: si en esa época hubiese existido el 'chupacabras', a él los dardos. Se trataba de "algo" en pos de mascotas. Hurtaba por hambre. Había temor.

Bajo la lupa, como un pequeño Tarzán hecho a la medida indomable, este "algo", allá en los fríos bosques del sur, supo sobreponerse a la brava en tierra de pumas… agazapado con sus garras listas y abrigado gracias al espeso pelaje. Allí, en la tupida selva, desarrolló su extraordinario olfato que le permitía oler carne a kilómetros. También perfeccionar la visión y avanzar sigilosamente sobre sus presas en cuatro patas. De miedo.

Aquel intimidante "algo" velludo y de postura cuadrúpeda, correspondía en realidad a un niño de diez años. Un cabo de apellido Fuentealba dio con su captura, no sin antes recibir rasguños. Una vez en la comisaría de Puerto Varas, la presencia enjaulada fue objeto de circo. Y burlas.

De allí, el "niño lobo", como se le conocía, paró a la cárcel, hospitales, el escupo a los porotos -su primer bocado no carroñero- y la adaptación a costumbres propias de sociabilización, con la caída de vello incluido. Todo ante la inquisitiva mirada general. Incluso fue portada nacional de la revista VEA.

En 1953, Julio Contreras, corresponsal del diario El Llanquihue, dio con el paradero de su familia biológica en un perdido poblado: Las Cascadas.

Abandonado por sus padres, el adolescente -ya de quince primaveras- musitaba pocas palabras, entre esas "Caucau"… que correspondía al apellido de su progenitor, Antolín Caucau Nempo, quien estaba emparejado con una lola de 19 años. No la madre real del "niño lobo", llamada Sara Barría, que padecía alcoholismo.

Aquel periodista supo detalles de primera fuente: el chico se llamaba José Mercedes Caucau Barría. Nació un 6 de octubre. Su padre, Antolín, creía que se había perdido en el bosque. Que tal vez se lo habían comido los animales. Un paréntesis. De vuelta con don Marco Caballería, constatamos la última cédula de Vicente Caucau emitida el 16 de octubre de 2007: en verdad, nació un 15 de agosto de 1938.

Retomando la historia, con el tiempo Caucau vino a saber del calor humano lejos del sur, dos medios hermanos y la familia. Primero en Santiago, en cuyo hospicio, donde pensaban que sufría oligofrenia, cuando en realidad tenía cierto retraso mental, fue rebautizado como Vicente (Enrique de la Purísima). Luego, otro periplo, más al norte: Villa Alemana.

En la "ciudad de los molinos de viento" Berta Riquelme lo adoptaría. La vida de Caucau tuvo un giro feliz. Supo de cariños, aprendizajes, interacción con el mundo (objeto de estudio) y hasta aparición en el Congreso (1954).

En las fauces del lobo

Cristián Vila Riquelme es escritor. Su pluma no sólo publicó "Crónicas del niño lobo" (Editorial Lom, 1998), sino que creció -como sobrino de doña Berta- junto a las vivencias in situ de Vicente. "Yo era una guagua", desliza de cuando Caucau lo mecía en sus propios brazos bajo el parrón de la casa de piedra en su Villa Alemana natal de calle Almirante Neff. "Vicente siempre se las ha podido solo donde le toque estar", confidenció Vila en revista Extramuros.

La conexión con Horcón se produce a raíz de que la familia de la señora Berta allí poseía una casa de veraneo. Sin embargo, cuando Caucau tenía 25 años, sufrió el episodio más triste de su vida: la muerte de doña Berta. Tanto, que iba todas las tardes a regar las flores al cementerio en memoria de su madre adoptiva.

Tras dicho fallecimiento, el doctor Gustavo Vila (padre del escritor) decidió llevarse a Vicente con ellos, a su casa en Santiago. De eso hasta mediados de los años ochenta.

Un buen día, Caucau -de naturaleza temperamental- agarró maletas rumbo a su entrañable Horcón. En ese lugar, conocería más a fondo -se ubicaban- al matrimonio Caballería Rodríguez, quienes tenían un negocio llamado Santa Elena en la caleta. Hubo empatía. Abrazo. Infinitos abrazos.

Juan Carlos Astuya, editor de nuestro medio, tuvo un encuentro con Caucau. Allí, en Horcón, a través de gesticulaciones y escueto diálogo, logró entrevistarlo: "Era un personaje. Costaba entenderle. A los pescadores les ayudaba en sus faenas".

Una vez trasladados todos juntos al poblado rural de Campiche, en Puchuncaví, Caucau fue uno más del clan familiar. "Le enseñamos un poco a escribir. Aprendió a ir a depositar al banco, en Ventana", apela a la memoria Marco Caballería. Ahora nos encontramos en la residencia donde falleció Caucau. Al lado, Irma, su mujer, que termina de preparar calientitos queques a repartir, complementa: "El sólo necesitaba amor y comprensión. Le guardo un gran cariño".

Allí está la habitación donde Vicente dormía. Donde trataba de hacer trazos para comunicarse. Donde devoraba el pan, fumaba como chimenea y se probaba ropa, porque eso le encantaba. Y también se taimaba. A veces sus gritos eran como de cabro chico -"que siempre lo fue", nos corroboran-, pero al final lo cariñoso en él se imponía. "Nunca hicimos nada por interés. Todo se dio natural", afirma don Marco.

A lo que se refiere, es a la polémica que suscitaron dos programas de Contacto de Canal 13 (en 1993 y 2000) donde se exponía la vida del "niño lobo". Eso trajo roces, pugna y una frenética búsqueda del medio hermano de Caucau para llevárselo de retorno al sur. Al final, Horcón, Campiche y Caballería-Rodríguez, inclinaron el gallito del tira y afloja.

Ya lo cantaba la banda The Youngbloods: "No somos más que la luz del sol, desapareciendo en la hierba". Así, ya afuera del cementerio de Puchuncaví, de aquel "niño lobo" de las selvas australes, queda la magia de haber trascendido más allá del mito. Y a quienes lo conocieron, como un lobo hambriento al "auu", les robó el corazón.

Para el escritor Cristián Vila, hoy desde La Serena, sólo cabe una reflexión (que ratificó en una revista): "¿Habrían ustedes sobrevivido siquiera dos días en medio de pumas, insectos ponzoñosos, hambre, nostalgia, selva cerrada, frío, lluvia, viento y, sobre todo, soledad?".

"Kau Kau", la obra interactiva

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Cynthia Conrads es directora de Lumífera Producciones. Jugada por el arte y la fibra humana, añade: "Aquí hay narración oral, en vivo, animada y con tecnología digital". Todo partió de una lectura de ella al tema en The Clinic. Luego vino la fase de investigación documental en Villa Alemana y Puchuncaví. Alejandro Da Silva, técnico creativo, indagó en el lado más humano de Caucau. Para la cuenta cuentos, Denis Abarca, lo interesante es "sobrevivir a las adversidades". Shantal Andrada apela a que su público, por la propuesta, sea activo, "interactúan con la obra". Cynthia Conrads, corrobora: "Integramos el Resolume, un software de Vj y mapping para operar en vivo visuales más elaboradas e ir dialogando con las ilustraciones que realizamos en el escenario". De hecho, la música y los efectos de sonido serán un coro de sensaciones para que el espectador viva más intensamente las aventuras de Caucau.