Voy a votar por el Frente Amplio en las próximas elecciones y una de las razones es que me interesa la existencia de una alternativa real, no como MEO o Parisi, a los partidos tradicionales. Otro motivo es que me gusta la idea de un partido que, de una vez por todas, represente el descontento para convertirlo en Gobierno y creo que el Frente Amplio tiene todas las posibilidades de hacerlo, pero se está perdiendo.

Se está perdiendo entre sus militantes que presentan sus candidaturas en sectores acomodados, como el Barrio Bellavista o Providencia, y hablan solamente con medios que se dedican a la política formal y dejan de lado a las fuentes ciudadanas.

Me estoy decepcionando del ego enorme, que quedó de manifiesto esta semana, porque creo es mucho más importante el proyecto que conseguir un cupo en el parlamanto.

¡Cabros, avívense, que mucha gente todavía les tiene fe!

Juan Pablo Iglesias

La política se quiera o no está determinada por el conflicto entre una serie de identidades, con el objetivo de conquistar terreno y poder en el espacio político nacional, local, o sencillamente para dar solución a un determinado problema.

Si en un momento de la historia esas identidades estuvieron marcadas por la rivalidad entre burguesía y proletariado, hoy día no es más que un juego entre una izquierda y una derecha, que ya no identifican a nadie entre la gente sencilla. Ahora bien, si esa dualidad quedó atrás, salvo en el debate de unos pocos iluminados, ¿Cuál es la dialéctica identitaria capaz, hoy día, de representar las necesidades políticas que el país requiere?.

Me pongo en el caso de un pastor evangélico (cualquiera menos el pastor Soto, claro), que conoce de cerca la realidad de los sectores más desfavorecidos de este país, y que puede, en muchos casos, estar en contra de la precariedad de las poblaciones, el trabajo mal pagado y la ausencia total de derechos sociales. Pero como el hombre no está de acuerdo con el matrimonio homosexual, termina siendo tachado como un facho, que avanza con las ideas más derechistas de nuestro país.

Así es como las clases marginadas, que están presentes en todas las naciones, terminan identificándose con el primer populista que aparece, contradictorio y de buena oratoria, que le planta cara a los partidos hegemónicos y le ofrece a los trabajadores, como hizo Trump en Estados Unidos, seguridad y mejores condiciones laborales.

Mientras las fronteras de la política, en nuestro país, sigan así de difuminadas, de la mano de un debate pobre; y malas condiciones en salud, educación y trabajo, somos susceptibles a la irrupción de un personaje que, con discursos y acciones fuertes, termine por remecer el tablero de la política.

Hernán Cortés Sepúlveda