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Quiltros: el homenaje callejero a 39 perros "choros de Puerto"

Cristián Mora Valenzuela, escritor y sicólogo iquiqueño radicado en Valparaíso, realizó una radiografía a fondo al "mejor amigo del hombre" porteño. La idea se plasmó en un libro que hoy se vende en Europa y Estados Unidos.
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Guillermo Ávila N.

Las ráfagas verbales del artista sentado en la Plaza Cívica porteña no cesan ante el aplauso prendido de una reducida masa; una que se impone a aquella improvisada orquesta de salsa ubicada más al fondo.

Apenas reconoció a Mauricio Redolés -aquel poeta a la voz de los bajos fondos- el hombre apuró el paso para decirle de frente todo lo que pensaba.

Cuando lo logró, esa actitud decidida tuvo el tino de evitar alabanzas. Eufemismos. Sólo un pedido.

"¿Me puede firmar esto, por favor?", le dijo ese hombre al poeta y músico, ahora sin guitarra producto de una falta de sensibilidad en el lado izquierdo de su cuerpo tras un accidente cerebrovascular en 2016. Hecho que al poeta no le impide finalizar su ácida intervención urbana cargada a las loas.

Cristián, así se llama ese hombre, sujeta el lápiz con la mano derecha, mientras que con la izquierda toma un libro que obsequia a Redolés, quien no desvía mirada, primero a la portada y luego a las páginas interiores. Le intriga lo que ve. Mucho.

"¡Esto es genial!", pronuncia el cantautor a la oda popular, tras un rato a la hojeada, antes de perderse más allá de la plaza Aníbal Pinto tal vez en busca de gente despierta, "en algún local de jazz", como se le escucha a otras personas que lo van escoltando... al sorteo de un campo minado de excremento de cachupines.

A media cuadra, una jauría revolotea. Ladran.

Hasta ese momento, ambos no lo saben. Hay conexión: Redolés tiene una banda con su hijo Sebastián llamada Perrosky.

Entonces, Cristián Mora se da media vuelta y observa: hurga en su mochila otro texto. Uno suyo.

Es el último que le queda de 500 ejemplares. Quien escribe sujeta el lápiz con la mano derecha, mientras que con la izquierda toma el libro que le da Cristián Mora (1980). Esta es su aperrada historia. Una desde el Puerto.

Perros de culto

"Quiltros" es el nombre de aquella (su segunda) obra que dejó sorprendido a Mauricio Redolés. Historias reales ("narradas con gracia, fuera del formato novela") de 39 canes abandonados desde avenida Argentina hasta Las Torpederas, en Playa Ancha.

Si hincamos diente en la literatura, 'Colmillo Blanco' de Jack London, afila tema en un perro salvaje que se degrada ante el contacto con el hombre.

De algún modo, esta otra prosa ilustrada en 268 páginas de Pesh Ediciones también va al hueso: radiografía perruna al patrimonio callejero porteño. Ese que, en un aparte, de acuerdo a estudios del Ministerio de Salud e investigaciones del Colegio de Médicos Veterinarios y organizaciones de protección animal (publicado por la UV), calculan en 110 mil en la Comunidad de Valparaíso, la mitad de los cuales circula en el plan y los cerros (20 mil canes en total abandono).

La misma urbe donde, hace unos meses, Camilo Navea, aquel joven animalista, fue asesinado por ayudar a un perrito vago.

Y allí están, por ejemplo, el 'Choro Jimmy' con su impávida estampa tipo Clint Eastwood en el plan o desde cerro Monjas, donde el ascensor, hogar de ratas y malezas, alberga a la resistencia de toda jubilación y propia muerte, una y mil veces, a 'Chipi', el residente de la Calle 13.

Así como en la India se venera a las vacas, los perros han sido símbolo de Valparaíso. Para Cristián, representan, "la maestría espiritual de aquellos guardianes de la vida".

Cristián Mora evoca a golpe investigativo recuerdos asociados con el mejor amigo del hombre. Y lo hace con un toque psicológico, acorde a su profesión: sicólogo clínico, con consulta propia en calle Esmeralda, Valparaíso, ciudad a la que llegó hace siete años en busca, como sus animales objetos de estudios -en su casa aclara que tiene a dos tortugas y siete perros- de hacerse un espacio.

Nacido y "malcriado" en Iquique, como prefiere rebobinar en pasado, fanático de Benedetti y Gabriela Mistral, hoy se encuentra sumido en la lectura de la poesía local. Por eso su encuentro con Redolés.

Narra que siempre le gustó escribir. Sin embargo, se volcó a las letras el año pasado: publicó bajo la editorial EAE (Editorial Académica Española) una investigación: Identidad Social en Inmigrantes de Nacionalidad Peruana Residentes en Valparaíso.

Sobre Quiltros, lo que nos convoca, Cristián dice, como encantador de perros y animalista que corrobora ser, que la obra tiene que ver con biografías de perritos. No sólo el contar una historia... sino, más bien, una visión existencialista: invitar al lector a la reflexión con temáticas sociales y personales. "Es un libro filosófico, pero muy fácil de digerir", comenta didáctico.

Al adentrarse en sus páginas, se aprecian recursos literarios que invitan y adornan el relato -en capítulos- contado con picardía. "Te encuentras con historias alegres, tristes y muy potentes. Demostrar que los perros son parte de un paisaje, y además, un patrimonio tangible".

Raza de calle

Para Cristián, el quiltro, "un niño de cuatro patas", simboliza al sector, el cómo se ha ido adiestrando a esta cultura callejera. Una vez instalado acá, al autor le llamó la atención la cantidad industrial de perros que había. "Trabajaba en el Sename. Mientras hacía visitas domiciliarias me fui dando cuenta que los perros eran parte importante del barrio. Me dije, 'pucha que sería interesante contar y averiguar las historias de esos perros', y así lo hice".

Y allí en sus páginas están las historias graciosas y también emotivas de perros representativos como El Oveja, compañero fiel del "loco" Charly; también la Frutilla en Bellavista y Wilfora, todos canes que junto a sus dueños, cercanos y conocidos dieron luz para la realización del libro. "Fue un proceso súper bonito, me tomó casi un año", recuerda el sicólogo.

A su juicio, que haya tanto perro callejero en la zona le parece que es síntoma de una enfermedad social, que tiene que ver con el desprendimiento negativo. "Algo así como los niños del Sename, los ancianos abandonados en asilos". Entonces el quiltro porteño, según Cristián, es un reflejo de una enfermedad social del desprendimiento tóxico, "de no hacerse cargo de nada".

Y agrega molesto: "Yo adopto, compro un perro, hago que mi hijo juegue un rato. Luego me aburro y boto la mascota. Total, otro se hará cargo. Lata".

En cuanto a la metodología, él ahora escritor cree que el trabajo sistemático es lo que permite lograr un objetivo. O, como dijo Charly García, otro artista que lo estimula: "No hay mayor logro sin trabajo estimado". Por eso Cristian pone hincapié en que no cree en la inspiración, sólo en el trabajo. Un hijo del rigor: "Me pongo un horario. Digo voy a escribir de esto, y aunque esté pegado al teclado, algo saldrá".

Así hizo con Quiltros, en parte influenciado por un hogar en el Norte donde creció junto a sus tres hermanos con toda clase animales: perros, gatos, gallinas, tortugas, patos, ratones. "Hasta intenté con una iguana", lanza.

¿idea peluda?

Y, ¿cómo hizo éste, su segundo libro? Mordisquea la pregunta. "Primero lo escribí, luego armé y presenté el proyecto a muchas empresas que supuestamente debían determinar algún porcentaje de sus ganancias para la cultura, cosa que no pasa en la realidad".

Con las ganancias de la primera edición dice que pagó la deuda contraída. Antes del lanzamiento -9 de marzo pasado- ya estaba agotada la primera edición y el 22 de marzo comenzó la venta de la segunda edición que lleva más del 50% de las ventas.

Pero para el escritor nortino, no todo es negocio. "Más allá de las ganancias económicas, confío que mi trabajo enfocado en estos perritos invita a expandir la conciencia".

Ahora está centrado en un nuevo libro: una novela de amor para niños que transcurre en Valparaíso. Su deseo a futuro: ojalá que ese libro fuese repartido en los colegios. "Ese es mi objetivo", recalca.

¿Razón? Cristián Mora apela a ese mensaje al alma, tal Redolés: "Acá se está perdiendo el patrimonio cultural. El porteño no sabe que en el año 40 un dique se dio vuelta y lo reflotaron. Es necesario que estas historias, como las mías, se transmitan a las nuevas generaciones".