Nicole Valverde S.
Don Antonio Flores, de 80 años, llega todos los días al corazón de la Plaza Victoria para ayudarle a su esposa, Bernardina Méndez, a instalar los juguetes que ella vende a los niños y niñas que transitan por el lugar.
Antonio y Bernardina han caminado juntos casi toda la vida, desde que él decidió dejar su trabajo como tripulante mercante de buques extranjeros para estar con ella y formar una familia, de la que nacieron sus cinco hijos.
Ahora había que buscar cómo ganarse la vida, y don Antonio pensó: "Uno tiene que trabajar con la cabeza y no con la fuerza". Fue así que recurrió a todos sus dotes artísticos para generar lucas; fue cantante, payaso, hacía show de marionetas, e incluso trabajó en eventos infantiles.
El primer viejito
Estaba en Antofagasta cuando le pidieron encarnar al Viejo Pascuero, y al ver que dio resultado, una vez que regresó a Valparaíso, cada víspera de Navidad sale a las calles con su traje rojo, la barba blanca, y un saco cargado regalitos para los niños y niñas.
Yo les digo: "¡Niños, yo soy el Viejito de verdad. Los demás son de verdura!".
Han pasado casi 40 años desde la primera vez que se vistió de Viejito Pascuero, pero la magia que se crea entre él y los pequeños sigue intacta. Los chicos se le acercan con sus caritas de inocencia, ojitos brillosos, y le dan un gran abrazo apretado.
Como la pequeña Rocío Arriagada Araos, de 4 años, que transitaba con sus papás Walter y Susan, y al ver el Viejito se acercó muy afectuosa para contarle que se había graduado del jardín, y que en su carta le pedía una bicicleta.
Y la Isidora, que cada vez que puede corre hacia los brazos del Viejito Pascuero de la Plaza Victoria.
Pascuero emocionado
"Yo creo que la felicidad de un niño no tiene precio", dice Antonio, quien se emociona al recordar algunas historias que lo han marcado profundamente en su labor de Viejito Pacuero.
"He visitado a los niños y niñas del Sename, y a los que permanecen internados en el Hospital Carlos Van Buren, lo más triste es verlos sufrir. Me impacta ver a las guaguas que están en los hogares, tan pequeñitos y sin sus papás... o alguien que les brinde amor", lamenta el Viejito Pascuero de Plaza Victoria.
Bernardina confiesa que a veces Antonio regresa a la casa llorando, muy afectado por la triste e injusta realidad que viven algunos pequeñitos en nuestra sociedad. En su hogar se desahoga tranquilo. Porque como Viejito Pascuero debe mantenerse alegre, fuerte, amoroso y optimista para brindarles algo de felicidad a los niños.
Pero sin duda la experiencia que más marcó a Antonio la vivió en Chuquicamata. "Me contrataron para que fuera a entregar los juguetes a los hijos de los mineros. Y justo en ese tiempo había ocurrido una explosión en la mina, un accidente grande. Y pasó que para esa Navidad un niño -de unos seis años- se abrazó a mí y me dijo: 'No quiero regalo, quiero que me traiga a mi papá...', relata emocionado.
Y ahí vienen más niños, con esos abrazos sinceros y desinteresados que reconfortan a este noble Viejito Pascuero, que retoma la magia: "¡Jo, jo, jo!. ¡Has crecido mucho!. ¿Cómo te has portado?. ¿Te fue bien en el colegio?. Recuerda no hacer rabiar a la mamá...".