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150 Familias de Belloto nos enseñan cómo erradicar un campamento

Durante dos décadas, Los Colonos de Quilpué cobijó a más de 150 familias de esfuerzo. Después de una vida en el barro, lucharon más de cinco años por conseguir el Condominio Roberto Bravo, con departamentos de 60 m2 y 3 dormitorios.
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Sebastián Mejías Oyaneder - La Estrella de Valparaíso

Tienes cuatro hijos y dos trabajos con una paga mínima. Pocas horas para dormir y una energía que se va gastando, producto de la pega como obrero de la construcción. Aparte, vives de allegado con tu madre, así que ni tú, ni tus hijos cuentan con la más mínima privacidad. Es por eso que decides juntarte con otros vecinos, que pasan por lo mismo, y te arrancas a la periferia en busca de algún terrenito. La casa nueva, como decía Tito Fernández. Esa que puedes arreglar a tu gusto y en la que no le debes andar mirando la cara a nadie.

Por todo eso pasó María Cristina Pedraza, al igual que las 40 mil familias que, por estos días en Chile, viven en un campamento. Durante dieciocho años fue parte de uno, la misma edad que tiene su hija mayor. La misma cantidad de años que ha estado casada con Cristián Manríquez, obrero de la construcción y padre de sus cuatro hijos.

En el tiempo en que llegó a Los Colonos, tenía recién 20 y todo era para ella un renacer. Su matrimonio y esos cuatro palos parados que, dice, tenía cuando todo partió.

Hoy lo único que quiere es dejar eso atrás y así darle un giro a su vida, con la llegada de su familia al Condominio Roberto Bravo, el fruto de sus reuniones constantes con los vecinos y autoridades.

De lejos se la ve llegar, con su guagua de once meses en los brazos y saludando a sus hermanos de la iglesia evangélica. Fueron cinco años en los que estuvo luchando, de la mano de otras 150 familias, para erradicar el campamento Los Colonos y obtener, por fin, algo propio.

Y a pesar de que el mérito es de todos ellos y de sus constantes discusiones, ella le agradece a un dios que está por encima de lo que puedan hacer los hombres. Luego respira profundo, dos veces, mira a su alrededor y reflexiona:

"La ilusión que tienen todas estas personas por cambiarse de casa es tan grande. Es un sueño y fueron ellos, junto con sus familias, los que hicieron posible la construcción de estos condominios sociales".

Roberto Bravo lo quieren nombrar, aún cuando se llama igual que su anterior campamento: Los Colonos I Y II. Ocho edificios azules, compuestos cada uno por treinta y dos departamentos, de 60m2 cada uno.

Su propio estar-comedor, con tres dormitorios, cocina, baño con tina, una logia y un balcón, que producen en María Cristina un millón de emociones. "Porque de no tener nada a ser parte de este trabajo, me hace sentir grande. Creo que dios me premia con puras cosas buenas", sostiene.

¿Por qué organizarse?

Pocos se imaginan lo que significa pasar un invierno en un campamento. No hay calles pavimentadas y las micros, simplemente, no llegan a donde vive la mayoría. Es como si estuviesen excluídos de todo. Lo que queda entonces es caminar entre el barrial hasta las rodillas, temprano en la mañana, y con los niños de la mano.

No hay excusa. Los que trabajan se tienen que levantar aún más temprano, o por lo menos así pasaba en Los Colonos, ya que si no, se corre el riesgo de ser despedido. "Acá la gente se levanta igual y te lo encargo, subían patinando por el barro", recuerda María Cristina.

Ya nada de eso debiese pasar. Hoy hasta una calle tienen, que atraviesa los ocho edificios que hay en el condominio. Puede que con todo esto, dicen, dejen de mirarnos con mala cara por haber sido de acá.

Esa fue otras de las razones por las que se unieron. Sino quedarían relegados para siempre a un lugar secundario, discriminados en los servicios públicos, en la municipalidad y a la hora de buscar un trabajo.

En un campamento o en donde sea, afirman varias personas, "uno puede ver todo tipo de gente. Floja, muy floja, e incluso ladrona. Pero la mayoría son siempre trabajadores y gente de esfuerzo. Son ellos los que se levantan a las 6.00 de la mañana a poner el hombro y los que terminan moviéndose por conseguir lo mejor para todos nosotros".

Pero cuando van a golpear las puertas, se las cierran en la cara, asegura María Cristina, quien más de alguna vez como dirigenta, tuvo que salir a presentar ideas a distintas instituciones. "Mire sabe que tenemos este proyecto y nos gustaría que lo estudiaran". Y ¿para qué?, se pregunta, "si no nos pescaban ni en bajada y la municipalidad no vino nunca. Recién cuando Viñambres ganó sus primeras elecciones, nos escucharon. No entiendo qué pasa, si la gente de esfuerzo no le roba un peso a nadie".

De acá nadie nos saca

Tanto fue el cariño que le tenían a su tierra, que no estaban interesados en que el proyecto final los alejara de sus redes. Al principio había solamente casas para unos pocos y la presidenta se resistió: "Eso no lo podíamos permitir, si todos sufríamos lo mismo y nos terminamos encariñando por eso".

Despúes llegó una solución para todos, pero no en ese mismo peladero ubicado en la av. El Trabajador que, desde hace dieciocho años, se ha ido llenando de vida, de casas humildes y de trabajo. Al final, y luego de cuatro años de arduas conversaciones, llegó la anhelada solución. Más de cinco mil millones de pesos invertidos, en pos de la vivienda definitiva.

De los 256 departamentos, ciento cincuenta fueron destinados a los pobladores de Los Colonos, quienes tuvieron que ponerse con 225 mil pesos. Aunque si no los tenían, por el motivo que fuera, la misma gente de ahí les hacía la vaca para juntar lo que faltaba, a punta de completos, sopaipillas y otras actividades. Los que nada tenían que ver con el campamento, en cambio, pagaron alrededor de 270 mil pesos. Entre todos le irán dando forma, de a poquito, a esta nueva comunidad.

Esa es la razón por la que el trabajo incesante de María Cristina, como presidenta del comité, no termina acá. Si hasta a los delincuentes han frenado a punta de llamadas comunitarias, un día en que veinte familias se tuvieron que unir, cuando alguien extraño se apareció por la toma, en la vivienda de un familiar de la dirigenta. Ahí salieron todos, con palas, palos, chuzos, hasta que el delincuente salió arrancando.

Azarela zulay

Su hija mayor Mellany Manríquez, de 17, nació justo en el tiempo en que María Cristina Pedraza se instaló, con su marido, en el campamento. Hace once meses nació su cuarta hija, Azarela Zulay, otorgándole la vitalidad para seguir luchando, como mamá, esposa, estudiante, dueña de casa y dirigenta social.

Este año hará su práctica de cuidado y atención del adulto mayor, carrera que cursa en un instituto ubicado en el paradero 18 de Quilpué. Más tarde, seguramente, se titulará con la ilusión de ingresar a Trabajo Social en la universidad. Lo importante para ella, es darle un buen vivir a sus hijos.

Por lo menos Azarela crecerá en la casa nueva. La niña que mira a dios, dice María Cristina, significa el nombre de su hija de once meses, quien también tendrá una pieza. Así que, para que los tres dormitorios alcancen, su marido que le pega a la construcción botará las paredes y hará nuevos cuartos, individuales, para que todos tengan alguna vez su espacio íntimo.

Ahora lo que queda para el cambio definitivo es que Cristián Manríquez, su esposo, retorne de la pega en Santiago. Todos los días la está llamando desde allá, para pensar juntos en el futuro de la casa y cómo es que van hacer para trasladar todo desde el centro de Quilpué, el lugar donde hoy arriendan.

El pianista del pueblo

El 15 de junio de 2015, el alcalde Mauricio Viñambres dio por iniciado el proceso de construcción, con esa clásica primera piedra. Ese día presentó, más tarde, un concierto del pianista Roberto Bravo, quien interpretó unas cuantas de las mejores obras del repertorio de Víctor Jara. El derecho de vivir en paz tocó ese día, para cantarle a la alegría del derecho a la vivienda.

Han pasado casi dos años y los nuevos condominios llevarán su nombre. Le hubiese encantado tocar en la ceremonia del cambio de casa, pero tiene compromisos en Europa.

Desde allá comentó que "Los campamentos son un atentado a la dignidad humana, al derecho de cada persona a tener un techo sobre su cabeza. Y son producto de la especulación de la tierra por personas carentes de todo sentimiento hacia los que tienen menos", dijo el destacado pianista.