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El club de la pelea Team X: rudeza y sudor en Concón

Para ser del 'Team X', como se denominan, es clave tatuarse esa letra en señal de pertenencia. Pero en este "templo", así lo llaman, hay que ganársela: puños, patadas y respeto al prójimo son ley. Artes marciales callejeras como no conocías.
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Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso

La katana tipo 'Kill Bill' traída desde Japón cuelga afilada. Más abajo, mancuernas de hierro y el rudimentario pero eficiente saco ruso para endurecer las canillas retumban más fuerte a los golpes de lo que aquí suena 'Paradise City', de los roqueros Guns N' Roses.

"¡Uno, dos!", "¡arriba, abajo!", saltan las instrucciones a grito pelado cargadas de adrenalina. En eso, un sujeto fornido de 40 años, rapado a los lados y con barba de candado a medias se aproxima.

Ya de cerca, aquella rudeza corporal parece desvanecerse. Estrecha la mano con cortesía. Su caja torácica ancha y el carrusel de músculos que hace segundos palpitaban sobre una complexión a lo gladiador romano se contraen al habla una vez sentado.

Ítalo Albornoz Guzmán, cuando explica lo que acá hace como instructor jefe, echa mano a lo impensado: la filosofía. En su gesticulación proyecta las facultades propias de un monje contemplativo. Esa expresividad iracunda al levantar pesas y arengar instructivos, da paso a una aureola serena. Como si fuera el maestro Miyagui en Karate Kid, ahora cautiva con su método reflexivo, a la vez que estira un linchaco entre sus manos como quien se afirma la barbilla.

Pero aclara de golpe, en lo suyo, que su mentor desde que tenía los seis años de edad es Bruce Lee (que en el horóscopo chino es Dragón, igual que Ítalo), aquel mítico actor que supo unificar como nadie las artes marciales y conceptos filosóficos en su propio método llamado "Camino del puño interceptor". Detalle que aquí honran en afiches en este gimnasio de 150 m2 al que llaman "El templo". Un templo "¡donde lo que sobran son huevos!", recalca Ítalo Albornoz cual macho alfa.

Y autoridad tiene. El año pasado recibió el título internacional de la alianza mundial de maestros de artes marciales -ubicada en New Jersey-, por Franc Vigouroux, una eminencia en esto de los cinturones negros. "Avalaron que soy creador de un sistema", ratifica Ítalo.

De la misma forma en que Bruce Lee encarnaba un papel como si fuera una extensión natural suya, de esta misma forma Ítalo les inculca su entrenamiento especial a sus pupilos: calentamiento con trote, estiramiento y repetición continúa en pesas. Eso para calentar motores. De mocha en la calle, sólo se justifica si son minoría. "Si algún alumno ocupa esto para competir, lo entreno para eso. Si otro desea quedar bien físicamente, también. Pero lo que me interesa es que se sepan defender en la calle", agrega mientras llama a un alumno que está morado... de elongar.

Cristóbal Rodríguez, de 21 años y estudiante de derecho viene religiosamente tres veces por semana. "Llegué en noviembre con un amigo, me gustó y no me fui más. Todo es espectacular: la exigencia física, el tema de la defensa personal me encanta".

La hermandad X

Aquí todos concuerdan- hay médicos, abogados, ingenieros...- , no sólo se viene a adquirir técnicas del sistema de defensa callejero 'Street Defense Evolution' el cual Ítalo enfatiza ya está patentado por él; se viene a ser parte de una verdadera hermandad.

En esta catedral de culto al cuerpo y alma enclavada en Concón, todos, más que sudar la gota gorda, aspiran a una meta: ganarse el derecho a tatuarse la letra X en el cuerpo. Una suerte de código tribal que enaltece al "Team X", como se hacen llamar. Hasta la fecha, tal mérito sólo lo han logrado 16 cultores. La constancia, sacrificio y tesón en las reglas son la clave de acuerdo a ellos.

Uno de esos, el discípulo más antiguo de Ítalo, el primero en tatuarse esa X ya no está en carne. Sí en espíritu: Alberto Arancibia, a sus 28 años, falleció hace 24 meses al caer desde un edificio, un caso que está en investigación. "Tengo un tatuaje en honor a él en mi brazo izquierdo", añade melancólico Ítalo Albornoz, mientras la imagen de Arancibia irradia misticismo en una fotografía al calor de la húmeda atmósfera propia de la transpiración.

Pero hay legado. René León es sobrino de Arancibia. A sus 14 años, cuenta que es de Viña del Mar y que lleva dos años perfeccionando el arte de las patadas voladoras. Está dispuesto a seguir todas las semanas el ritual de entrenamiento que a su tío lo hizo ser único en esta academia. Por eso no suelta la cuerda atada a un árbol y que jala a toda fuerza.

La misma energía que aplica un perro que no para de ladrar amarrado a su caseta. Es Cato, la mascota regalona del dueño de casa y que le puso así en homenaje al club de sus amores, la Universidad Católica. Aunque con Slipknot sonando de fondo para algún despistado esto tenga poco de católico.

Club de la mocha piola

Hasta acá sólo se llega por el boca en boca y la recomendación. Hay filtros en la selección de los interesados. También se solicitan antecedentes personales y de salud que chequea Ítalo junto algunos profesionales del Team X. Que sean abiertos de mente es otro requisito. Indispensable.

Aquí no es bien visto dar la dirección exacta. Dicen que no les interesa ser masivos. Todo es un componente de una aura que hace de este entorno un lugar que inspira respeto y a la vez curiosidad. A hoy tienen sobre 50 inscritos, en su mayoría hombres, que en promedio van de los 12 a los 50 años.

Ítalo cuenta que desde pequeño llegó a esto gracias a su abuelo, Armando Guzmán, quien fuera boxeador. Así se metió de cabeza en distintas disciplinas durante su adolescencia y adultez: es cinturón negro en cuarto Dan. También incursionó en otras artes marciales (kick boxing) hasta titularse de personal trainer, en Santiago. Como monitor motivacional dice trabajar la potencia. "Cómo se tienen que enfrentar, la actitud, el factor sorpresa. Esto lo estudié con un psicólogo", avala.

Así, en 2001, se lanzó, como sus robustos nudillos curtidos al saco de boxeo que aquí es joya, a este sistema de Street Defense Evolution. Para ello acondicionó su propia casa en Concón. Primero habilitó un salón plagado de pesas junto a un equipo de gimnasio. Luego en su patio adecuó un extenso tatami (superficie donde se practica las artes marciales) para los combates.

Uno de esos duelos se da en este momento. Como si fuesen Bruce Lee y Chuck Norris en 'El regreso del dragón', no hay un "corten" que valga. La caída del oponente de blanco es aparatosa. Dejando los completos de lado, el dueño de El Guatón, Nicolás Solari, luce su X. Lleva seis años en el templo: "Este sistema me gustó mucho. Tengo tres hijos. Me encantaría que entren acá; al revés de lo que se piensa, uno no se vuelve más agresivo".

A su lado, Alejandro Soto ha pertenecido a otras academias de combate personal, pero esta lo sedujo por su sistema, la filosofía y sobre todo aquella recurrente hermandad.

Pablo Hardy, ingeniero industrial de 34 años, casado, muestra orgulloso la X tatuada en el lado derecho de su acorazada espalda, en un respiro a la pesa. Dice que acá lleva casi una década cultivando esta disciplina. "Una forma de ver al mundo. La familia que elegimos: un camino en que el entrenamiento es tremendo pero donde nos tratamos de hermano".

Ítalo está motivado. Infla aún más su ya erguido pecho de satisfacción al ver el progreso de su academia y sus pichones. Asegura que el próximo mes tendrá la suerte de además hacer clases en el Centro de Salud Mental en Valparaíso. "Las mujeres han sido sometidas por años. Yo puedo dar la instancia a defenderse, no necesariamente con violencia, sino con actitud".

Y eso es lo que incluso ha inculcado a su hijo único, también de nombre Ítalo, quien desde los cinco años -hoy cursa el octavo básico- como un pequeño Saltamontes, no ha parado de aplicarse en este culto a la defensa personal.

Ítalo Albornoz agazapa cuerpo, levanta la cabeza y murmura como lo hubiese hecho Bruce Lee en Operación Dragón antes del golpe final: "Mi sistema lo creé para dejar un legado: que la gente se pueda defender. Pero por sobre todo, esto lo dejaré a mi hijo, para que el día de mañana, si yo no puedo estar, él se haga cargo. ¡Que él sea el maestro!".