Nicole Valverde S.

Don Juan Labarrera y doña María Paredes dejaron atrás la tranquilidad de Villa Prat, ubicada en la región del Maule, para viajar hasta la capital en busca de una mejor vida para su familia.

Ambos trabajaban vendiendo barquillos artesanales que fabricaban a la antigua: en su casa y con sus propias manos. Es así que el negocio prosperó gracias al esfuerzo y el amor que ambos entregaban al hacer estos exquisitos sus productos caseros.

Pasaron los años, y los padres heredaron el oficio a sus hijos. Entre ellos está José Labarrera, quien con la entereza de su familia montó una fábrica en Quilpué, específicamente en Avenida Atacama a la altura del número 02064.

Fiel clientela

Imagínese que está en la playita disfrutando de la arena, el sol y el mar azul. El canto de las gaviotas y el sonido de las olas. Después de un refrescante chapuzón se abre el apetito. Y a lo lejos -a contra luz- se distingue una silueta que camina hacia usted. Viste de punta en blanco y carga algo. Se acerca más y más, suficiente para oír ese inconfundible grito salvador: "¡cuchuflí, barquillo, palmera!". Que no se le arranque el vendedor.

Nos atiende Juan Labarrera -bautizado igual que su abuelo- hijo de José Labarrera, quien actualmente es el brazo derecho de su padre en la fábrica de barquillos "José Labarrera".

"Nosotros abastecemos con nuestros productos a casi toda la costa como Maitencillo, Puchuncaví, Pichicuy, Concón y Viña del Mar", cuenta Juan.

Pero ¿cómo llegaron los cuchuflí, barquillos y palmeras a las playas de La Serena?.

Pues salen fresquitos desde la ciudad del Sol hacia las costas del norte, centro y sur del país.

"Nosotros mismos los vamos a dejar. Hoy estamos distribuyendo en Chanco, Curanipe, Pelluhue. Y para el norte en Coquimbo, La Serena, Tongoy y los Vilos. Los clientes nos llaman conformes con lo que les ofrecemos. Nuestro servicio es especializado y trabajamos con gente que nos conoce hace años, que saben que tenemos los mejores barquillos. Ellos me llaman y yo viajo una vez a la semana distribuyendo los productos", asegura Labarrera.

Los mejores barquillos

Para Juan el éxito de la fábrica que instaló su padre José recae en que siempre se han preocupado por utilizar los mejores ingredientes, y así mantener la calidad de sus golosinas veraniegas.

Y ni hablar de la preparación, pues aquí se cumple a cabalidad la precisión y delicadeza que requiere la repostería.

"La receta de nuestros barquillos es la original empleada por mis abuelitos. Y las otras han surgido en el tiempo, por ejemplo como hace ocho años que estamos trabajando con las palmeras. Porque el producto original son los barquillos... esos de verdad", agrega Juan, quien es enfático en destacar que "en el tema de la calidad nosotros nos tenemos competencia. En el tema de los precios sí hay muchas alternativas pero ellos no venden los barquillos artesanales originales".

Clientes célebres

Dentro de sus clientes está el prestigioso café y restaurante Samoiedo de Viña del Mar. Así que si le gustan los conitos de helado y las galletitas con que acompaña su café en la gelatería, ya sabe de dónde vienen.

"Mi papá entrega ahí hace más de 20 años, incluso cuando estaba el antiguo café del Samoiedo".

A los clientes célebres de José Labarrera, también se suman la confitería Forno y chocolates Sausalito, y todos mantienen una tradición importante cuando se trata de golosear con calidad, más ahora que se acerca el Día de los Enamorados... ¡ú lala!

Todo en familia

Y como era de esperarse, en la fábrica de José Labarrera toda la pega se hace en familia. Sus hermanas, esposa, hijos y primos, a quienes se suman dos trabajadores que ya son considerados unos Labarrera más, y que han aportado desde hace años en la deliciosa labor que endulza los corazones playeros.

Tal vez esa sea la receta del éxito de esta fábrica que mantiene el espíritu familiar instaurado por los patriarcas que gestaron todo en su humilde morada sureña.