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Pequeños violinistas populares: el éxito de la orquesta murialdina

Hace algún tiempo el Colegio Leonardo Murialdo, del cerro Barón, decidió implementar una serie de talleres formativos. Entre sus orgullos está la orquesta infantil, que permitió a muchos niños cumplir el sueño de tener un violín propio.
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Sebastián Mejías Oyaneder - La Estrella de Valparaíso

Luego de una larga existencia creyendo que la educación integral se da sólo entre libros y cuadernos, los encargados del colegio Leonardo Murialdo, ubicado en la parte alta del cerro Barón, asumieron una postura muy distinta. "Si queremos formar sujetos integrales, tenemos que avanzar a que aprendan desde la misma práctica", fue la reflexión.

De ahí que tomaran la decisión de crear treintaitrés talleres extraprogramáticos, de la mano de la jornada escolar completa, que los estudiantes pueden o no tomar, dependiendo de los intereses de cada uno.

En estos tiempos esto de los talleres es una práctica extendida entre los colegios, sin importar el origen de su financiamiento, y los muchachos que van al Murialdo, de primero a cuarto miedo, los han recibido de muy buena forma.

Desde pequeños ya se están en formando en áreas como teatro, música, agilidad mental, deportes y otras tantas actividades, que quizás terminen marcando su futuro.

Todo eso motivó a una apoderada del colegio, Susana Jara, a enviarnos una carta para dar su apoyo a la pequeña orquesta de cámara, que por estos días, es como el orgullo de la comunidad educativa.

La intención de Jara fue dar a conocer todas las ganas que le pone Jorge Aqueveque, el profesor a cargo, en su trato con los 23 niños de quinto y sexto básico, que por más de un año han estado en el grupo.

"Siempre soñé con tener mi propio violín y acá lo pude conseguir", cuenta tímidamente la pequeña Martina Herrera, quien está en la orquesta desde el primer momento.

"Esos violines ya son parte de ellos, pero los tienen en comodato. Ante cualquier falla, el apoderado se deberá hacer cargo de la reparación o de la compra de uno nuevo", afirma la coordinadora del área extraprogramática, Cynthia Bermúdez.

Ella es la mujer que está detrás del proyecto, que surgió con la visita que hizo una orquesta infantil al cerro Barón, proveniente del sur de nuestro país.

Orígen de la orquesta

Doce violines, cuatro violonchelos, cuatro violas y percusionistas, forman el núcleo de la orquesta, comandada por el profesor Jorge Aqueveque, sicopedagogo de profesión y músico por vocación.

Todo partió con catorce niños a los que, cada año, se iban a ir sumando cuatro. Pero no pudo ser así.

Fue tan grande la motivación del colegio, que hoy son 23 los integrantes, que tocan tanta música como aprenden otras asignaturas. Si de matemáticas cuentan con seis horas semanales, más de cinco horas practican, individual y colectivamente, sus instrumentos musicales apoyados por Aqueveque.

Lo interesante es cómo se gesta la orquesta. Lo regular y que pasa en casi todos lados, es que los niños audicionen y sepan cuáles son sus características, a ver si les puede llegar a ir bien en música. Acá eso no existe. No se considera que las habilidades sean innatas, sino que forman parte de algo mucho más extenso, dadas por el nivel de práctica e interés que muestren por el instrumento.

Acá lo que se pidió a los padres de los interesados, en un principio, es que mantuvieran un nivel importante de participación. La responsabilidad ante todo, para que así el estudiante no se encuentre solo en todo esto. Por eso que los primeros en ingresar, fueron los hijos de aquellos que más asistían a las reuniones de apoderados.

"La selección es a través de ellos. De su voluntad de trabajo y de presencia. Queremos a personas que se ocupen de sus hijos. Por ejemplo, que vienen al colegio y a sus reuniones. Después están los ensayos individuales, que deben ser realizados de la mano de los padres", sostiene el director de la orquesta murialdina.

Estudiantes integrales

Pero cuál es el objetivo que tiene la orquesta, con respecto a las habilidades de los niños. Aqueveque es tajante: no es formar buenos violinistas, sino más bien a gente que tenga un abanico amplio de posibilidades y que vea el mundo desde muchas más perspectivas.

Sólo así se conquista la felicidad, no por medio de ideas fijas y limitadas. Eso cree el profesor y esa es la razón por la que, entre los temas que tocan, hay pura música popular chilena y latinoamericana. Luchín de Víctor Jara están interpretando hoy día, además de unas cuecas choras y cumbias, todas muy alejadas de la docta música que debería tocar una orquesta.

Hay cuatro grandes aspectos formativos, detrás del desarrollo musical en una orquesta: La profesionalización del instrumento y ser un experto en él; doble vocación, es decir, seguir con la música a la vez que se estudia una carrera profesional; la inquietud del saber; y la socialización.

"Lo otro es que aquí pueden conseguir una heterogeneidad que en clases no se da, pero que afuera, en la calle, sí. Ellos tienen que empezar a conocer lo que se encontrarán cuando salgan al mundo", cree Jorge Aqueveque, quien tiene en su horizonte la felicidad de sus pequeños discípulos.

Todavía eso sí, nada de música docta. La pasión de este profe es el jazz, que combina perfectamente con su profesión principal, de sicopedagogo. Incluso tiene un par de composiciones propias que, con un cuarteto, toca en distintos festivales de jazz e improvisación en los que participa.

Padres tras la música

Detrás del ensayo individual, dos comprometidas madres esperan a que sus hijos terminen: Claudia Jiménez y Joseline Vargas. La primera va constantemente a las reuniones, como miembro de la directiva, y la segunda trabaja en la cocina del Leonardo Murialdo.

En el caso de Jiménez, es madre de uno de los mateos de séptimo año, Claudio Tapia, que tiene doce años. Se siente "murialdina, murialdina", comenta, porque un hijo ya egresó de cuarto medio y éste es el regalón que le va quedando en la enseñanza básica.

Hace un par de meses, cuenta Claudia Jiménez, su hijo se anduvo desmotivando de la banda, por cuestiones de estudio. El estrés y su autoexigencia por conservar el primer lugar, fueron las causas de su agotamiento, sin embargo, ella lo motivó a seguir.

"Conversé con él y le dije que esto no lo tenía cualquier niño. Ahí tomó conciencia de que se estaba perdiendo de una gran oportunidad y le volvió a tomar el gusto a su violín. Es una edad complicada, está en séptimo y tiene doce años", argumenta la madre de Claudio.

La presentación que tuvieron como grupo, terminó por motivar al pequeño Claudio a seguir adelante. El público, los aplausos y los buenos augurios del profe Aqueveque, terminaron por convencerlo. Quizás eso último sea lo que más destacan padres e hijos: el nivel de compromiso que tiene el director de la orquesta.

"Aparte que siempre nos incluye a nosotros, como apoderados, en el aprendizaje. Venir y compartir con él, es una muy buena experiencia", recalcó la madre de Claudio Tapia.