Reflexiones en voz baja
Bus de la línea 203, 22 de junio. 16 horas, Viña- Valparaíso, se detiene entre dos paraderos para hacer subir una jovencita, al parecer su hija. "Lesbiana", le dice, en broma por supuesto, "te vi besar a tu compañera". La chica viste uniforme, lo mira riendo y se sienta cerca del chofer y de una mujer que ocupa el único asiento en ese lugar y que parece ser su madre. Un letrero advierte "prohibido distraer al conductor".
Por el apuro, se detiene sobre los pasos peatonales y mira, sin gesto alguno, a la mujer que con un niño de la mano esperaba el cambio de luz para atravesar.
El viaje continúa entre frenazos, adelantamientos, algunas luces rojas, por pista central, raudo hacia Valparaíso, sin detenerse en paraderos y un "quita la cabeza que no veo" dirigido a su hija.
Llegando a la vía elevada, el tránsito se hace algo más denso y, claro. aparece la luz roja y nuevo frenazo, esta vez a milímetros de otros vehículos. Nos golpeamos contra fierros, cuatro personas caen al suelo, miro a la jovencita y pienso: pudo salir despedida por el parabrisas. Algunos gritos, "no transportas animales", ninguna reacción del conductor...
Una pasajera pide bajar, desea escapar de ese peligro circulante. Él abre la puerta en plena pista central, en la av. Argentina, ella baja, prefirió ese peligro al de seguir en el bus.
Pienso: ¿se disculpará al menos? Espero, lo miro y sabe que estoy pendiente de él. No… no dice nada. Sólo mira discretamente, ya no hay conversación entre él y su familia, más bien silencio que dice mucho. Sigo esperando que diga algo...
Me duele la rodilla y también el alma al ver cómo un padre de familia, chofer, con tanta responsabilidad en sus manos, ni siquiera porque lleva su hija, su familia, conduce con el cuidado que ello exige.
Rosa Navarro S.