Alberto Montt, el ilustrador que vino de la selva
Sus viñetas han dado la vuelta al mundo. Al igual que aquellas ácidas historias al dibujo (web, libros y revistas) traducidas a más de 30 lenguas. Con ustedes, un crack criollo de los trazos que incluso hace stand up en vivo.
Guillermo Ávila Nieves - La Estrella de Valparaíso
Es una tarde tibia de primavera. Va y viene de la cafetería a una terraza localizada estratégicamente al aire libre en las alturas de avenida Padre Hurtado, en Viña del Mar, mientras dialoga con su presentadora que no le pierde pisada.
A primera vista, resulta un tipo cálido. Porta jeans y un polerón ad hoc con las zapatillas cuyo auspicio corre por la marca del felino (misma con que Usain Bolt pulveriza récord) y que ve en él, la marca, un gancho comercial.
Como contraparte, aquella espesa barba y gafas retro le dan aquel toque de actitud al semblante que, pese a todo, dista de sus 43 años, de los cuales dos décadas han estado dedicados de lleno a lo que más lo mueve: el dibujo.
Alberto Montt no responde. Alberto Montt pregunta. Tal vez para evitar que le consulten sobre lo mismo de siempre, él, como artista que es, prefiere tomar la delantera, como cuando se inspira en sus ya célebres bocetos y que en tan sólo media hora despacha, sea para el ciberespacio o algún impreso. Una marca registrada.
Porque lo que más ama en la vida, además de su hija de cinco años llamada Laura, son sus ilustraciones. Y que no son cualquiera: por ejemplo, en su blog 'Dosis Diarias (Si estoy de humor)' solo basta con que suba una ilustración, y ésta es capaz de recibir… ¡tres millones de visitas! Y eso, ¡en sólo un día!
Ajeno al éxito, Alberto se detiene un momento. La naturaleza que envuelve al cerro donde está ubicada la Universidad Adolfo Ibáñez, lugar donde expondrá una charla magistral, invita a la pausa.
La misma que en vivo plasma al papel y proyecta en pantalla -junto a su amigo y colega che Liniers (Ricardo Siri)- con aquellas canciones del cantautor argentino Kevin Johansen, en una atmósfera en que los tres talentos combinan arte, música y humor.
Inspiración al trazo
La panorámica desde aquí hacia Viña del Mar, sobrecoge. Y en esa onda, que va en sintonía con el silbar de las aves y las plantas que se mecen al viento, el capitalino reflexiona con La Estrella sobre el motivo de su visita: "Ser ilustrador es ser capaz de tener una idea y a través de un método, en este caso gráfico, lograr que más gente entienda esa idea", ahonda.
Para ello, Alberto se vale de utilizar cualquier medio visual con el fin de transmitir esa idea de una cabeza -la suya- a un grupo de cabezas. Transpira tinta al teclado. Y crea, con el apetito voraz de quien quiere comerse al mundo.
-Alberto, ¿qué significa el dibujo para ti?
-Es como un segundo idioma. ¡Todo!.
-¿Cómo es tu proceso de creación?
-Lo que hago es que imagino la temática a mi molde. Luego dibujo sobre el computador, coloreo en el PC y envío por el computador. No toco el papel. Por mi tipo de ilustración, me toma media hora.
-¿En qué consiste tu arte?
-Simple: yo no vendo dibujos. Vendo ideas. Me gusta generar un acompañamiento emocional.
-¿Algún libro donde tus ilustraciones te marcaron?
-"La Araucana" (Alonso de Ercilla). Es un libro histórico muy potente. La muerte de Caupolicán me hizo llorar. Allí yo no quise ilustrar lo obvio, como las emboscadas. Quise generar espacios visuales en blanco y negro con contrastes violentos. Contar una historia paralela, no ser literal… algo que en general aplico con todos mis proyectos o libros.
-¿Cómo ves la ilustración en Chile?
-Es como cargar papas. A veces te piden un proyecto en un mes… y hay que tenerlo listo, sí o sí. Al final en este negocio se da un pasando y pasando.
-¿De qué forma posicionas tu trabajo?
-Acá es difícil. Con suerte en una FILSA logro que me firmen, mientras en Perú firmo libros todo el día, igual en otras partes. En Chile con suerte vendes 3 mil libros. Es raro lo de acá. Pero hay satisfacción, aunque tenga que vender humo para poner mis libros en el mercado.
Llamado de la jungla
Todo en Alberto Montt partió desde lo primario. En la jungla misma. Tras llegar al mundo en la capital del centro de la Tierra, Quito, en Ecuador, a los meses y debido a que su madre (ecuatoriana) y padre (chileno) era agrónomo, el aventurero matrimonio junto a su retoño, partieron a un poblado llamado Tandapi.
Allí los esperó una calle de tierra junto a cuatro casas en medio de la selva subtropical húmeda cercada por un precipicio de 200 metros que daba a un río rodeado de bestias salvajes.
En ese entorno indómito, entre anacondas, jaguares y monos, cerca de Santo Domingo de "Los Colorados", una etnia indígena que los conquistadores españoles así denominaron debido a que tenían en el pelo una especie de casco rojo para protegerse de los mosquitos, creció, a lo Tarzán, Alberto. De hecho, esos indios son conocidos además por manejar la magia negra en la tierra del Guayas.
Al no disponer de electricidad, la diversión del ahora niño de seis años eran las revistas basadas en historietas. Así su padre -quizás para conservar la chilenidad- le conseguía en sus idas a la civilización 'Condorito', de Pepo. Pero también 'Mafalda', del ácido Quino. Y 'Kalimán', un superhéroe "mexicano", de quijada partida, ojos celestes y cabellera amarilla. Incluso la revista de la editorial Atalaya, la de los Testigos de Jehová, cayó en sus curiosas manos.
Aquel batido literario fue la fuente de inspiración de la que bebió Alberto Montt. Luego, vuelta a donde todo partió: la capital, cerca de la Escuela de Arte Quiteño. Allí predominaba una imaginería violenta, con santos martirizados y Cristos dolientes. Esas esculturas realistas lo marcaron. A tinta.
Para ese tiempo, se mudó a la casa patrimonial de su abuela materna que tenía 16 hijos. Hacinado en aquella morada, se topó con un espectro de parientes que bajo esas paredes vivían irradiados al incienso, esoterismo y la tradición propia de Atahualpa. Además les gustaba el rock anglo, con carátulas de Pink Floyd y una gráfica que le haría volar la cabeza a un Alberto en proceso creativo: "Wish you were here".
-¿Alguna otra inspiración en tu arte?
-"Goliath", de Tom Gauld, una novela gráfica increíble. También "Sueño azul", me gusta la ornamentación para ilustrar relatos. En Chile, a mi criterio, Francisco Javier Olea es el mejor ilustrador.
-¿Qué opinas del grafiti?
-Me encanta y el arte que se hace sobre el muro. Pero más en los años setenta cuando era un arte contestatario; no el ensuciar de hoy.
-¿Cómo ilustras?
-Soy mi propio maestro chasquilla. Yo uso tramas, siempre dibujé en líneas. Antes hacia la línea con lápiz y rellenaba con acuarela. Hoy trabajo con capas en Photoshop.
¿Fe en su arte?
Así la vida le empezó a dar sentido. Tanto, que se lanzó al trazo. Primero con dibujos plasmados en camisetas para turistas. Y un ecléctico debut al print: su armadillo abrazado al charango. Una gringa propietaria de un negocio donde supuestamente Alberto haría monedas, lo aterrizó a la realidad: no le gustó su idea, pero sí le regaló un libro, con el ánimo de potenciar aquella absurda viñeta de Alberto.
La ampolleta se le iluminó y con los años fue puliendo el pulso. Hoy sus ilustraciones son de culto. Y para todas partes: han salido en libros (¡La Constitución!), literatura infantil, afiches (incluso congresos), revistas, publicidad. Sus devotos se desvelan por él. Como la manga de seguidores que, ya de noche, han llegado hasta acá.
La bendición parece agasajarlo. Pero de fe, ni hablar. "Yo soy profundamente ateo pero, por cosas de la vida, he tenido suerte, y además me han tocado muchos pedidos religiosos. ¿Irónico, no?".
-Pero, ¿por qué en tu trabajo hay mucho de eso?
-El tema de Dios y el diablo en mis ilustraciones es una mezcla. En realidad, dibujo a nosotros mismos, por eso los uno: son parte de un todo".
-¿Cómo es tu vida, en el día a día?
-Es un infierno, hombre. Transito entre muchas aguas. Hay luchas.
Por eso, como una catarsis existencial, armó su blog Dosis Diarias. Allí sube juegos conceptuales, imágenes cargadas al humor donde se decodifican mensajes en modo hilarante. El escaparate para vomitar toda su creatividad, con viñetas traducidas a muchos idiomas, como la del hongo que dio la vuelta al mundo.
Para los entendidos que aquí se dan cita, hay magia en su propuesta visual, y como dice el cliché, una imagen vale más que mil palabras. "Todo esto que hago, al final, tiene real importancia para el otro. La ilustración tiene un sentido profundo, son parte de mi vida", afirma.
Son miles de ideas las que le fluyen en todo momento, a toda hora, incluso de madrugada. "Algunas geniales, otras pésimas", dice honesto, con un agregado: si esas ideas no las hubiese dibujado, se hubieran perdido. "No hay que perder información, porque nosotros somos lo que recordamos".
Por eso el ilustrador Montt, quien lleva más de quince años viviendo en Santiago como un chileno más -que lo es- junto a su esposa diseñadora, presenta proyectos que al final… terminan siendo esos recuerdos: lo que conserva y hay que rescatar.