Bar Inglés: el adiós a un clásico porteño
Desde hoy, las jornadas parroquianas en el barrio puerto no serán las mismas. Tras un siglo de tradición, una mala administración funa un ex epicentro de la movida bohemia.
Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso
Sobre la madera ahumada de las mesas -y su generosa barra-, aquellas charlas salpicadas en anécdotas y maceradas por las melodías mundanas de bulliciosos parroquianos, desde ayer, y tras cien años de mística, darán paso al abrupto silencio de una leyenda.
Así lo demuestran los tres candados adosados a la amplia puerta de hierro y madera en calle Blanco 870 donde aún se lee que la placa original fue robada. Misma imagen sepulcral que se repite por su otro costado a vivo grafiti en Cochrane 851.
Cuesta creerlo, pero en este espacio de aparente placidez, buena vibra y porteños de cuna al despierto brindis, la cortina -de momento- se bajó. Y también para sus empleados. Todo por una quiebra y un rumor de cierre que se venía arrastrando por meses. Y, de acuerdo a entendidos, una mala administración que terminó por lanzar esta lápida.
Tal como le ocurriera al Café Riquet. O al Roland Bar. Y ahora al mítico Bar Inglés que con su cierre dice adiós a esos sofisticados años que remiten a un tiempo opuesto al hoy de la agenda corta.
Pero, como en el vals, recordar es vivir. Tal como lo palpó el Premio Nacional de Humanidades, el académico Agustín Squella, quien supo del nacimiento de su primera hija en París cuando degustaba las bondades etílicas en el Bar Inglés. No es todo: cuando llegó al mundo su última nieta, el profesor de Derecho también estaba entre las mesas de Lord Cochrane 851.
Anécdotas a la botella
Al otro lado de la línea, la nostalgia se apodera de la voz de Agustín Squella en un contacto para La Estrella: "Es una pena que todo en Valparaíso se cierre y poco se abra. Dentro de los bares pasan cosas, apasionados debates. Es un lugar donde se hacen amistades. Eso era el Bar Inglés".
El mismo sitio donde las piscolas pasaban como agua en Cayetano Brulé, aquel detective a la medida de Roberto Ampuero. Refugio de escritores, poetas y estibadores de garbo.
Jacqueline Gaspari es administradora de MR. Drunk. Desde su apertura hace dos años, su primer -y más fiel- cliente era el Bar Inglés. Los surtían de licores. Ayer, a quemarropa, Jacqueline se enteró de este final. "Ha sido especial, por su gente y quienes venían a tomarse fotos".
Aún está apenada por la suerte que correrán a quienes conoció. Aquí al lado. "Sus trabajadores eran cálidos. Si bien habían rumores (los propietarios estuvieron el martes), la forma en que los empleados fueron desafectados resultó abrupto, no compatible con su historia... enterarse por terceras personas", dice Jacqueline en modo lánguido.
Un cuarto de siglo fue lo que laboró Juan Carlos Alfaro como barman del Bar Inglés. Para quien este negocio fue parte de su ADN de vida, el mañana no será lo mismo.
Alfaro deslizó al portal informativo El Martutino que la responsabilidad del cierre del local no sólo es por la mala administración y el no pago de cotizaciones, sino también, el exceso de fiado a los clientes.
Pero los buenos tiempos no son un borrón y cuenta nueva. Para Agustín Squella, una de sus grandes anécdotas la vivió acá, a eso de las tres de la mañana. Corría el epílogo de la década de los setentas, y en medio del apagón cultural a paso de bota, el académico, junto a otros tres parroquianos, se daban maña en una jugosa partida de dominó.
Era hora del cierre. Pero uno de los "yuntas" se quedó adentro, solo junto a las alimañas nocturnas. El sujeto en cuestión no era cualquiera: Jesús "El Polilla" Picó, notable ocho de Santiago Wanderers, clamaba salida a punta de gritos desde adentro en medio de la oscuridad.
Don Squella, junto a sus otros dos amigos ya habían puesto los candados -esa onda de confianza-, pero la llave la tenía el dueño que vivía en Viña del Mar. "A la vuelta y ya con la llave mientras procedíamos a rescatar a Jesús, una patrulla nos observó detenidamente, como sospechosos. Al final pudimos sacar del local a ese gran mediocampista verde", evoca.
Ahora toda esa magia cargada a inolvidables momentos queda en manos de que venga alguien, adquiera el derecho a llave y lo compre por completo.