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Crónica de un día "matador" en las dunas de Montemar

Hace 21 años, volaron garrafas y piedras en un concierto gratuito de Los Fabulosos Cadillacs. Un episodio grabado a quemarropa, donde Vicentico y los suyos, como quien escribe, huyeron por su vida ante un público iracundo...
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Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso

Desde la inestable explanada, marcho a toda prisa. Así como corre la gente con miedo a morirse. Avanzo en el quién sobrevive, dejando atrás en la subida a dos amigos. Tengo la cabeza -y el corazón- entre las manos.

Detrás de mí, una avalancha humana se mimetiza al escape sobre las espesas dunas de Montemar, en Reñaca. Algunos alrededor están llenando las botellas y garrafas voladoras con arena. Todos tienen cara de náuseas. Todos tienen rostro de lanzar esos misiles en caída libre. Hay despelote. El caos.

La lluvia de proyectiles y piedras ilumina una noche de verano que parece boca de lobo. Es 30 de enero de 1996 y los gritos ascienden en eco. Corro porque no quiero que me alcancen esas pesadas municiones. Tampoco los gases lacrimógenos y la luma a cargo de los verdes que intentan poner orden.

Es el soundtrack de una desenfrenada carrera. Una por la vida donde, de fondo y con la mira puesta hacia abajo, ya en resguardo, suena a media máquina una banda argentina de ska punk, reggae, rock, jazz, salsa, lo que sea, que la rompe a donde vaya. Pero ahora, como bien dirían esos che, "¡nos rompen hasta las pelotas!". De vasos vacíos, como uno de sus discos, nada.

Son Los Fabulosos Cadillacs, la misma agrupación con más de 30 años de carrera y que ostenta cuatro de sus álbumes dentro de lo más influyente del pop-rock en Iberoamérica, quienes se atrincheran bajo sus instrumentos que sirven de escudos: es momento de zafar a una inexplicable batalla campal a lo barra brava que los tiene a ellos como punto enemigo, casi a la altura de su "Fabulosos Calavera".

Malos Bichos

Eso es, en parte, lo que recuerdo de esos terrenos en la dunas de Montemar, donde hoy se albergan lujosas torres que le ganaron espacio a la naturaleza. Mientras un Vicentico huía despavorido junto a Flavio Cianciarulo, aquel excelso bajista de la pelada ruda, una horda, a propósito de aquel gratuito concierto estival, desenfundaba gratuita ira.

El "Matador" no alcanzó a retumbar en la voz carrasposa de Vicentico. El "Matador" (o los matadores), más bien, eran una buena parte de esas 30 mil almas que se dieron cita en ese arenal viñamarino para poner candado y cierre final a aquellos nostálgicos recitales al aire libre de culto en la zona. Tocatas que causaban furor en los ya lejanos años '90, la misma década en que se recibían a salivazos, como "uno de los nuestros", a esos músicos favoritos en vivo. Un fenómeno social criollo, digno de sociólogos y sicólogos.

Han transcurrido más de dos décadas. Ahora para los Cadillacs, quienes lo tomaron como una "peligrosa y loca anécdota", ya no habrá proyectiles. Tampoco botellazos. Sí estampida… para verlos. Así como lacrimógenas, pero de emoción en una noche tal vez estrellada, opuesta a la de hace 21 años y donde lo único que seguro volará, esta vez sobre la concha acústica de la Quinta Vergara, serán las gaviotas de oro y plata. Al aplauso chileno.