Llegó el día: 800 mil peregrinos marchan hacia Lo Vásquez
Fieles se dirigen para agradecer a la Virgen de Lourdes por favores concedidos. Ayer falleció un devoto.
Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso
El sol ya pica fuerte. Tan fuerte como el ímpetu de un hombre de edad avanzada. "Virgencita, en tus manos dejo mi destino. Te ruego, ¡ayúdame!", aquella súplica lanzada al cielo en volumen 1 proviene de don Jaime Aránguiz, de Colina, Santiago. Su rostro rojizo del día delata sacrificio. El mismo que imprime al momento de balbucear palabras mientras su boca vuelve a besar el pavimento por el cual se arrastra desde hace kilómetros. Detrás le sigue una columna de 10 estoicas personas.
Es la entrada por la explanada de aquellos devotos que sienten que no todo está perdido en esta vida. Y que hay mucho que agradecer. De creer.
El credo reza que la fe mueve montañas. Según el cristal con que se mire, las cifras pueden representar mucho o poco. Pero que 800 mil fieles marianos en promedio se matriculen como quien saca una patente, cada año, y en un mismo 8 de diciembre, da pruebas de lo metódico -y pasional- que puede llegar a ser una creencia.
A horas del masivo evento religioso más destacado de Chile, por la Ruta 68, cortada para el tránsito vehicular desde las 17:00 de ayer, ya se desplaza una avalancha humana (a pie, bicicleta y de rodillas) en busca de un refugio, el Santuario de Nuestra Señora Purísima de Lo Vásquez, localizado en la comuna de Casablanca.
Una vez aquí en la iglesia, el aliciente es de campanadas: rendir visita a la santa patrona, la Inmaculada Concepción de la Virgen María. La misma de aspecto penitente y mártir; a la vez milagrosa y enjuta: apenas mide metro y medio y está encapsulada en un marco de vidrio junto a una decena de coloridos ramos de flores.
La previa religiosa
En ese rincón, el condimento a flor de piel: las osadas mandas. A eso vino Johana Tapia. Salió antenoche desde Santa Julia, en Viña -donde vive- junto a su guagua, Nael Jiménez. Ayer llegó durante la mañana para un favor concedido: su bebé de 1 año zafó del diagnóstico médico, Síndrome de Down. "Yo vine embarazada y a pie hasta acá hace 12 meses. Sólo le pedí a la virgencita que me trajera sanita a mi guagua". A su lado, el seminarista Andrés, de Valparaíso, refresca a la peque de fe con agua bendita. "Ellos se expresan. Los escucho y luego entrego la bendición", reafirma serio.
Una monja enfundada en unas cómodas zapatillas da vistazo a su celular. Al lado, un sujeto de mediana edad no despierta de la siesta al lado del confesonario. Nos ve y susurra: "Hay que ser de fe y descansar como Dios manda". Ya en una esquina, mientras un can reposa, la monjita se nos acerca. Es la hermana Ana, de las Hermanas del Huerto de Quillota. Elocuente, está a sus anchas. Que tiene 23 años sirviendo al Señor y que está acá para ayudar. "Es increíble. La presencia de toda esta gente te renueva la fe". Tanto, como para sorprenderse por una manda: "Hace un rato, un caballero se afeitó en los pies de la Virgen. Esto es muy potente", agrega exultante con crucifico en mano la hermana Ana.
De vuelta al exterior, el sol abraza. Al igual que la gente que comienza a atiborrar los puestos, algunos improvisados, comerciales. Chela Mendoza es de Arequipa. Junto a su socio peruano Enrique Flores, se las apañan para vender un buen stock de Virgen de 60, 40 y 30 centímetros a 20, 10 y 5 lucas alusivas a la artesanía religiosa. "Nos va bien. Hoy llegamos a montar". En la improvisada caja, Horacio Cofré, arribó en carretón a caballo desde Huechuraba. Aquí se lleva una virgen de 40 centímetros. "Es un regalo para la familia. Llegué a Lo Vásquez para que me la bendigan".
Entre la gente, se aprecia equipos de fiscalización de la Oficina Territorial de Valparaíso de la Seremi de Salud. Mariela Graciela Astudillo, su seremi, hace un alcance: "Decomisamos dos kilos de ceviche sin la autorización para preparar estos alimentos". Y precisamente el llamado de la autoridad de Salud es al autocuidado: usar protector solar, hidratarse adecuadamente y evitar exponerse al sol, como el que a esta hora comienza a dar paso a una tenue luna que se posa sobre el Santuario de la fe.