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La eterna lucha contra la pasta base en las calles de la región

Testimonios de sicólogos, especialistas y personas rehabilitadas arman un panorama de lo que significa actualmente ser un adicto a las drogas y de la lucha que se da constantemente por tratar de dejarlas.
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Sebastián Mejías Oyaneder - La Estrella de Valparaíso

Si es por el mito y a causa de repetir una misma idea infinidad de veces, que creemos que la pasta base es una droga que se consume mayoritariamente en sectores de escasos recursos, la realidad nos cuenta otra cosa.

Sicólogos que trabajan con adictos a esta y otras substancias, junto con pastores cristianos que alguna vez la consumieron, saben que el problema es transversal y cruza todas las clases sociales y estratos.

Profesores universitarios, profesionales, gente con mucho dinero y otros que, con suerte, tienen qué comer. La historia de los centros de rehabilitación no excluye a nadie, dentro de ese 1.2% de personas que a nivel regional probaron la pasta base el último año.

En total la cifra está representada por 12.264 personas que, de las 876.000 que viven en la región, cayeron presas por la "Cocaína Total" en la zona, esto es, la sumatoria del consumo de cocaína y de pasta base de cocaína.

La presencia física de un adicto a la pasta base se asimila, dicen los entendidos, a la de un muerto viviente, que no come y no tiene sentimientos, salvo por el de fumar.

José Luis Cáceres, que es sicólogo del Centro de Rehabilitación Tiempo de Crecer, conoce de cerca las consecuencias físicas y sicológicas de un acto que, apenas, dura unos cuantos minutos de "placer" para quien lo realiza.

"Lo más notable es la pérdida del peso y de la talla en la persona. Alguien que ha consumido pasta base por tiempo prolongado se ve más delgada e, incluso, un poco más chica de estatura", asegura.

Las otras secuelas físicas tienen que ver con las complicaciones en la piel, producto de fumar la droga bajo el sol y buscar la deshidratación, además de una despreocupación por el aseo personal. "Es una droga tan estúpida", comenta José Antonio Araya, director y pastor del Centro Remar, que está en el Barrio Puerto de Valparaíso, refiriéndose a los efectos sicológicos.

"¡Un minuto dura cada papelillo y pum!", insiste. Luego viene el efecto, en donde predomina la persecución personal, la ansiedad y una imaginación negativa que todo lo convierte en paranoia.

"Que vienen Carabineros o tu familia a verte, que están golpeando. Ahh, es algo bien complicado", dice.

La vida del adicto

La pasta proviene de la costra de lo que queda en la olla en donde se prepara la cocaína. Son los elementos que se desprenden de la hoja de coca sin refinar, combinados con ácido sulfúrico, queroseno, cloroformo, éter o carbonato de potasio, entre otras cosas.

Hace seis meses que José Antonio Araya trabaja en el Remar de Valparaíso, encontrándose con una situación que puede ser compleja de resolver. A su juicio, esta ciudad está plagada de todo tipo de sustancias, a las cuales se puede acceder muy fácilmente, claro, cuando hay plata de por medio.

Si no, habrá que recurrir al último recurso que uno se puede imaginar; ese que recuerda José Antonio ocurrió veinte años atrás, cuando ya lo había perdido casi todo, incluida casa, familia, amigos, y no encontró nada mejor que tomar Coca-Cola con diluyente, porque la necesidad era grande y no quedaba nada para vender en la casa.

Fue ese momento, en el que decidió tomar partido por voluntad propia en un tratamiento de tipo espiritual: el que halló en Remar. "Para eso todo depende de la personalidad de la gente, de la voluntad, de la fortaleza o el entorno familiar", recalca. Ya no está seguro José Antonio de si esto se debe a que, "a veces no se tiene nada para perder, ni siquiera la dignidad".

Se trata primero, para él, de recuperar los valores primordiales para el ser humano. Uno de ellos es la dignidad que, por 17 años, siente había perdido, pasando por una época de cinco años en la que vivió en la calle. Y se levantaba bien temprano en la mañana, sudado entero, con la mano temblorosa, a la espera de que se abriera el primer bar de turno, en el que barría el piso para que le dieran una caña de vino.

José Antonio no se explica cómo es que llegó a pasar veinte años borracho, fumando pasta base. Partió cuando tenía catorce y veía a su padre que era un trabajador alcohólico, que no consumía ningún otro tipo de drogas, y a su madre que era trabajadora y que juntos no habían hecho otra cosa más que dárselo todo.

Posibles causales

En el Centro de Rehabilitación Tiempo de Crecer que está en 5 1/2 oriente, creen que el consumo de una sustancia se convierte en problemático, cuando impide el desarrollo de una vida social plena. Con frecuencia los adictos a la pasta base se olvidan de sí mismos, y de su realidad, para convertirse en espíritus de lo que eran.

Es precisamente eso, lo que alguna vez fueron, lo que pretende recuperar el completo equipo de profesionales que, en este centro de rehabilitación, trabaja de la mano de los pacientes. Que éste se desmarque de lo que es considerado como consumo problemático- retornando progresivamente a un nivel de vida "normal"- o lograr sus abstención definitiva a la sustancia que lo alteraba.

Una buena parte de las personas con las que trabaja, se encuentran aferradas a la pasta base, no por ello, son encasillables a un tipo de clase social. Cáceres asegura que entre lo que le ha tocado ver, hay intelectuales que al no poder obtener la sustancia que cotidianamente consumen, compran aquella que con más frecuencia se comercializa en el mercado negro.

Las cifras que entrega la PDI, a través de la Brigada Antinarcóticos, son claras: en el transcurso del pasado 2017, la incautación total de pasta base alcanzó el 1.134.108 gramos sólo en Valparaíso, es decir, más de una tonelada no alcanzó a ser vendida.

De esta forma el "mono", como se conoce vulgarmente a la pasta base, se ha ido transformando en la sustancia más cotizada por los consumidores.

"Por lo que me han contado mis pacientes, en las poblaciones hay un mercado extendido de pasta base, que no se encuentra con tanta facilidad en otros lugares, donde hay otros mercados, como el de la cocaína o la marihuana. Uno podría decir que es el mercado, más que el paciente, el que está focalizado por territorio o condición social", cuenta José Luis Cáceres de Tiempo de Crecer.

Sin importar lo que se consume- asumiendo que hay otras tantas cosas que modifican nuestro organismo, algunas de ellas legales, como el café, el tabaco o el alcohol- este sicólogo de Tiempo de Crecer es tajante cuando afirma que para que el adicto lo sea, debe estar en juego su cotidianidad social. Ya sea en el trabajo, en pareja, o en familia, la droga no debe traspasar los límites del funcionamiento normal.

"El consumo no hace la dependencia", sostiene Cáceres, argumentando que hay una vida detrás del paciente, que no está siendo tratada y que influye directamente en su modificación de hábitos de consumo. Son crisis vitales, duelos, pérdidas de seres significativos o despojos de la actividad laboral, algunas de las tantas razones que se cuentan, en la influencia negativa de un paciente problemático.

La acción de Tiempo de Crecer tiene que ver con intentar solucionar, sicológicamente, esta conmoción previa al consumo, de la mano de la recuperación de la actividad diaria; así la droga pasará a ser un problema menor que, muchas veces, se va perdiendo junto con el desinterés del paciente.