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Valparaíso en tiempos del cólera

Un recorrido por las investigaciones del académico Mauricio Molina nos muestra una ciudad atemorizada por la epidemia proveniente de Argentina. Sus consecuencias las vivimos hasta nuestros días; entre ellas, la salud pública.
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Sebastián Mejías Oyaneder - La Estrella de Valparaíso

Hace unos días, en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, el profesor Mauricio Molina habló sobre una investigación que está llevando a cabo y que pronto publicará, llamada "El caso de la epidemia de Cólera de Valparaíso, 1885-1887. Los significados para la salud e higiene de la ciudad".

En la conferencia, que se enmarcó en las V Jornadas sobre Historia de Valparaíso, Molina hizo hincapié en el impacto social que tuvo el arribo de "coléricos", a través la Cordillera de los Andes, a los confines de nuestro Puerto, que pasaba por un desordenado desarrollo.

Todo eso terminó provocando el miedo a una muerte repentina, y con efectos masivos, en un Valparaíso que crecía económicamente entre la aristocracia y esos nuevos trabajadores que aparecían, desde el campo, en búsqueda de trabajo y una vida más digna.

"Sumado a lo anterior, las condiciones sanitarias hacían difíciles la vida de la mayoría de la población, pues la presencia de enfermedades como la influenza, viruela, difteria y otras, ocasionaba severos daños entre los habitantes de la ciudad", apunta Molina.

El académico de la PUCV presentó las epidemias como un fenómeno cultural.

A su juicio, toda epidemia, en este caso el cólera, es expresión de una crisis social. Y si no es así, termina provocando una crisis social, desde el punto de vista de la moralidad o religiosidad de una época

"La naturaleza de la muerte permitía a las personas tomar el tiempo que fuera necesario para recibir a los familiares que venían de lejos, o al cura para recibir los sacramentos, logrando alcanzar o cumplir con los preceptos necesarios para conseguir ser perdonados. Por otro lado, tenemos la muerte violenta y colectiva con connotaciones distintas, ya que posee otros elementos que condicionan al hombre, bajo situaciones en las cuales no existe otra posibilidad que buscar a Dios", relató Molina al público asistente.

Locos por el miedo

El anterior habría sido el contexto en el que aparece la epidemia del "cólera morbus o asiático", como se le denominaba en esos años.

El estudio realizado por Mauricio Molina asegura que "cuando esta enfermedad amenazaba con invadir desde Argentina, por la vía de la cordillera de los Andes, se generó una sensación de temor y ansiedad en la población y de las autoridades y médicos por buscar formas de evitar el mal, o determinar los tratamientos terapéuticos más apropiados".

Aún así la enfermedad, según las cifras que se manejaban en la época, no gozó de consecuencias trágicas en el ámbito demográfico, ya que su mayor impacto se percibió a nivel sicológico, a través de los temores y representaciones que se tenían en torno a la muerte.

"Contaba este distinguido caballero (Carlos Vattier) que había presenciado cuadros verdaderamente conmovedores y entre otros un saltimbanco, vestido de traje de payaso medio muerto en la calle. Los doctores también presenciaron escenas tristes como, por ejemplo, un hombre muerto en un rancho y un perro a sus pies que ladraba a los que querían aproximarse al cadáver. Por lo general, la epidemia ataca a las personas desvalidas y cuyos hábitos higiénicos brillan por su ausencia", relataba el diario El Mercurio, en una crónica que salió a las calles hacia el 1 de enero de 1887.

Comunes eran los cuadros de temor y ansiedad, el miedo constante ante el flagelo de la epidemia, la compresión del cólera como un fantasma o la representación del mal. Las ideas que rondaban eran tan variadas, que el cólera dejó consecuencias directas en el imaginario privado, y también común, de las generaciones posteriores.

Llegó por la cordillera

Historias como esas repletan el archivo histórico de los diarios locales de época. Algunas dan cuenta, incluso, de los amplios operativos policiales que se establecieron en puntos cordilleranos, como Hijuelas o La Calera, con el objetivo de controlar el libre tráfico de personas provenientes de Argentina.

Pero el cordón establecido era enteramente ineficiente, alegaban los diarios, "pues fue confiado a la guardia cívica y habido entre los mismos que la conformaban desórdenes vergonzosos debido a la embriaguez uno de ellos se fugó y en su huida llegó a usar su arma, haciendo fuego contra el comandante de policía. Se colocaron tres cordones concéntricos y se sometieron a estrictas cuarentenas y minuciosas fumigaciones a todo el que tenga que atravesarlo."

Lo que dejó el cólera

Una de las grandes consecuencias heredadas de la epidemia, o de la alta percepción que se tenía de ésta, es el surgimiento de los primeros centros públicos de salud, nacidos de la mano con la gran expansión de las ciudades, en cuanto a hombres que llegaban desde el campo.

Si antes las enfermedades habían sido tratadas desde la individualidad, desde el cólera en Valparaíso se transformó esa idea, con la creación del Consejo Superior de Higiene.

Se promovió también, a raíz de las necesidades populares, la sanitización de los espacios, el aire, el agua, el suelo, en beneficio común de las ciudades no sólo en esta zona, sino que a lo largo de todo el país.

En ese sentido está la apertura de los grandes espacios públicos, extensas y concurridas avenidas, para favorecer la circulación del aire y, con ello, el retiro de enfermedades virales. Fue así que surgió, cuenta Mauricio Molina, la avenida Brasil, como consecuencia directa de la epidemia de cólera.

Pero más allá de la repercusión material de la enfermedad, el objetivo fue contribuir, también, a la transformación de las conciencias de los chilenos.

"La idea y la percepción de que una ciudad sana, es una ciudad culta y moralizada", dice el investigador, fue tópico común en los círculos políticos de nuestro país. La idea era moralizar a los habitantes y con ellos las actitudes políticas, en el desarrollo de leyes, para contribuir al nuevo imaginario que estaba por nacer.

Y con ello, un punto que hasta hoy no se soluciona, relacionado a la disminución del número de pobres, con el desarrollo de políticas que fortalezcan su desarrollo. Gran parte de nuestra cotidianidad en el uso de los espacios públicos, hospitales, cementerios, se funda en ese fantasma que recorrió nuestra ciudad a fines del siglo XIX, llamado cólera.