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Fallo unánime: cadena perpetua para el "asesino de los tarros lecheros"

Ante una sala repleta, se realizó el juicio simulado del histórico crimen ocurrido en el año 1963, en la conmemoración del Día del Patrimonio.
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Matías Valenzuela

Se hizo un silencio sepulcral en la sala cuando los magistrados ingresaron al estrado. Lucían vestones opacos y sombreros redondos. A continuación, entraron los testigos, luego los abogados, y finalmente, el detenido, quien sería conocido para la posteridad como "El asesino de los tarros lecheros".

Los hechos investigados el 6 de marzo de 1963 fueron repasados ayer en el Palacio de Justicia de Valparaíso, con motivo de la celebración del Día del Patrimonio, en una de las actividades más concurridas del programa.

Funcionarios, abogados y jueces de los tribunales de Viña del Mar, Valparaíso, Limache, Villa Alemana, y otras comunas de la región, se pusieron en los zapatos de jueces, testigos, peritos y familiares de las personas involucradas en el histórico "Crimen de los Tarros Lecheros".

El imputado, entró esposado mientras los ojos del público lo analizaban de pies a cabeza. Los testimonios de los testigos lo iban a condenar.

El primero en hablar fue el taxista que denunció el hecho. El chofer relató al magistrado que en el mes de marzo el detenido lo contrató para realizar un viaje a Limache, en el que debía transportar un tarro lechero metálico, de alrededor de un metro de largo. El detenido le dijo al taxista que el viaje se debía posponer un día, y le solicitó que el contenedor metálico se mantuviera en la maleta del auto. El taxista dejó el tarro en la casa de una vecina al no poder llevarlo a destino.

El nauseabundo hedor que expelía el tarro de leche, hizo sospechar a la vecina y al taxista, quien llamó a la policía, quedando al descubierto que adentro contenía los restos mortales de la esposa y el hijo del femicida.

Tras su detención, en Limache, y luego de haber descubierto un segundo tarro lechero, donde estaba el resto del cadáver de su esposa, el detenido confesó los crímenes y fue procesado por los delitos de femicidio y parricidio.

La audiencia simbólica comenzó al mediodía y se extendió por casi una hora, finalizando con la declaración del detenido, quien explicó que sus problemas económicos, y la amenaza de su esposa de abandonarlo, lo empujaron a cometer este crimen tan escabroso.

"No estoy loco", aseguró con firmeza. Sin nada más que agregar, los magistrados condenaron al profesor, Alejandro Arancibia, a presidio perpetuo calificado por ambos crímenes.

Un espectáculo

La sala estaba repleta, no quedaba un asiento, y los celulares seguían a través de sus cámaras cada uno de los movimientos.

El público disfrutó cada minuto de la representación y vibró con los relatos. Algunos detalles como el ahorcamiento con alambre galvanizado por parte del asesino, provocó algunos suspiros entre la gente, mientras que la toma de palabra del detenido generó expectación y susurros varios.

Cuando el martillazo demarcó el veredicto, los aplausos no se dejaron esperar, y los vítores celebraban que se haya hecho justicia.

Cuando terminó la representación, cada uno de los "actores" se despidió del público, al más puro estilo de una obra de teatro.

Habla el detective que abrió uno de los recipientes tras la denuncia

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Franklin Quijada fue parte de la Policía de Investigaciones por más de 40 años. Recuerda que la noche del 6 de marzo de 1963 se encontraba de guardia en el cuartel policial. A eso de las 23.00 horas, un hombre con tono de preocupación llega hasta su escritorio y le manifiesta que tiene un problema.

"Era un taxista que tenía que llevar unos tarros sellados de leche hasta una casa en Valparaíso. Recuerdo que en ese entonces hubo un paro de taxistas y el hombre no pudo terminar su recorrido por lo que dejó el tarro en la casa de una vecina", señala Franklin, quien recuerda que "fue ella que le avisó al taxista que del tarro salía mal olor y unos líquidos".

Franklin Quijada dejó la unidad y se dirigió hacia el lugar. "Era una casa en una quebrada en Playa Ancha, cerca de donde ahora está el centro del Sename", señala.

Agrega que "llegamos, vi el tarro y pedí a otros compañeros que fueran al lugar. Comenzamos a abrir el tarro con lo que teníamos a la mano: martillos, serruchos, lo que fuera. Cuando lo abrimos lo primeros que veo es el brazo del niño; el brazo del pequeño Percy. Fue terrible, después fuimos descubriendo más partes del cuerpo del niño y su madre".

Quijada asegura que ha sido el caso más fuerte en el que le tocó trabajar durante toda su carrera. "Afortunadamente, logramos atrapar al autor", finaliza.