30 años
El 20 de noviembre es un día importante para la infancia: se conmemoran los 30 años de la aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño. El reconocimiento de niños y niñas como titulares de derechos no negociables, compromete a los Estados a respetarlos, protegerlos y promoverlos, momento para preguntarnos ¿hemos sido capaces de garantizar su bienestar?
Visibilizar las deudas con la infancia y proponer medidas para abordarlas requiere el diseño e implementación de políticas basadas en evidencia. Chile y Panamá son los únicos países en Latinoamérica que no cuentan con una Ley integral que garantice la protección de todos los Derechos de la Infancia. Abundante investigación científica entrega claves para superar la visión adultocéntrica tradicional, propiciando la transición de los niños y niñas de ser considerados como objetos de análisis a ser sujetos creadores de conocimiento.
"Nos corresponde a nosotros volver a comprometernos, a tomar medidas decisivas y a hacernos responsables. Debemos asumir el liderazgo de los jóvenes que hablan y defienden sus derechos como nunca antes había ocurrido. Debemos actuar ahora, con audacia y creatividad", señaló Henrietta Fore, directora ejecutiva de UNICEF en las actividades de conmemoración ¿nos reconectamos con nuestra infancia? ¿escuchémoslos?
Tribus y democracia
Nuevamente los desmanes y la violencia irrumpen en un escenario que parecía haberse calmado con el acuerdo de paz y nueva constitución. Pero más allá renombrar los hechos, propicio sería abordar las causas, y lo que parece estar operando en algunas dinámicas grupales es lo que el psicólogo Johantan Haidt acuñó como la política de identidad del enemigo común.
Este tipo de comportamiento, habitual en las pandillas, promueve la búsqueda e identificación de un enemigo en común lo cual conlleva a la activación del comportamiento tribal y la agresiva anulación de la individualidad. Las motivaciones internas de estos grupos son la guerra permanente y la lucha encarnizada, no hay espacios para la moderación o el entendimiento, es por ello por lo que desprecian la democracia.
Si realmente queremos democracia y paz estables, las políticas públicas y la educación cívica deberían encaminarse a desactivar estos mecanismos de violencia grupal que, de manera peligrosa, quieren insertarse en nuestra cultura política.
Centro de Comunicación de las Ciencias de la Universidad Autónoma de Chile
Eugenio Guerrero - Investigador Fundación para el Progreso