Con pollo al jugo festejaron a mamás en población Sta. María
Mientras algunos celebraban en casa con regaloneos, los vecinos de esta nueva población de refugiados del incendio no pasaron un buen día, pues las incertidumbres sobre su futuro son una constante. Aún así, intentaron hacer algo rico. Porteños acudieron en masa al cementerio.
Sebastián Mejías Oyaneder - La Estrella de Valparaíso
No hay nadie que quede fuera del día de la madre, ya sea con un beso, un abrazo, una canción o un regalo, todos quieren celebrar de alguna forma a aquella mujer que les dio la vida. Puede que un día sea muy poco y que, como algunos dicen por ahí, todo esto sea un mero invento de las multitiendas para incentivar el consumo, aún así, nadie se queda fuera de los festejos.
Desde el sábado hasta ayer, las calles estaban repletas de motivos relacionados a este día. Venta callejera de globos, rosas, chocolates, todos querían celebrar. Pero ¿qué pasa con todos aquellos que poco o nada tienen y que lo perdieron todo a raíz de una vida precaria y llena de sufrimiento?
Subiendo por Playa Ancha uno se puede encontrar con una de las tantas poblaciones de emergencia, destinadas a satisfacer las necesidades de los que perdieron todo en el incendio del pasado dos de enero. Santa María es el nombre del campamento en el que pasa sus días la gente que llegó desde Puertas Negras, Villa Esperanza o Punta Laja. O por lo menos esa es su intención, sobrevivir sin saber qué es lo que les depara el futuro en cuanto a una vivienda definitiva o un trabajo estable.
"De los cuatro hijos que tengo, hay uno que está allá arriba, preso. Cuando tenía dieciséis años se lo llevaron por asaltar una farmacia, así que le dieron más de veinte años. Hoy recibí su llamado escondido para desearme un buen día y es triste porque desearía estar con él ahora", cuenta la señora Ingrid, de la vivienda catorce, mientras prepara un pollo a la cacerola, un platillo especial para recibir a sus demás hijos y nietos.
Mientras tanto su esposo, Víctor León, colaboraba con un granito de arena en el problema de la basura, limpiando los contenedores para así evitar las plagas de ratones y poder incentivar, aunque sea un poco, la cultura de la basura en la población Santa María.
De las 51 personas que habitan en el lugar, asegura León, "la mayoría está cesante, así que no hay celebración que valga. Si fuera por mí, regalonearía a mi señora con quien llevo 38 años casado, porque ella es la reina, es la que se preocupa de todos, sin ella no hubiésemos tenido nunca esa casita que nos cobijaba en Puertas Negras".
En ese oscuro episodio que experimentó su población, el pasado dos de enero, lo perdió todo, su casa y sus herramientas, con las que se dedicaba a la construcción en sus trabajos de albañilería y carpintería. Así que, a pesar de los esfuerzos por preparar algo lindo y familiar, duda sobre el valor de este día de la madre.
Sazón casero
Buscando historias sobre el día de la madre en el campamento, varios corrían por entre las distintas casas, trasladando ollas, bandejas con comida y otras cosas para celebrar.
A la pasada, una mujer acarreaba llorando un gran platón de verduras picadas. ¿Y por qué llora señora?, le pregunto. Nada de eso, la verdad es que aún siento el efecto de la cebolla, replica un poco apurada, ya que en un rato llegará su familia, así que ya es tiempo de hornear el pollo con verduras que está armando.
Pollo como una suerte de comida especial que, para algunos, alimenta el recuerdo de una época mejor y más tranquila en sus viviendas originales. En la media agua de Víctor León, por ejemplo, no hay pared que divida las fronteras entre las piezas o la cocina, aún así, su esposa Ingrid prepara la pechuga a la cacerola que tanta ilusión le produce a su nieta de ocho años, quien espera impaciente el arribo de su madre, la mayor de los cuatros hijos que tuvo el matrimonio.
"El año pasado la atendimos como se merece, con un engañito, le cocinamos. Hoy ya no es lo mismo, lo perdimos todo y no hay ánimo para celebrar esto. Si hacemos algo es por nuestra nieta y por intentar pasar un rato familiar", se lamenta este ex obrero de la construcción, por estos días cesante y colaborando en el fin de los basurales en la población.
Hijos ingratos
"¿Usted cree que alguien nos vino a ver o se dignó a saludar a las madres que hay acá?", se preguntaba León indignado. A eso le agrega que a su vecina, la señora Esmeralda, de sus seis hijos ninguno llegó a visitarla. "Es como lo mismo, acá estamos abandonados a nuestra suerte por las autoridades y por los hijos ingratos", recalca.
Mientras tanto, Esmeralda sólo asentía con su cabeza, notoriamente triste pero con una fuerza de voluntad que le impide caer ante un día no muy bueno. "En eso que una se va haciendo vieja, los hijos se van olvidando, como si fuéramos un estorbo o un cacho. Cállate, vieja e' mierda, nos dicen, hasta que uno muere. Sólo ahí te recuerdan", reflexiona esta esforzada madre, casada desde hace más de cuarenta años.
Madres de cementerio
Un poco más abajo de la población Santa María, en el corazón de Playa Ancha, el cementerio tres de Valparaíso abría sus puertas, desde temprano, para recibir a los cientos de visitantes que querían recordar y regalar algo a sus madres ya fallecidas.
El silencio que semanalmente puede uno hallar en la necrópolis municipal, se vio opacado por toda la bulla y el estrés propio de un espacio abarrotado. Algunos simplemente pasaban de largo cuando buscábamos una palabra, otros más calmados se soltaban ante nuestra presencia, abriéndose a los detalles de su lejana visita.
"No le voy a mentir, mis visitas no son muy seguidas por una cuestión de tiempo. Pero hoy me acordé de mi mamita y quise regalarle un poco de espíritu y unas flores bonitas para su nicho". De esta forma, Marisol Barría se sinceraba sobre su visita al cementerio y a su madre, un poco indiferente hacía con la muerte, pues según ella, "la vida sigue nomás, lo importante es lo que está acá en la tierra. El muerto quedará por siempre, vayamos o no a verlo".
Hacerse la américa
En medio de todas esas almas, decenas de ambulantes querían hacerse la américa, como dicen por ahí, y ganar un poco de dinero extra.
Los patios parecían un verdadero parque de diversiones. Si se podían encontrar, incluso, cabritas, algodón de azúcar, dulces variados, entre otros. Los más tradicionales, dedicados a vender globos y arreglos florales dedicados a las mamás.
Notoriamente ocupada, Marcela Carcey entregaba el vuelto a sus clientes, mientras recibía la ayuda de dos de sus familiares. Cinco años han pasado desde la primera vez que pisó el cementerio como una pequeña comerciante dedicada a las flores y a los pequeños regalitos, tiempo en el que se ha encontrado con fechas muertas y otras tantas de abundancia.
"El día de la mamá es súper especial y gracias a Dios me ha ido bien. Aunque es difícil de comparar con el primero de noviembre, ese día tengo que venir sobrecargada de mercancías y ayuda, porque sino me sería imposible. Por lo menos hoy se ha hecho pesado, lo que es bastante bueno", reflexiona.
En otro de los tantos rincones de esa tierra fúnebre está sentada, ya un poco agotada, Juanita Gaete, quien lleva más de sesenta años trabajando entre los nichos y las tumbas. Los primeros treinta estuvo dedicada a los jardines, cuidarlos y arreglarlos, para que nada les faltara. En eso conoció a su pareja, también obrero del cementerio, quien murió hace tres años, heredando su oficio a Juana.
Así que en este día tan humano, como ella cree, se sienta en uno de los patios y arrienda bidones con agua al público general, tarea que cumple día tras día, sean buenos o malos tiempos.