Secciones

V16: en el último recorrido del auto regalón de los colectiveros

Las empinadas calles cerro arriba y avenidas en el plan porteño parecen cubrirse de un 'deja vu' al camino: hordas del mítico sedán nipón aún avanzan en manada. La Estrella fue tras la senda de un clásico, antes de su adiós del mercado.
E-mail Compartir

Guillermo Ávila N.

Christian Jelvez nos traslada en su móvil. De hecho, él es nuestro móvil al laburo -y guía- para este tema. El viento, a esta hora de la tarde, en el ombligo arriba en la República Independiente de Playa Ancha, golpea el rostro. La ruta ya está trazada.

Sonreímos. Concentramos. Hasta que una fecha de caducidad a lo que nos convoca, pone freno.

Su mano izquierda decide hacia dónde nos movemos. Eso mientras al retrovisor, ya cuesta arriba, asoma el lente del gráfico por la ventana a la caza de lo que nos tiene pendiente, esa especie de Santo Grial a la potencia de las cilindradas nostálgicas del gremio colectivero y taxista, no sólo en Valparaíso sino en todo Chile: el popular sedán V16.

Hablamos del modesto caballito de batalla del fabricante japonés Nissan, que tiene porqué inflar carrocería... al ego: supo reinar por casi dos décadas en las avenidas y terrenos más escarpados, como pocos. Allí, donde antes se hicieron fuertes al dominio transportista los Peugeot 404, luego el Hyundai Pony, Lada (rusos con licencia italiana de la Fiat) Samaras y los Monza, el V16 también marcó una época dorada.

Si al V16 lo medimos con la vara de la ley de gravedad, todo lo que sube... tiene que bajar. Así, que este superventas en el mercado latinoamericano haya dicho adiós hace un par de meses debido a mayores exigencias de seguridad, de acuerdo a su casa matriz, obliga un paso adelante al modelo Tiida.

Tapas negras y rojas

Nuestro mentor pisa pedal por las avenidas porteñas. Semáforo en rojo. Al alto, puerta con puerta, un taxista corrobora el rendimiento del V16, a viva voz: "¡12 kilómetros por litro en ciudad y 16 km por litro en carretera! Un tapa negra, mexicano", revela extasiado. "Definitivo", se escucha al lado, un aspecto clave en su calidad (y que ya detallaremos).

Christian es pausado. Habla con lujo y detalle de esta pasión. Sus palabras son capaces de transmitir sus pensamientos a la velocidad que él desea. Sabe del rubro. Creció en una familia tuerca. Su padre, Bruno Jelvez, llegó a ser presidente del Sindicato de Microbuseros de Valparaíso. De tal palo, tal astilla, dicen: Christian es técnico mecánico egresado del Inacap con experiencia -además- en navieras. Y claro, automóviles.

"Está tan bien hecho con respecto a la relación que tiene la caja de cambio y el diferencial, que el auto en subida es uno de los más rápidos hasta la fecha", certifica Christian al horizonte inclinado de los V16 que, como sherpas a la carga Himalaya o porteadores en Camino Inca a Machu Picchu, acarrean hasta cinco o seis pasajeros, sin despeinarse. Todo en tercera marcha por la siempre respetable subida Carampangue.

Más arriba, a la altura del V Sector playanchino, en calle Iquique, un taller rompe el silencio del entorno. Allí, al cambio de aceite, balatas y tambor de frenados, precisamente en Taller de Frenos Ibáñez, su propietario, Ramón Ibáñez, desclasifica, pieza por pieza, los atributos (y algunas pifias) de este fetiche sobre ruedas. "El mejor Nissan V16 era el que llegó hasta el año 2000. Porque era japonés", dice.

Ahora lo confirma Ibáñez, máxima que ya antes Christian había comentado con sapiencia: que el V16 de tapa roja nipón es de mejor estándar que el de tapa negra mexicano. "Los mecánicos le llaman tapa roja: era el mismo motor que tenían los Sentra. Este V16 de tapa roja es de motor rápido".

Y añade, más embalado: "Después del año 2000 aplicaron mano en México, y desde el 2007, casi todas las piezas ya eran elaboradas en fábricas de allá". A juicio de Ramón Ibáñez, el modelo desvió un tanto su rumbo: "Se sacaron algunas cosas. Por ejemplo, el disco de freno, antes era ventilado. Del 2000 en adelante, era sólido. Y al ser así, la frenada no resulta tan buena. Además el ventilador enfría más rápido el disco. Y sacaron la barra estabilizadora que declinó algo en su calidad pero, aún así, el vehículo seguía -y sigue- siendo buenísimo, aunque es fácil de robar", redondea ya con su jornada al cierre.

En el nicho de coletos

El V16 se llama así por sus 16 válvulas: cuatro válvulas en cada cilindro, dos válvulas de admisión y dos válvulas de escape, "entonces, por tener esas características, el vehículo ha dado mejor resultado como colectivo", explica Christian, ya con el volante encaminado al epicentro de las rutas de dos líneas de colectivos, las 130 y 114. Esas tapizadas en hileras a los blancos y amarillos, que salen desde Parque Italia en dirección a cerro La Cruz, hasta perderse por callejuelas empedradas.

Ahí, divagando entre el manubrio y la caja de transmisión de un V16, Mario Castro, del recorrido cerro La Cruz- Plaza Victoria, le tira puras flores al coche en cuestión. "Se agarra bien cuando llueve. Además, todos los repuestos son baratos". Reclina su cabeza. Se bajonea: "Me parece mal que no lo sigan fabricando". Cinco segundos después, alaba: "Es muy bueno: superior a todos... jala pa' arriba; cuando llueve, todos los compadres sobre ruedas arrugan, pero este auto es espectacular", avala en onda.

Desde el exterior del coleto, otra voz, que no del cantante ex Prisioneros, opina, a la vez que no deja de lustrar "su joyita". "Soy chofer de la línea 130. Aquí el que más abunda es el V16, que la lleva. ¡Y más aperra!", sentencia Jorge González, sin dejar de lado sutilezas: "Más encima, los repuestos y mecánica, son baratas".

Víctor Rojas tiene 22 años al manejo de la línea 14, cerro La Cruz. Al dominio del V16, cuenta que lleva 13 años. Resalta su economía. Y valor todoterreno: "En las subidas voy en pura segunda". Sin embargo, como a su socio Mario Castro, la no más fabricación del V16... tiene mal a Rojas: "Hace tiempo que dicen que va a quedar descontinuado. Es malo para nosotros, no nos da seguridad".

Rato después, al enfilar su V16, a cierta distancia, se percibe como si estuviera montado sobre un Gran Torino. Aquel motor del sedán le brinda actitud, tal Clint Eastwood al volante.

Christian Jelvez parte de Parque Italia. Se persigna. El rastreo callejero le provoca complementar la charla técnica con otro caperuzo en la temática. Descendemos.

Compañero fiel

Engrasado en lo suyo, para José Riquelme, mecánico porteño, las gracias del bólido nipón -así lo creen algunos- van en paralelo con la continuación del 150-Y, clásico miembro de la familia de los Nissan. Una vuelta de tuerca a la historia. "Ese auto en los años ochenta era buenísimo, casi con las mismas características del V16. Que le den filo a este último, mal igual. Claro, se entiende a los fabricantes: la seguridad es importante".

Riquelme opta por poner balanza al análisis: "Abarataron demasiado los costos porque era bueno... el motor nunca sufrió variaciones, solamente en tecnología". Si bien la economía del vehículo no varió, eso, a criterio del mecánico, hace del V16 un modelo eficiente como coche colectivo.

José Riquelme retoma analogía. De hecho, el 150 Y traía cadena; el V16 con correa, el primero, "y después vino con cadena, porque mejoraron el motor. Esos eran los cambios, pero en carrocería era la misma". Y, otra vez, confirma lo que todos estos expertos al recorrido defienden como hueso santo. Su Santo Grial: "El tapa roja era un vehículo muy bueno. El japonés", desliza antes de la puesta de sol.

Christian enciende la máquina. Pone marcha. Se persigna. Vuelve y elogia al V16, aquel que condujo por primera vez en 2005. "Esos últimos baluartes", dice, unos que van quedando atrás en nuestro camino.