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El otro lado de la moneda: así viven los vendedores ambulantes

En las últimas semanas, estos comerciantes informales han sido blanco de innumerables críticas, especialmente por su masiva presencia en 15 Norte. ¿Qué los lleva a ejercer esta actividad? ¿Quiénes son las personas detrás del paño?
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Sebastián Mejías Oyaneder - La Estrella de Valparaíso

Es mediodía en Viña del Mar. El ajetreo veraniego convierte y el acceso al mall Espacio Urbano en un mar de gente que, entre empujones, debe sortear los obstáculos que se presentan para llegar a su destino. De repente unos gritos terminan con la pasividad del momento. Vestidos por completo de negro, aparecen por todos lados unos guardias de seguridad, envueltos con cascos, máscaras, rodilleras y chalecos antibalas, como si fuesen a combatir en la más cruenta de las guerrillas contra unos temibles enemigos. Pero frente a esa multitud de guardias no hay un ejército enemigo, sino numerosos vendedores ambulantes.

"¡Injusticia, injusticia, injusticia!", grita parte del público, ante lo que se presenta como una dramática función. Es cierto: no todos comparten la masiva presencia de ambulantes en el lugar y otros de frentón la critican, pero también hay quienes dicen ser los "principales beneficiados" de los productos que ofrecen los ambulantes, ante un "sistema que está pensado para privilegiar el bolsillo de la empresa por sobre el del consumidor", sostiene Jennifer Núñez, clienta habitual del comercio ambulante.

En esta ocasión, Núñez compró unos calcetines en oferta. "Llévelos, son de algodón, tres pares por luca", ofrecían los vendedores informales. Ella simplemente no pudo resistir la oferta.

"Ésta es una forma decente de ganarse la vida, aparte de que va en favor de la economía del bolsillo de la gente, que es la importante", comenta Núñez, mientras revisa la calidad de su reciente adquisición.

"¡Realmente son de algodón! Tenía que comprobarlo, porque en general los ambulantes son honestos, pero siempre hay quienes quieren sacar provecho de su labor para delinquir, robarle la plata al cliente o hacerle el típico cambiazo", agrega.

Tres pares por luca

"No estamos vendiendo en la calle porque seamos delincuentes o porque queremos engañar a la gente. Esta labor para la justicia cuenta como una falta y aún así Carabineros nos trata de mala manera, peor que a los delincuentes. A los hombres les pegan y a las mujeres nos tratan de prostitutas. Y todo eso en presencia de nuestra hija porque, como la mayoría de los que trabajamos en la calle, no tenemos con quién dejarla".

Ruth Córdova trabaja desde hace poco más de un año en el comercio ambulante. Para ella ya es una costumbre instalarse, junto con su pareja y su hija, en alguno de los sitios más concurridos por los turistas que visitan la ciudad Jardín: el Espacio Urbano y la calle Valparaíso.

Ante los problemas que se producen en esta última arteria, con los carabineros rodeando cada rincón en sus motos, decidieron probar suerte en el Espacio Urbano. Ahí Ruth se queda durante más de ocho horas diarias gritando su producto estrella: las calcetas de algodón.

Afirma que la calle no es tan fácil como algunos creen. Los que laboran sin patente ni permiso deben que estar pendientes de que no lleguen los carabineros y les requisen la mercadería. "Vienen con sus motos y nos intimidan. Cada vez que uno los ve tiene que salir arrancando, porque las cosas que se llevan son irrecuperables y de eso uno puede salir con puro esfuerzo, además de que hay que pagar una multa que se acerca a los ciento veinte mil pesos y sale más cara de lo que uno puede llegar a ganar", señala la comerciante ambulante.

Ruth Córdova asegura que la incertidumbre de su trabajo informal le ha provocado diversas consecuencias en su salud. Si bien padece de un problema renal, este último año ha sido uno de los más agitados que le ha tocado vivir. Ojos que tiemblan, crisis nerviosas, discusiones con su pareja, miedos de su hija, son algunos de los problemas que ella debe soportar a diario. A pesar de esto, lo único que busca es pasar buenos ratos con su pareja e hijos.

El mínimo es una burla

Trabaja desde que era una niña. Con catorce años quedó embarazada y, de ahí, tuvo que salir a poner el hombro para llevar el pan a su casa. A los veinte ya estaba vendiendo ropa nueva, que iba a comprar a Santiago. Por ejemplo, si una prenda le costaba seis mil pesos, ella la vendía en quince mil y daba la oportunidad a sus clientas de pagarla en dos cuotas, una buena oferta para aquellos que no podían acceder al crédito. Tras una desilusión a raíz de la impuntualidad de sus clientas, decidió salir a la calle ya que "ganar por día es más conveniente que cobrar quincenal o por mes", dice Ruth Córdova.

Hace cuatro años se ganó un proyecto Fosis, que reconoció su habilidad para la costura. "Me dieron una máquina de coser y otros implementos con los que ahora fabrico cortinas, sábanas, almohadas, y las vendo en la feria de las pulgas de Forestal, donde me he hecho de una buena clientela", asegura. Este trabajo lo combina con sus ventas ambulantes.

La viñamarina critica lo que califica como una situación de injusticia. "Todos los días se ven robos en el centro, cómo los lanzas tiran las joyas de la gente o salen arrancando con las carteras... Carabineros es testigo de eso porque en Viña hay cámaras, pero no hacen nada. Sin embargo, ven a un comerciante instalado y a los cinco minutos lo molestan y le botan la mercadería y eso es fome", concluye. Aún así, no quiere salir de la calle, a pesar de que le encantaría establecerse con una patente y así evitarse los conflictos. Aún cuando su pareja está pensando buscar un trabajo estable, ella no quiere que lo haga, pues afirma que "en este país se trabaja mucho y se gana una miseria".

Para ella el sueldo mínimo se va en un abrir y cerrar de ojos. Que los pasajes, la luz, el agua, el colegio y la comida. "Al final del día te das cuenta de que no te alcanza y una tiene que hacer malabares por todos lados, endeudarse, pedir créditos. Cuando no puedes acceder a un trabajo bien pagado, la calle es una buena opción. Hay gente que tiene antecedentes o que estuvo presa y no les dan trabajo, entonces ésta es la forma que tienen de reinsertarse. O jubilados a quienes no les alcanza con las pensiones de miseria y tienen que trabajar en la calle", recalca.

Indígenas otavaleños

Hay entre los ambulantes de 15 Norte, unos extranjeros muy parecidos entre sí, con claros rasgos indígenas, venden una artesanía que es muy llamativa ante los ojos del público. Cinturones de cuero y bolsos fabricados a mano se pueden ver repartidos en varios paños. En realidad estos comerciantes se parecen, pues son parte de una misma familia que llegó a nuestro país con la expectativa del intercambio cultural y la tranquilidad laboral.

Sin embargo, desde que llegaron, hace ya un año, se han movido por distintos lugares, tal como lo hacen los gitanos. "La próxima semana partimos a Concepción, porque dicen que allá nuestra artesanía será bien recibida", afirman.

Provenientes de San Luis de Otavalo, ciudad ubicada al norte de Quito, en Ecuador, se definen como "indígenas otavaleños". El quechua es su lengua nativa. Así es como se comunican entre ellos: si hasta resulta llamativo que hablen por celular en esa lengua ancestral.

Sólo quieren sobrevivir con esto ya que, según dicen, en Ecuador el ambulante se muere de hambre. "Teniendo un techo bien y un trabajo fijo no tendríamos por qué vender en la calle, pero como no tenemos, sobrevivir en la calle se hace un deber", cuenta Elena Ramos, una otavaleña que llegó a nuestro país con dos de sus tres hijos. Hasta su marido se vino con la esperanza de llevar una vida mejor, pese a que éste vende las artesanías en el Mercado Central.

Ex ambulante

Manuel Flores trabaja desde hace siete años como verdulero, en un local ubicado en 12 Norte con 4 Oriente. Antes de eso, parte importante de sus días se los dedicó al comercio ambulante. Desde que tenía doce años que salía a la calle a vender distintas verduras. Hoy, como un comerciante establecido, defiende al comercio ambulante de los ataques que ha recibido en el último tiempo.

Piensa que el desprestigio corre por cuenta de aquellos que ven en la calle una oportunidad para delinquir. "Trabajé durante mucho tiempo en Bellavista; en ese tiempo, cuando alguien tenía intención de delinquir, nos organizábamos para preservar nuestro prestigio y nuestras caseras", subraya.