Secciones

Voluntarios y pobladores ponen el hombro en campamentos

Acompañamos a los jóvenes de Techo, provenientes de Valparaíso y Bío-Bío, en su tercer día de los trabajos de verano en el campamento Campanilla. Ante el abandono del Estado, su prioridad es construir una huella peatonal de 210 mts.
E-mail Compartir

Sebastián Mejías Oyaneder - La Estrella de Valparaíso

Mientras los primeros rayos de sol ennegrecen lentamente la piel de hombres y mujeres, el campamento Campanilla, de cerro Alegre alto, es iluminado por el trabajo de su gente y por la presencia de unas especiales visitas. A eso de las 7 de la mañana se da inicio a una nueva jornada de trabajo, en la que vecinos del sector, en conjunto con los voluntarios de Techo-Chile, construyen su camino hacia el bienestar, enmarcados en los trabajos de verano de la organización. "Nuestra prioridad en este momento es construir una huella peatonal y así superar los barriales que deja el crudo invierno", cuenta el pastor de la pequeña iglesia que hay en el campamento, Germán Gárate.

Son más de 250 jóvenes, algunos de nuestra región y otros provenientes del Bío-Bío, quienes durante 10 días dedican sus esfuerzos en seis campamentos de la zona. En el caso de Campanilla, la meta es construir la huella. Y la labor no discrimina a nadie. Algunos de ellos echan sus raíces en los sectores más acomodados del país y otros, en cambio, son hijos de familias humildes. Entre todos comparten el horizonte de los derechos sociales. Si incluso en sus poleras se encuentra grabado el mensaje "Juntos construyamos igualdad latinoamericana". Hoy día, y sin distinción de clase social, colaboran organizadamente en cuadrillas, con el fin de distribuir sus energías de manera eficiente.

Y la necesidad lo amerita. Como si fueran los obreros más experimentados despejan, con chuzo y pala en mano, la tierra que en los inviernos se hace barro, dificultando el libre tránsito de los vecinos hacia sus trabajos o el colegio de sus hijos, quienes muchas veces deben faltar. "No porque no queramos, sino porque simplemente se hace imposible", comenta Aida Jara, mientras ayuda a preparar el almuerzo de los voluntarios.

La huella cubrirá un total de 210 metros, de un camino que es mucho más largo que eso. Sin embargo, los vecinos están agradecidos. La gran mayoría colabora en lo que pueda con este proyecto, cuyo costo es de 1 millón y medio de pesos. Cifra que hubiese sido inalcanzable sin el apoyo constante de la gente que, con completadas, platos únicos y bingos, lo consiguió.

Contra el cansancio

Cuando el reloj marca las 12 en punto y el agotamiento se hace con las energías de los voluntarios, se ven los primeros "caídos", descansando plácidamente en el suelo.

"Deberíamos estar como ellos", comenta un joven, apuntando hacia una manada de perros que yace en el suelo y recibe comida, tal como si fueran dioses, haciendo de cada segundo de su vida un placer.

Justo en ese momento Bernardo Álvarez, esposo de la dirigenta del campamento, aparece entre las cuadrillas repartiendo jugo a los sedientos voluntarios. Con la talla a flor de labio y una espontaneidad que relaja a cualquiera que conversa con él, ese pequeño acto de Álvarez es como una suerte de regalo caído del cielo para todos, un momento de dispersión ante el arduo trabajo.

Más tarde y en privado me cuenta que su señora, Estela Benavides, anda en el funeral de una tía, en el norte. Mientras ella no está, Álvarez se queda a cargo de la casa y de un pequeño kiosco administrado por su familia. Mientras un cliente lo espera, me quedo a cargo de repartir el jugo entre los jóvenes.

De otros países

Estaba en eso, cuando me encuentro con varios extranjeros que llegaron desde países tan distintos y lejanos como, Francia, Portugal y Brasil. Todos profesionales del área de la construcción y la arquitectura, con interés en hacer un aporte social.

Una de ellas es Luiza Salomé, brasileña de 25 años que llegó a Valparaíso desde Bello Horizonte, el mismo día en que se iniciaron los Trabajos de Verano.

A pesar de que ésta es su primera vez en nuestro país, se desenvuelve muy bien cuando habla de la realidad de los campamentos. Y como el portugués no es complicado de entender, pongo atención.

"Me he dado cuenta de que en Chile, así como en mi país, hay una realidad que no se presenta a los turistas: ésta. La realidad de gente de esfuerzo y de trabajo que vive en campamentos. Por eso creo que los arquitectos debemos preocuparnos de trabajar para la gente y no para las grandes empresas", dice.

La iglesia en acción

Cuenta el pastor de la comunidad, Germán Gárate, que la vida en Campanilla, como en tantos otros lugares de ese Chile olvidado, no es sencilla, si por años han sido despojados de sus derechos más básicos. Asegura que en todo este tiempo nadie los ha visitado, a excepción de los voluntarios de Techo-Chile, invitados que se han convertido en una constante para la comunidad.

Cuando una joven lo busca para recibir un camión de arena, Gárate, cargado con un cinturón de herramientas, parte a colaborar con las obras.

El pastor evangélico se muestra ante sus pares como un hombre carismático, orgulloso de sus vecinos, quienes "han sido capaces de levantarse desde el abandono por parte del Estado", dice. Cuenta que hace más de 15 años llegó a Campanilla, con la idea de establecerse con algo propio y así contar con un espacio para cultivar un jardín o poder compartir con sus vecinos. Por estos días, equilibra su vida entre su trabajo como obrero, su rol como pastor del campamento y su familia.

Tal como el padre Jaime, personaje de la película de Aldo Francia, "Ya no basta con rezar", Gárate es un hombre de acción. Consciente de que la única forma de cambiar las cosas es la voluntad colectiva de la gente, no niega la fe y la necesidad de fortalecer el espíritu.

Es un hombre de sueños, sencillos claro, pero tiene la esperanza intacta de concretarlos. Sólo quiere que no lo saquen de donde está, pues para él es más importante la vida en comunidad a que te separen de ella, a través de una vivienda social que se olvida de la vida de barrio. Sueña con que el Estado llegue a la comunidad con los derechos sociales básicos y la urbanización necesaria para llevar una mejor vida, con eso se siente pagado. También quiere tiempo para invertir en los suyos, en su comunidad. Tiene interés en incentivar a niños y jóvenes del campamento, a involucrarse más con el campamento, es por eso que desarrolló un grupo scout.

Con una sonrisa en su rostro, cuenta que los niños de Campanilla hicieron una pijamada la noche anterior. "Se quedaron despiertos como hasta las cuatro, pero ¿sabe qué? Lo pasan bien. Y lo mejor de todo es que salen de su casas", recalca.

ABUELA COCINERA

Bajando las escaleras de la capilla está la cocina comunitaria. Un característico olor a lentejas se cuela entre quienes nos encontramos en el primer piso. Decido bajar para conversar un rato con las cocineras. Veo a la señora Nora Valenzuela, junto con otra vecina, Aida Jara, picando un repollo muy finamente.

"Con este repollito las lentejas van a cundir, tenemos que racionar la comida para los próximos nueve días", me dice doña Nora Valenzuela, de 73 años. Incluso con su edad es una mujer activa, que ha tenido que soportar "las injusticias de un país que se olvidó de la gente humilde", expresa.

Estuvo casada durante más de 50 años hasta que, el 29 de noviembre del año pasado, su esposo se cayó borracho de una escalera. Murió un par de horas después en el hospital. Antes de eso, uno de sus seis hijos, Erick Varela, falleció víctima de un ataque al corazón. A pesar de todo, no deja de creer en Dios porque "ha estado conmigo en momentos igual o más difíciles", cuenta emocionada.

Ejemplo de ello es cuando su esposo se fue con otra mujer por más de 20 años y se hizo cargo de todos sus hijos, sin recibir si quiera una pensión. Hoy en día, sus nietos son su fortaleza para mantenerse en pie y estar, hoy día, cocinando gustosamente para los voluntarios de Techo-Chile.

Afuera, mientras el trabajo estaba en su momento más álgido y los jóvenes esperaban ansiosos la hora de almuerzo, una cañería de PVC se rompía a raíz de los picotazos con el chuzo, convirtiendo el campamento en un barrial. Embarrados enteros, jóvenes y vecinos hicieron lo posible por cortar el agua. Todos colaborando para solucionar un problema que, tal vez retrasará la obra, pero que mantendrá la motivación intacta.