El rincón salsero donde se vibra al son del meneo VIP
En el submundo de la noche porteña, el plan ofrece una escapada. Déjese llevar por el ritmo tropical . Contágiese de esta pasión que hizo grande a Marc Anthony y Celia Cruz. ¡Azúcar!
Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso
Son casi las 11 de la noche. Es sábado. En la esquina de calle Blanco 1386, en El Huevo, un batallón de coquetas mujeres hacen sonar sus tacones de aguja -otras deslizan zapatillas-, mientras algunos hombres enfundados en camisas ajustadas y pose galana avanzan con el "tumbao que tienen los guapos al caminar", como cantaba el patrono de la salsa intelectual, Rubén Blades.
A propósito, ya en la entrada, un personaje -que de anónimo tiene poco- con habano en la boca, collar y sombrero de ala ancha a lo Pedro Navaja, digno de algún club nocturno de Miami o San Juan, enfiesta la noche, aún joven.
Todos presumen a su manera de ser parte de un género, porque para dominar esta melódica disciplina -que artística lo es- se requiere de práctica, destreza y pasión. Todo al compás de la alegre música que retumba al interior de un colorido salón del tamaño de una amplia bodega. Y sí, atiborrada por globos, tapizada en espejos y con grandes banderas de Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y Colombia, naciones cultoras de este contagioso frenesí.
En su entraña, una especie de "alfombra roja" aloja a las duplas -nacionales y extranjeras- recién llegadas que se toman selfies a la altura de la Gala del Festival de Viña.
A un costado, la pista está que explota. El combustible de la salsoteca es dinamita pura. Para calentar motores, el DJ arranca con una canción de Eddie Santiago: "Devórame otra vez". Así como los cuerpos que se restriegan al tempo de una elegante sensualidad. El baile regala postales de fantasía: miradas seductoras y parejas sincronizadas al despliegue tropical.
No se exagera si se evoca en algo a los estadios donde tocaba la Fania All Stars, aquella mítica banda salsera que metía onda en Nueva York, Centroamérica o la África de los años setenta con los pesos pesados del son rudo como Héctor Lavoe, Tito Puente, Willie Colón, Cheo Feliciano y hasta el hermano de Carlos Santana, el también guitarrista Jorge, en aquella época dorada de la salsa.
Cierto, hoy el reggaetón es la sensación latina de los últimos tiempos; un boom que ha golpeado -y fuerte- en el gusto masivo pero también provocado cierto rechazo en quienes catalogan a los Daddy Yankee, Don Omar o al icono festivalero Maluma de vulgar y hasta sexistas. O, tal vez para otros, la salsa se volvió muy romántica y perdió calle, esa que le sobra al 'flow' del reggaetón.
Como contraparte, aquí dentro, los pasos se alternan en una sudorosa coreografía al garbo de un clásico Fred Astaire y Ginger Rogers pero con la actitud Tony Manero. Brazos y piernas que se estiran. Primero hacia adelante y luego hacia atrás. Los más expertos aplican pasitos a modo de acrobacia. Los hay en contorsión. Una cosa salta a la vista: derrochar virtuosismo es ley. Mover la anatomía, un asunto de urgencia.
Todos aquí en 'Salsoteca Cocoband Club', así se llama, la única en su estilo en la región -consignan a la interna-, quieren dejar en claro que ¡esto es salsa!
Caribe a la chilena
Hace un año y medio la pareja que en estos momentos se entrega al glamour de la danza, se vuelve a ubicar en una mesa tipo té club. Lejos de cualquier infusión, las parejas en total camaradería comparten tragos, como los exóticos mojitos con sandía o melón, obra del bartender Diego, quien lleva siete meses acá e igual número de fanáticas que parecen no quitarle la vista de encima. Porque también los hay soltera(o)s. De cerca, este grupo invita a conocer sus historias. Y como la salsa, son sabrosas.
Una de esas, derrocha pimienta. Es la pareja, ya menos sofocada, del matrimonio Patricio Arias y Catherine Vega, quienes lo primero que aclaran de entrada es que se conocieron hace un año y medio, pero en otro centro salsero, un poco más allá del Huevo, La Piedra Feliz.
"Fue un flechazo. La salsa nos nutre como pareja. Cuando tenemos los típicos problemas de pareja nos refugiamos en este baile. En sentirnos el uno con el otro", comenta a puro amor Patricio, ecuatoriano, odontólogo y que dice llevar la salsa en las venas desde la cuna. A su lado, Catherine, pedagoga chilena, asiente con la cabeza, en la misma sincronía del candente bailoteo.
Ahora allí, en la pista con el audio a full y la atmósfera destilando perfumes, una cabellera rojiza no para de girar. Las luces destacan su silueta envuelta en una ajustada prenda negra. Es, en este momento, la reina de la tarima. Y ya va en su quinta pareja de baile. Porque muchos llegan hasta este escenario solo… para bailar. "Mi mamá es salsera antigua. Partí en esto desde su guatita, pero este año me motivé a tomar clases en una academia", revela "Ivi", como se conoce acá a Ivana Henríquez Mendoza.
Entonces, desde aquella mesa, la del tipo té club, emerge Ximena Mendoza, precisamente la madre de Ibi. Cuenta que junto a sus "yuntas -en su mayoría del interior-" son como los clientes VIP de acá. Que se les mima y ellos responden con fidelidad al local. "Venimos todos los viernes y sábados. Algunas veces llegamos a ser 24 personas, todas salseras". Ximena se extiende, como sus pasos: "Antes iba a Cubanísimo, pero ahora vengo acá: lo mío es la salsa, la cual conocí hace 30 años".
La noche sigue su curso. Embruja. En otra mesa, un venezolano de guayabera grita que la "pasan chévere", a la vez que su novia colombiana asiente en trance al sonido sensible de Jerry Rivera.
El encargado de hacer realidad este oasis salsero en la zona se llama Cristián Benítez Vallejo, hoy radicado en el barrio El Almendral y oriundo de cerro Cordillera. A sus 36 años, es el dueño de Salsoteca Cocoband Club que poco y nada -en su año de funcionamiento- tiene que ver con su profesión: contratista de buceo.
Lejos de la acuicultura, acá se las apaña junto a su mujer, también salsera, Jossy Davilo, profesora de básica y que brinda una mano en la generosa barra de casi 10 metros de largo plagada de cócteles para dar vida a este "sacrificado pero feliz" laburo, de acuerdo a ambos.
Cristián comenta que desde los 14 años ha sido devoto de este baile gracias a la herencia familiar y que eso lo estimuló para tomar clases. "Llevo 25 años dedicado a la salsa, que me apasiona y donde el ambiente es bueno".
Todo empezó con eventos del género que realizaba en diversos locales de la zona. Afirma que en Valparaíso existen como 10 escuelas de salsa y con ellos tratan de trabajar en la medida que se pueda. "Queremos lograr que todas las academias se concentren en un solo punto, aquí en su salsoteca", enfatiza en proverbial labia Cristián, quien porta blazer rojo, blusa semi abierta y gel a tono con aquellos exponentes de la denominada salsa sensual de los años 80 y 90 que hizo grande a sus referentes Víctor Manuel, Gilberto Santa Rosa y Maelo Ruiz.
Hace poco trajeron a la sonora Malecón. Y aquí la rompieron ante 500 fanáticos que coparon la capacidad total del local de 20 por 15 m2. "En la semana nos juntamos con el staff y vemos qué podemos hacer al mes: clases, talleres y eventos. Queremos que la salsa crezca en la zona y nosotros con ella", lanza Cristián antes de perderse entre la multitud que en promedio oscila entre los 25 y 50 años.
This is gozadera!
En un rato sale a escena el invitado estelar de la noche, y que ya anuncia a viva voz el animador José Luis que no para de gesticular en adrenalina. Se trata del reconocido salsero regional José Manuel.
En una esquina, el artista ablanda garganta. Primero con un trago y luego con ejercicios vocales. José Luis canta: "Comencé hace una década en Quillota. Mis ídolos son Óscar de León y Tito Nieves. Soy más clásico, de salsas con historias". Y hace un llamado: "Este espacio lo necesitamos como artistas. Esto se trata de vivir. También de ser feliz y conocer gente nueva, todo lo que proporciona la salsa".
Una de esas personas felices no para de dar vueltas, como un trompo en la pista. En un alto, aquella microscópica falda azul enfundada a la menuda figura parece difuminarse en el salón. Pero no, vuelve a tomar posición.
Ya en confianza y reposo, Angélica Ramírez, a sus 26 años, del centro de Viña del Mar y con presencia en academias de danza, desliza, como el rímel algo corrido por la humedad aquí dentro que cubre a su pincelado rostro, que realiza shows y participa en competencias, con presencia en podios. Como aquel segundo lugar en 2016 pero en categoría Bachata -género que en la disco también se escucha- y su primer puesto en salsa en un evento de la Ciudad Jardín.
"En este mundo de la salsa, de alguna forma, muchos nos conocemos. Este local es muy acogedor. ¡Me encanta!", dice Angélica que no despega su aceitunada panorámica hacia el fondo, mientras sus pies parecen avanzar solos a su hábitat natural: la pista de baile.
Ya en la salida, un respiro. Afuera, un espigado sujeto de piel canela encandila con su sonrisa. Tiene la voz gruesa, distinta de los agudos y con "sabroso sonsonete", aclara. Es Nikel "El negro" Agarrero Montero, directamente de Cuba -de La Habana, frente al malecón-, pero que está noche viene de espectador.
El hombre, quien es hijo de un conocido timbador cubano, ya ha jugado sus cartas en el ambiente del espectáculo criollo desde el 2000 cuando arribó "por un tema musical". De hecho, su banda se llama Timba Latina. También trabajó en la estación televisiva de Luksic con el late de Eduardo Fuentes. Cuando hacía el Buenas Noches.
Nikel revela lo obvio, el porqué está aquí. "Para mí este es el mejor local de salsa en Valparaíso, incluso le hace peso a los de Santiago. Como dicen acá, ¡díganle a todos que la Cocoband la lleva!", se exalta en armonía, mientras los feligreses de la salsa ya parecen colmar este carismático nicho; un espacio donde todos se vuelven amigos, cómplices y estrellas del baile… en un carrete sazonado hasta el amanecer.