El suplementero que "vivió" la II Guerra Mundial
Sus primeros pasos en el oficio los dio anunciando titulares sobre el conflicto bélico. Los recuerdos de Osvaldo Salas en épocas de teatros, tranvías y diarios nocturnos.
Asimple vista, pocos podrían imaginar que detrás de la melancólica simpleza de un kiosco situado en la transitada esquina de avenida Pedro Montt con Francia se refugia en su interior, como si fuera búnker, un hombre longevo por cuyas venas pasó buena parte del siglo XX. Por casi 365 días, año tras año, desde principios de la década de los '40, sin falta, al pie del cañón, su pasión le motiva a poner lo mejor de sí: ser suplementero.
No cualquiera. Osvaldo Salas, a sus 83 años, nació en 1935. Tiene claro el mes, febrero, pero el día le genera alguna duda. No porque no lo recuerde, sino porque eran "otras épocas". Tiempos donde brotó al capullo una pega en un mundo álgido: el camino hacia el final de la Segunda Guerra Mundial.
Las pupilas se le dilatan, mientras trata de focalizar la vista, el único órgano que acusa le falla un poco a hoy. La salud, acota enérgico, siempre ha sido su aliada.
Al observar en el retrovisor de la vida, aún no se diluyen episodios que marcaron el último gran conflicto bélico internacional, del que fue testigo a través de la prensa: el desembarco de Normandía, la liberación de París, Auschwitz, los campos de concentración y exterminio, la caída de Berlín, el suicidio de Hitler, las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki y la firma del armisticio.
"Me acuerdo de algunos titulares. Uno igual se ponía nervioso; aunque era niño, el tema inquietaba. Por eso cuando se puso fin al armisticio, ese titular lo grité a pulmón", rememora don Osvaldo.
Historias de diario
Por esos días, también almacena en su disco duro una reminiscencia: el "loco" Víctor, quien vendía lo que recuerda como el viernes del Roto Chileno. "Era de la Guerra Mundial, no sé ni de dónde lo sacaba. Lo vendía como pan caliente en la plaza Victoria. Personaje...", rememora a la talla, su sello al carisma.
La noticia de la II Guerra -dice- salía en todos los diarios: El Ilustrado, El Mercurio de Santiago, La Nación. "Llegaban en el Expreso de las 11 de la mañana, allá los recogía y distribuía en la Estación Puerto, en la calle. Las Últimas Noticias, a las tres de la tarde. Y La Segunda, a las nueve de la noche. En esos tiempos se vendía tarde".
Y evoca ameno: "Muchos eran los canillitas que se subían a los tranvías a vender los diarios. También a la salida de la matiné de los teatros como el Imperio, Victoria o Colón, ¡estaban todos los teatros!".
Porteño de cuna, oriundo del cerro La Cruz, don Osvaldo vive con parte de la familia compuesta por cinco hijos y su señora Ester Soto. Recalca que él siempre se ha dedicado a este oficio. Que partió casi a los 10 años de edad. Primero, cuando le traía la comida a su hermano Gregorio Salas, que ya tenía su puesto de diarios. Luego, como su mancuerna fija a las ventas, a los 14 años.
"Oiga don Goyo, ¡no podemos ganar dos partidos seguidos!", interrumpe al diálogo un hincha de otra pasión que comparten de infancia: Santiago Wanderers. Para Ricardo Ubilla, su amigo "es un hombre tremendo, de esos suplementeros con historia".
De nuevo solos, retoma: "Yo comencé a vender diarios un poco antes que terminara la II Guerra Mundial". Precisamente aquí, en avenida Pedro Montt, pero a la salida del antiguo teatro Victoria. Allí trabajaba junto a su hermano Gregorio, 20 años mayor que él, y que desde hace dos décadas no lo acompaña en vida. Que aún le digan a Osvaldo Salas por cariño "don Goyo", le eriza la piel. Emociona.
Ya con el avance de los años, además supo de vender La Opinión y La Unión, "diarios que se perdieron, allá en el Mercado de Bellavista. El otro cloteó frente a la Catedral de Valparaíso, por 1973. Lástima".
Activo, se las apaña para abrir a las 09.00 de la mañana hasta las 23.00 horas. "Antes el negocio arrancaba a las 07.00 de la mañana", apunta.
Dice que se va a almorzar -y ahora a hacer su sagrada siesta- a las 15.30, para volver a las 21.00 horas. Reconoce que se aburre en la casa. "Calcule: los 1 de mayo y 1 de enero, aunque no salgan diarios, me vengo a dar una vuelta a mi kiosco", admite.
Asegura que igual se hace sus monedas. Pero que más le pagaba esos tiempos en que se codeaba con famosos. Departió con cracks como Raúl Toro o René Quintral. También actores y comediantes: Alejandro Flores o Manolo González. Asume que le "tercean" alguna revista o diario, pero nunca le han asaltado en su negocio. "En una de esas, tengo una estrella, o cariño de la gente del sector", reflexiona.