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"¡La antipoesía ha muerto, viva la poesía!"

"Superar a Parra sería el mejor homenaje que podría hacérsele", aseguró Cristián Warnken.
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Sebastián Mejías Oyaneder - La Estrella de Valparaíso

Cuenta Cristián Warnken que conoció a Nicanor Parra en la época del "Noreste", un periódico en el que participaba y que se publicaba en la década del '80. "En esa época Parra estaba muy solo, muy aislado, nadie o casi nadie lo iba a ver. Todavía estaba la leyenda negra de su encuentro con la mujer de Nixon, que no eran más que tonterías, beaterías de la izquierda local", relata el escritor.

Recuerda que lo llevó de vuelta a Santiago, desde un lugar en las afueras de donde estaban, detuvo el auto y le dijo que en ese mismo punto había empezado a escribir "El hombre imaginario".

"Era la hora del crepúsculo y un grupo de evangélicos cantaba en una esquina. Nunca voy a olvidar ese momento ni tampoco varias conversaciones para mí memorables", asegura Cristián Warnken.

Tiempo más tarde, Parra incluso colaboró con el "Noreste", un diario considerado "under", sobre el cual dijo que era "la poesía de pasado mañana".

Warnken, actual director de la Editorial UV, considera que la obra de Parra "transforma, deconstruye, demuele toda la poesía chilena e hispanoamericana anterior. Poesía que conocía al dedillo, de memoria. No se puede destruir sin conocer íntimamente al enemigo. Aunque en realidad, ese enemigo -la poesía que Parra supera- es el fermento de la misma antipoesía. Sin siglo de oro español, sin Lorca, sin las poesía popular chilena, incluso sin Huidobro, no hay Parra".

Para Warnken, la antipoesía "no es más que la poesía oculta en las conversaciones y él habla de la calle, en nuestra propia habla. Al menos esa es su definición provisoria".

A su juicio, ni los chilenos ni los poetas pierden "sino que ganan con la muerte de Parra. Porque murió un hombre, finito como todos los hombres, pero la antipoesía recién comienza hoy a vivir".

-¿Tenía algún objetivo Parra con su antipoesía?

-Bajar a los poetas del Olimpo, para subirse él como Dios único.

Ahora no queda preservar nada, concluye el conductor de "La belleza de pensar", porque eso sería momificar la antipoesía, "una gran contradicción. Ahora necesitamos que venga un nuevo poeta o generación de poetas que le hagan un golpe de estado a la antipoesía y nos devuelvan el canto. Superar a Parra sería el mejor homenaje que podría hacérsele, lo mismo que él hizo con Mistral, Neruda y Huidobro... ¡La antipoesía ha muerto, viva la Poesía!".

El policlínico de los libros

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La enfermedad de los barcos

Hijos mayores en retrospectiva, padres como fuera del tiempo, como si nunca hubiesen sido contemporáneos, como si nunca hubiesen compartido la incertidumbre de lo familiar y recuperaran la extrañeza anterior a nosotros. En el fondo, el psicoanálisis es la narración del niño; no es la historia familiar contada desde los padres, aunque a la vez, todos somos hijos. Ser padres, aunque resulte paradójico, es secundario. Lo realmente crucial es ser hijos, y cómo ser padres desde ese lugar, que es el lugar, tardío, que Edgardo Cozarinsky narra "Huérfanos", relatos escritos con claridad cinematográfica.

En el primer relato la ausencia es la madre, que además muere dos veces: una de mentira y la otra de verdad. Un hijo que creía muerta a su madre, de quien alejan al año de vida, viaja a enterrar a su madre que está retenida en la morgue, en espera de que su hijo firme un documento que autoriza su entierro en "campo no consagrado", si es que un muerto puede esperar. En este relato está en pugna la cultura occidental con lo precolombino, digamos que se trata de lo anterior, y ambas culturas son unidas por la muerte de una bruja, una mujer censurada por la historia familiar erigida por el padre etnógrafo y los tíos paternos.

Todos los relatos están narrados desde el regreso: alguien vuelve a revisar la verosimilitud de su origen, que siempre es, si no falso, confuso. En "Huérfanos" quedan de manifiesto dos cosas centrales: la extrañeza de lo familiar, y que el principio constituyente de lo familiar es la exclusión. Piénsenlo bien, la familia es un conjunto exclusivo, por tanto siempre marginal.

"La huida", el segundo relato, es una nouvelle sobre la búsqueda del padre, de un segundo padre que debiera ser el primero; el hijo comienza un último dibujo, viaja al fin del mundo como en los relatos de Verne, y resulta desdibujado. El hijo entra en el terreno donde el hombre ya sólo puede ser un muerto, entra en la quinta estación, ha recuperado la extrañeza de lo vivo desde lo vivido, ya no como el niño que habita la extrañeza de lo vivo por habitar: "Pero él ya era indiferente al tiempo, al paisaje, aun a los días pasados en busca de un padre que ahora había decidido olvidar".

Lo político es gobernar el olvido, aceptar que el yo es un personaje ficticio. Por eso la moda autobiográfica es tan aburrida, porque no hay extrañamiento de sí, todo lo contrario.

El tercer relato, "La despedida", confirma lo pesquisado anteriormente. Y como sucede en Valparaíso, prefiero no dar pistas.

"Huérfanos" es un libro sobre la familia, sobre el hijo, contra la literatura de los padres, donde la autoridad siempre falsea el discurso. Cozarinsky narra el momento en que un hombre ha conseguido el desencanto, y se regocija, y narra la historia de todos.

En definitiva, el título nos muestra otra comprensión de lo filial: no podemos si no ser huérfanos. La orfandad como condición última y primera del sujeto, a pesar de su historia familiar o a propósito de la misma.

TÍTULO: "Huérfanos"

AUTOR: Edgardo Cozarinsky

EDITORIAL: Lecturas Ediciones