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Misteriosa 'Casona Playa Ancha': una escuela de oficios sin igual

Conozca a una familia de avezados al restaurado en madera, yeso y metal. Un lugar enigmático donde aprenderá, saldrá con pega (aseguran) y se encantará con aquellas técnicas que han hecho grande a sus maestros al patrimonio.
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Guillermo Avila Nieves

Vistazo. Izquierda y luego derecha. Pienso en voz alta: "Lo último que quiero es perderme aquí...".

Desde afuera, la fantasmagórica fachada gótica distribuida en tres pisos sobrecoge entre sombras que confunden a media tarde. Hay curiosidad.

En las ventanas, el espesor sobre los cristales empaña el escenario interior: necesitamos el olor, necesitamos esa circulación de partículas que impacten en el rostro, necesitamos estar adentro. Nos convoca contemplar el saber hacer.

Ya en la entrada, siete peldaños y un descanso. La puerta y el silbido del viento que desaparece al cerrojo en la parte baja de la República Independiente de Playa Ancha.

Avanzamos. Vigas que crujen, esculturas en escayola, de yeso humana, como una de cincel en mano, martillo sobre la cabeza y el mandil por delante que pareciera escanear al paso. Hay cierto código masón en figuras que flotan en el ambiente. Después sabremos que los primeros habitantes de aquí eran alemanes.

Baúl de los tesoros

Ingresar en otro siglo o, derechamente, al reino fantástico de Narnia. Una auténtica maquinaria al labrado exacto de tallados desde donde brota aquella curtida alma artesana.

Eso parece enunciar a los moldes esta 'Casa Escuela de los Oficios Patrimoniales', también conocida como la misteriosa 'Casona de Playa Ancha'. Más de 100 años de historia comprimida en Errázuriz 215 y frente al Shoa.

Como en cámara lenta, y por todos los rincones, cada pieza confeccionada por sus habitantes reluce por sí misma. Cada artefacto brilla en sí mismo. Cada herramienta transporta, a golpe de tiempo: martillos de herrero, de gásfiter, de carpintero, azuelas. Cepillos, escalopas, rodonadoras en metal, taladros, corvina (con la que antiguamente cortaban los troncos)…

Eso mientras un resplandor ilumina la sonrisa del propietario de esta 'Casa Escuela', como también prefiere etiquetarla. Su nombre: Geraldo Ojeda, hombre culto -bastan 10 minutos para comprobarlo-, hecho en el rigor del oficio -"antes laboré como maquinista de locomotora en el Puerto hasta mi retiro el año '70", acuña- y que recibe a intrusos huéspedes como caballero de época que refleja ser.

De hecho, es clásica -como la melodía barroca que suena- su impronta en la confección de armaduras medievales: obtuvo medallas del Congreso Nacional, fundó escuela sobre Arte del Medioevo (en avenida Pedro Montt) y sus manufacturas al metal fueron de culto. Y ventas. Ya en pasado. "Al final un coleccionista se quedó con más de tres mil piezas".

Pero al segundo, corrige: "Estoy en otra… con la Casona". A lo que se refiere es a la primera Escuela de Oficios en Chile. "No hay otra que haga lo que hacemos nosotros".

Y, ¿qué hacen ustedes que otros no?, consultamos. Don Geraldo, a sus 78 años de vida, argumenta en seco: "Lo único similar está en el Duoc: una carrera de técnico en restauración, y que después de unos años salen como técnicos en obras". El "maestro" mayor acentúa la diferencia: "Nosotros, en cambio, forjamos a maestros de oficios, que no los hay".

Lo que forjan en esta Escuela de Oficios es a ser especialistas en carpintería, metal, forja, yeso, mosaico. A hoy cuenta que han sacado a más de 300 maestros a la calle. "Y pegan tienen", asegura Geraldo Ojeda, quien está a cargo junto a sus dos hijos, Geraldo y Marcos. Ellos y otros seis profesores son el equipo de trabajo al arte en esta morada abierta a la comunidad.

Pero detrás de los Ojeda, sus intervenciones patrimoniales en Valparaíso han sido pilar de un prestigio ganado a pulso. Por años. Allí están sus trabajos en muebles, altar y pilares en la iglesia de La Matriz, en tres períodos. También el Palacio Lyon, la iglesia Anglicana, Biblioteca Severín, La Aduana y otros 20 edificios porteños a sus rescates. "Nos llaman porque somos los únicos indicados para hacer esas piezas", aduce.

Geraldo Ojeda es directo al habla: "Yo estudié historia en la Universidad de Chile para dedicarme luego a la arqueología que practico como investigador. Desde el terremoto de 1985 que, por necesidad al inicio, vengo restaurando; cortando casas".

Alto. Le sienta bien la hora del ocaso a don Geraldo para el recordatorio. "Hemos creados ocho talleres: yeso escayola, dos talleres de madera, de herramientas metálicas, un taller de forja -en el subterráneo-... Y una biblioteca, porque la mayoría de los maestros son autodidactas", lanza en aclaratoria.

No lo tires. ¡Repáralo!

El paseo resulta instructivo. Posee belleza observar a estos obreros de las técnicas mixtas desempolvar texturas en terreno. Como la que imprime en crudo Raúl Monsalve, profesor porteño de restauración de obras de arte en madera. Su labor acá: instruir para restaurar muebles finos. "Estoy desde el principio en La Casona, pero con Geraldo llevamos años de trabajo (clases en Duoc)".

Para don Raúl resulta ideal que los alumnos traigan sus propios muebles antiguos, "les enseñamos a restaurarlos". Para ello, desliza el profe de 79 años, recurren a técnicas pretéritas de barnizado, como darle tonalidad por medio del extracto de Nogal. No es todo: pulen, aplican manos de cera virgen y disuelven en bencina blanca para tapar los poros en la madera. También les enseña a colocar placas. "Y nada de herramientas eléctricas".

Cerca, un italiano de cuna (se aprecian algunos extranjeros) analiza al overol. Se llama Patrizio, tiene 30 y lleva tres años en Chile. En Valparaíso, un mes. Arquitecto de profesión, ahonda: "Soy del Politécnico de Milán. Estoy aprendiendo madera y quiero especializarme más en metal. El ambiente en esta Casona me gusta mucho", recalca el tano contento.

Diego, Gabriel y Sandra son amigos de Playa Ancha. Están acá hace una semana, aseguran, para estudiar y aprender el oficio. Diego y Gabriel prefieren la madera; Sandra, el yeso. "Esto es mejor de lo que creíamos. Nos llamaba la atención este lugar, como tenebroso, hasta que vinimos los tres: es entretenido y tendremos pega", afirman casi a coro, tras un silencio inicial al habla que se interrumpió al manejo de las herramientas.

¿Exigencias para entrar en esta escuela? "Ninguna", confirma a la sorpresa Geraldo Ojeda, mientras nos da un tour por las 11 piezas que componen La Casona. "Hay desde cabros jóvenes hasta personas que están jubiladas".

Entre esculturas, hojalatas y rejas de fierro añosas, sale al camino su hijo, de igual nombre, Geraldo Ojeda, de 41 años, mecánico industrial. " Para Valparaíso como patrimonio es clave que cuente con maestros calificados. Eso confiere esta Casona hace años", explica Ojeda hijo.

Antes, irrumpe en la panorámica otro espacio taller -percusión latina-, con ventanales y vista al mar. A partir de junio allí confeccionarán tambores.

Hace cuatro años estrecharon nexo con Escuela Taller del Casco Histórico de Buenos Aires. "Forman maestros en el oficio del yeso, metal, madera. Parecido a lo que nosotros hacemos", dice Ojeda padre, ya con la mano extendida.

Hora de la retirada. 'La Casona', no mete miedo. Seduce. Derecha y luego izquierda. Pienso en voz alta: "Lo único que quiero es quedarme aquí...".