Secciones

Lo que se gana y lo que se sufre siendo artista en el Metro Valpo

Cada día, el servicio que ha sufrido diversas fallas, se llena de músicos y comerciantes. Algunos muy buenos, otros no tanto. ¿Será que se gana buena plata haciendo esto? en este vivencial intentamos averiguar cómo son las cosas.
E-mail Compartir

Cinthia Matus O.

Estoy temblando. La gente me observa y ni siquiera me atrevo a ponerme la correa de la guitarra. Son las 11.30 de la mañana y el Metro que se dirige hacia el Puerto va medianamente lleno. Es una unidad simple y tuve que esperar los tediosos 12 minutos de su intervalo para abordarlo en la estación Sargento Aldea.

"¿Canto altiro o primero me presento?", me pregunto nerviosa. El universitario que va de pie, frente a mí, me sonríe cómplice. Percibe que es mi primera vez y me ayuda a relajarme con sus miradas.

"Ya, voy a cantar no más", resuelvo y me acomodo la guitarra.

Para entonces, ya he pasado la estación Villa Alemana y se han subido más pasajeros. Mi objetivo, como lo han hecho otros artistas que he visto, es entonar dos canciones y bajarme en Quilpué. "¿Me darán plata?", me vuelvo a preguntar insegura. Ya, que más da. A lo que vine.

Coloco el cejillo en el segundo traste y con un Em, seguido de un G, D y A, parto la introducción de "Vivamos el momento" del trío argentino Airbag. La guitarra, electroacústica, suena bonita. ¿La voz? no lo sé.

"La luna en la gran ciudad y la adrenalina corre, será que estoy alegre y no tengo pretensiones", canto con actitud trepidante.

"Y vos me das lo que hace falta... y vos me das lo que haga falta", continúo.

El vaivén del Metro hace que pierda el equilibrio y los "torpedos" que me pegué en el aro de la guitarra (post it con los acordes por si la memoria me fallaba) se me mueven para todas partes. Esto me desespera un poco porque los nervios no se han ido y temo enredarme.

"Adicta a la estimulación, perdí mi guerra santa...", canto con pasión y me equivoco de acorde. Como consecuencia, me pongo más nerviosa y me salto a la siguiente estrofa. Cuando termino, sólo se escucha el sonido del Metro y dudo si debo cantar otra canción. Sin embargo, lo hago, porque considero que pedir plata por un solo tema es muy poco.

Entonces cambio de estilo y toco una cumbia de Gilda. Para lamento de varios, no es tan conocida, pero pasa que tampoco tuve tanto tiempo para ensayar. Se llama "Corazón Valiente" y agarro confianza.

Aporte voluntario

Cuando termino de cantarla, sucede la parte complicada. Esa en la que uno tiene que hablar, contar por qué está cantando y si es que alguien quiere, o le parece, dar una cooperación monetaria. Tenía planeado decir lo típico, "bueno amigos, mi intención no era molestarlos, las canciones que interpreté son de tal y tal artista y se agradece cualquier aporte voluntario", pero absolutamente nerviosa, se me salió la verdad. "Hola a todos, quiero contarles la firme. Soy periodista y estoy acá para averiguar por mí misma cómo es ser un músico de Metro, cuánto se gana, qué tan complicado es... y bueno, estoy tiritando entera, es brígido, sé que canté mal... que tal vez hice el ridículo, pero no importa, las canciones que canté son de..."

Mientras hablaba pensaba que alguien me iba a pifear, pero al contrario, al término de mis palabras todos se rieron y me dieron plata. Muchas monedas de $100. Pero recolectarlas fue una odisea porque todo el vagón se movía y me tambaleaba hacia los lados, pidiendo perdón y permiso a cada paso.

A estas alturas ya iba llegando a la estación Quilpué, cuando de pronto una joven se me acerca para hablarme. "Disculpa, ¿te puedo decir algo?", me dice. "Claro, dale", le respondo. "Sabes, encuentro que cantar en el Metro no es hacer el ridículo, o sea, mucha gente se gana la vida así, entonces no digas más eso", me desplaza. "Sí, lo sé, no era mi intención decir algo así, pero estaba nerviosa, nunca había cantado aquí, disculpa si te molestó", le contesto un poco temerosa. "Está bien, pero ya sabes, aparte me gustó lo que hiciste", agregó y me bajé.

Ya en la estación intento relajarme. También que las manos no me tiemblen tanto y que la voz suene más potente. Es importante porque el tramo para llegar al siguiente destino, El Salto, es largo.

Fuerte competencia

Cuando me subo al Metro que viene, me encuentro con que hay otros músicos preparándose para tocar sus instrumentos. Me saludan y yo me hago a un lado, respetando que ellos estaban primero. Luego me voy para el otro extremo del vagón, a tomar agua. Al final los músicos tocan casi todo el tramo y yo opto por bajarme en El Salto. Desde allí me doy la vuelta para abordar el servicio que va hacia Limache y la cosa se complica porque aparte de que va mucha más gente, me encuentro con que hay más artistas queriendo mostrar lo que hacen. Es fuerte la competencia, pero aún así hay códigos: no se puede tocar ni cantar si es que otro se subió antes que uno. Yo, como principiante, respeto la regla sagradamente.

Sin embargo, los músicos se empiezan a mover para los otros vagones y queda la oportunidad para mí. Así, ya más audaz, me acomodo la guitarra y canto el tema de Gilda. Tengo otros más en mente, pero prefiero no arriesgarme y seguir usando los que tengo en el post it. La gente me recibe bien y hasta me siguen el ritmo con el pie. Ya perdí el miedo y como que me está gustando. Tanto así, que me arriesgo -como las estrellas consolidadas- a presentar una de mis composiciones como si fuera la canción de un disco nuevo entre los hits conocidos. Se produce un silencio... obviamente porque a nadie le suena familiar y están prestándole atención a la letra. La reciben bien, prueba de ello son las monedas que recibo al final después de mi seudo discurso y en el cual agregué: "La segunda canción se llama 'Se fue en bus' y la compuse cuando tenía unos 20 años aproximadamente. Se la escribí a un lolito que... bueno, mejor no hablar de ciertas cosas". El público se rió y hasta me regaló aplausos. Creo que esto es lo máximo que un músico puede lograr en el Metro, además de que una multitud coree las canciones de uno.

Me bajo en Quilpué y hago lo mismo que hacen otros músicos: cruzar a la dirección de al frente para seguir a El Salto y de ahí a Valparaíso. Durante el trayecto me encuentro con comerciantes que reconocen que soy "nueva" y me ayudan. Me dicen dónde ubicarme (siempre al medio del vagón) y animan a la gente. Hasta me obsequian un chocolate.

En este vagón, me encuentro con una flautista que está acompañada de unos niños. "Voy a tocar yo, así que vas a tener que ir al otro carro. Igual está desocupado, no hay nadie allá", me dice de una. Yo le digo que sí, pero espero un poco para ver qué va a tocar. La escucho por un momento y circulo.

No obstante, tampoco puedo cantar porque hay un joven sentado en el suelo, tocando música oriental. Los pasajeros vienen en modo zen. Espero la siguiente estación, me bajo y abordo el Metro que sigue.

Un conocido

Canto por tercera vez y la confianza que tengo ya se nota. Lo siento en mi voz, en mis piernas más firmes y en los acordes de la guitarra. Las melodías ya suenan precisas, hasta que... ¡me encuentro con un conocido!

Hasta el momento había zafado, porque ciertamente me ponía nerviosa pensar en que me podía encontrar con alguien que me conociera y pasó. Interrumpí la canción diciéndole "hola", pero no dejé mi presentación hasta ahí. Seguí, caminé por el pasillo (venía más desocupado) y hasta largué un grito rockero. Ya era otra artista más del Metro.

Me aplaudieron de nuevo y me dieron monedas, muchas más y guardé la guitarra. Más tarde, en estación Puerto, conté la plata: $3.200 divididos en monedas de $100, $50 y $10. Bastante bueno, considerando que ya eran las 13.00 horas y sólo había podido cantar tres veces. Ahora respecto a si voy a seguir haciéndolo... lo dudo. Para ser músico, uno de los buenos, hay que tener talento, buen repertorio y personalidad. Igual, por lo que me dijo uno de los comerciantes, hay artistas que se hacen hasta $30 mil diarios yendo de allá para acá en un día y no es malo. Todo trabajo dignifica.