Secciones

Al descubierto: en la otra casa secreta del poeta Pablo Neruda

A 117 años del nacimiento del Premio Nobel de Literatura, un tesoro de Valparaíso sigue vigente: la vivienda que sirvió de refugio a Neftalí Reyes en sus años de clandestinidad, en cerro Lecheros. Y con ello, la perseverancia de su dueña.
E-mail Compartir

Guillermo Ávila N.

Como en el lejano Oeste, sólo sopla una brisa. Y el silencio.

106 o tal vez 107 años. No, no es una condena -o sí- ni la edad de la persona más longeva de la Tierra. Es el tiempo que esta robusta pero modesta vivienda iluminada a la paleta de colores cálidos, enclavada en el cerro Lecheros, N° 18, en Cervantes, aparenta medio siglo menos de lo que en realidad tiene. De joya.

Una vivienda que supo de leyendas. También refugio. El cobijo "ideal" que conoció en piel el Nobel de Literatura, Pablo Neruda, tras la petición de desafuero que afrontó el poeta -que ayer 12 de julio estuvo de natalicio- en una época donde era senador, desde 1945, por el Partido Comunista. Un tiempo donde la mano dura y la "Ley Maldita" del presidente Gabriel González Videla ordenó la inmediata detención.

De allí a la clandestinidad de Neruda entre febrero de 1948 y marzo de 1949 (se calculan en 11 los domicilios utilizados al ocultamiento). De esos, seis fueron los meses que vivió en resguardo en este inmueble declarado Patrimonio Cultural Inmaterial en 2015 y que hoy recibe al curioso -principalmente europeos... franceses- en la entrada con placas en mosaico conmemorativas al décimo poemario que, a juicio del mismo vate, fue su obra más ferviente y además vasta: su 'Canto General'.

Desde arriba, ya en la ventana, una señora se asoma tras el timbre. Primero dice a viva voz que no hay nadie que pueda atender. A los segundos, y tras la insistencia, esa misma señora se introduce al interior de aquel apagado segundo piso. Otra voz retumba.

Entonces, sólo entonces, se rompe ese silencio. "¡Estoy harta de hablar!", lanza incómoda ahora la propietaria de esta emblemática residencia. Una que colinda con aquella estación superior del ascensor Lecheros (declarado monumento nacional) inactivo a raíz de un siniestro, de eso hace ya unos años.

María Teresa Aguilera, dueña de casa, irrumpe con sus gafas rojas, cabello corto y pinta de menesteres. Baja con la tranquilidad del que desciende de un colectivo pero que lleva décadas acelerando al empuje por este legado. Y ya son muchas las desilusiones. Eso según lo que nos revelará después. Al café.

En la residencia

De la resistencia a la gentileza, en un solo paso. O, más bien, 21 peldaños de una escalera que nos asciende en medio de icónicas imágenes, colgantes y objetos preciados de arte.

Durante más de una hora, ya en el interior de la casa, esta mujer, que es profesora de castellano, que aprendió a leer, sumar, restar y debatir con causa cívica a los cuatro años de edad, cuenta, se ha enfrentado a la aplastante fuerza de la desidia e indiferencia burocrática. Le han saltado las lágrimas. Ha llorado. "¡Las autoridades sólo aparecen para las fotos!".

María Teresa Aguilera tiene 52 años de vivir aquí. Llegó pequeñita, a los tres años de edad, junto a sus padres y un hermano menor (hoy en Concepción), en 1965, desde el cerro Florida. Primero acá arrendaron, y con ello, narra, el desconocimiento de la historia oculta que se tejía en este domicilio de dos pisos y un sótano... tal como aquel "secreto a voces que la gente del sector supo mantener". Vivienda que en la actualidad la acecha otro peligro: las termitas.

"Ahora estoy solita". Lo que María Teresa quiere decir en tono melancólico es que vive sola. Sin hijos y con sus padres ya fallecidos, sólo la acompaña "Marujita" quien es como su hermana menor, dice, y le ayuda en las labores domésticas desde hace más de 35 años. También vive un estudiante de contabilidad que le arrienda una pieza. Y un maestro ocasional llamado Guillermo Peñailillo que se encarga de las reparaciones, todas a costo de la propietaria.

María Teresa es de esas mujeres intelectuales, como bien diría el poeta más leído desde Shakespeare, "podrán cortar todas las flores, pero no la primavera". Así, luchadora, comenta en la senda nerudiana, que acá la historia es más sabida por los europeos que chilenos. "Me parte el alma que en el registro nacional no esté el concepto de refugio: empaparse de ese espíritu que significa estar en la clandestinidad".

Histórico día

El café humeante espera sobre la mesa. Un juego de comedor que sigue revestido, como hace siete décadas, por maderas nobles y donde el 19 de octubre de 1970, un año antes de recibir su Premio Nobel en Estocolmo, se sentó a la hora de almuerzo, por última vez, don Pablo Neruda.

Ese día arribó escoltado a las letras por el poeta Raúl Zurita y Víctor Arévalo. María Teresa recuerda aquel histórico momento: "Mi madre estaba cerrando la ventana, cuando en eso tocan el timbre. 'Buenas tardes, soy Pablo Neruda, ¿puedo pasar?'. A todo esto, mi mamá Luzmira cocina alcachofas... ¡se hicieron crema al llegar el vate!".

Tras las horas, Neruda le dejó una dedicatoria a María Teresa, ahora borrosa: acusa que no puede encontrar un corrector caligráfico para reparar aquel texto dedicado a pulso con una pluma en tinta verde. "Yo tenía nueve años, era muy adulta para mis cosas. Pablo estaba recién operado de la próstata, con sus cuidados. Nos contó que había venido porque en 1948 estuvo refugiado en esta casa". El retorno de Neftalí Reyes se debía a que se iba a filmar uno de los capítulos del documental "Historia y geografía de Pablo Neruda", en 1971.

Seguimos en el living, situado en la segunda planta, donde destellan coquetas botellas, caballitos de madera y antiguas vitrinas con loza fina a la luz de un enorme ventanal desde donde se aprecia imponente la bahía, el puerto y los cerros porteños. Un lugar de la morada que antes sirvió de habitación.

Más arriba, sólo queda un enorme y extenso techo que no se ha llovido jamás. María Teresa Aguilera se anima a darnos un tour. Aquí, por lo demás, cuentan con un libro de visita que han firmado, por citar, José Emilio Pacheco, premio Miguel de Cervantes 2009 y Volodia Teiltelboim. En medio de paredes color mostaza en degradado con la técnica que se aplica al mármol, las buenas vibras.

Así volvemos al principio. Más abajo. Tras sortear un falso clóset ubicado en la primera planta sobre el cual un timbre avisaba de las "visitas ingratas" a Neruda y quince peldaños en declive, irrumpe aquel escondite que sirvió de refugio al poeta. Allí, en el sótano, está el maestro al arreglo de unas luces. También se divisa un lavaplatos con cerámico y aquella ventana por la cual Pablo Neruda, sobre una escalera en punta de pie, observaba la vida nocturna del pasaje Quillota: pescadería, boliches de barrio, Teatro Chile; entorno donde pasó la aplanadora y hoy hay multitiendas.

Se palpa un suspiro. La gran preocupación de María Teresa es cuando se pensione: pertenece a la Corporación Municipal, donde su empleador es el alcalde Jorge Sharp y del cual, cuenta, ha habido nulo acercamiento. "Me dijo que fuera y hablara con una fulanita de Patrimonio. Sólo deseo que esta casa la postulen a algún proyecto que me facilite el camino y no que me lo hagan cuesta arriba". Un sinuoso periplo que en la época alcaldicia de Hernán Pinto, se pintó el frontis por el lado norte, trabajo donde sus padres pusieron la pintura y la alcaldía mano de obra. Ya durante la administración de Jorge Castro, había un proyecto interesante... que no se terminó: el sector que da hacia la avenida Argentina, quedó sin pintar. También se quería hacer una silueta iluminada con led de Neruda, "pero quedó en nada".

A futuro, ella no espera que esto sea museo porque, asegura, no hay nada que mostrar. Tampoco una fundación: le provoca prurito (comezón) esa palabra. Entonces, ¿qué le gustaría que fuera esta casa? Responde, ante sus molinos de viento: "Un centro artístico cultural. Que recupere la tertulia sin griteríos, donde comentar sobre libros. Una sala de exposición para incipientes, pintores, fotógrafos, músicos. Que sea arte".

Al final, para María Teresa Aguilar, vuelve el recuerdo de un día inolvidable, aquel 19 de octubre de 1970. Hoy como ayer: "Neruda tenía una ternura impresionante. Apasionado, mucha gente lo critica con ligereza como persona. Yo valoro al Neruda poeta. Me impresionó su altura, como mi padre, sobre el metro ochenta. Un intelectual acogedor. Ese día me hizo cariño. Fue paternal. Y felicitó a mi madre por las condiciones de la casa: fascinado que esto aún se mantuviera en pie. ¡Y ya han pasado 47 años de ese día!". María Teresa, esta vez, se asoma, pero para despedirnos con fineza. Y con la promesa de un retorno... así como un día hizo Pablo Neruda.