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Cuando el coronavirus toca a la puerta

La historia de los Barra es una de las tantas que se esconden detrás de las frías cifras. Don Milton, querido padre y abuelo, entró al hospital para un tratamiento antibiótico y salió con una infección por COVID que le costó la vida y que adquirieron su esposa e hija. Por increíble que parezca, la Seremi de Salud ha ido a fiscalizarlo dos veces a su casa, para ver si cumple la cuarentena... La familia aún no se repone del choque que significó la inesperada llegada de este virus.
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Marcela Küpfer C.

El sábado 18 de abril, Verónica le tomó una foto a su padre en su casa. Se le ve de buen semblante, pensativo, con la mente puesta en algo que, de seguro, no era lo que el futuro le deparaba.

Dos semanas después, don Milton Barra Figueroa, 87 años, vecino de toda la vida del cerro Barón, padre de dos hijos y abuelo, fallecía en el hospital Van Buren de Valparaíso, producto de las complicaciones pulmonares provocadas por una enfermedad inesperada: el COVID-19.

En esas dos semanas, la vida de don Milton, su esposa Maruja, sus hijos Verónica y Carlos y de todos quienes lo rodeaban y querían dio un giro brusco, cruel, tal vez aún incomprensible en la vida de una familia porteña que, como tantas en Chile, han sufrido la intromisión del coronavirus en el corazón de sus hogares.

Ellos no son simplemente un número más en las estadísticas y balances que cada día entrega el ministerio de Salud. Son personas de carne y hueso cuyas historias, como miles otras que están ocurriendo hoy en nuestro país, son silenciadas por el peso de las cifras.

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Dos días después de aquella fotografía, que acompaña esta crónica, Verónica Barra, ingeniera, porteña, hija de don Milton, llevó a su padre hasta a la posta del hospital Van Buren con la finalidad de ingresarlo para que le aplicaran un tratamiento antibiótico intravenoso, producto de una herida en el pie que se había infectado a causa de la diabetes. Hasta ese momento, don Milton vivía con su diabetes de base y algunos otros achaques de la edad, pero en general mantenía buena salud.

"Mi papá tenía complicaciones de la diabetes, pero siempre estuvo estable porque yo lo controlaba en el consultorio y en forma particular, con nefrólogo; le hacía sus exámenes cada tres meses y él estaba estable, pero lamentablemente se puso unos zapatos que le lastimaron un dedo y se le infectó. El tratamiento antibiótico oral le hizo mal, así es que la doctora decidió hospitalizarlo para que le pusieran el tratamiento intravenoso", recuerda Verónica.

Hasta entonces, sus padres no habían salido de la casa desde hacía un par de meses -salvo para la vacunación antiinfluenza- y mantenían los mayores cuidados para evitar contactos con el exterior.

Así es que aquella tarde del 20 de abril, Verónica estaba más bien preocupada por el tratamiento que debía recibir su papá antes que por el coronavirus.

Quedó "más tranquila", reconoce, cuando le dijeron que lo trasladarían al hospital Eduardo Pereira, de San Roque. "Pensé que allá era mejor, que iba estar más cuidado", dice.

Se equivocaba. Fue la última vez que vio a su padre esa larga semana, después de la cual se lo devolvieron a su casa con una grave infección por coronavirus que, al cabo de unos días, terminaría costándole la vida a don Milton y enfermando de COVID-19 a su esposa, también octogenaria, y a su hija, quien lo cuidó en sus últimos días sin que nadie le advirtiera sobre la enfermedad contraída por su padre en el hospital.

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"Mi papá se contagió por negligencia del hospital Eduardo Pereira", dice, enfática, Verónica. Todavía no termina de procesar los acontecimientos que aceleradamente ocurrieron entre el 20 de abril y la primera quincena de mayo y que, peor aún, se siguen sucediendo.

Una seguidilla de malentendidos con exámenes, falta de médico asignado para su caso y otras demoras hicieron que la estadía de don Milton en la sección de Cirugía del hospital, donde debieron hacerle una pequeña intervención quirúrgica para limpiar su herida, se extendiera por siete días.

"Él estuvo una semana ahí y en ese hospital se contagió mi papá. Yo creo que le vulneraron todos sus derechos de paciente, porque no tuvo una atención de salud de calidad y segura", señala Verónica.

El martes 28 de abril le dieron el alta y Verónica fue a buscar a su padre, pero no era el mismo. Venía completamente desorientado -algo que no es inusual en los adultos mayores que son hospitalizados-, pero Verónica se dio cuenta de que algo más pasaba con su padre.

Su herida estaba sana, pero don Milton deliraba y estaba extremadamente débil. No recibía alimentos ni agua y comenzó a ahogarse producto de severos accesos de tos.

"El jueves 30 de abril llamé a Emecar y le diagnosticaron una neumonía por aspiración. El viernes 1 lo llevé a la posta, le hicieron un scanner y le detectaron una tremenda neumonía. Fue la última vez que lo vi", recuerda.

Dados los síntomas, en el hospital Van Buren le hicieron el examen PCR para detectar la presencia de coronavirus en el organismo. El domingo 3 de mayo, durante la mañana, a Verónica la llamaron del hospital para decirle que el test era positivo. Un par de horas más tarde, su padre había fallecido.

"Yo sentí, y todavía siento, mucha rabia, frustración, impotencia y un poco de culpa de haberlo llevado (al Pereira), porque si yo hubiese sabido que era tal el nivel de contagio y que no había medidas preventivas para él -porque, según supe después, el contagio entró por los funcionarios internamente-, y que tampoco había médicos, que me lo tuvieron días ahí sin hacerle nada para algo que debió haber sido súper rápido, y que alargaron su estadía, exponiéndolo…". La frase queda en suspenso en la voz de Verónica, quien insiste una vez más: "A él le vulneraron sus derechos. Y a mí también".

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El protocolo funerario para los pacientes que fallecen por COVID-19 es frío, cruel incluso con los sentimientos de los deudos, pero necesario para controlar la expansión de la pandemia. Muy rápidamente, te entregan el cuerpo de tu ser querido en una bolsa sellada -no puedes verlo, ni identificarlo- y en el cementerio hay apenas unos pocos minutos para un breve responso ante un puñado muy limitado de familiares. Eso es todo.

Pero Verónica Barra lidiaba entonces con un predicamento aún mayor. La noche previa al entierro de su padre, su madre comenzó a manifestar los síntomas de una infección por coronavirus. Su temor, entonces, se hizo palpable. Sin saberlo, su padre, quien había regresado a su casa con una infección intrahospitalaria, había contagiado a su esposa y, como se sabría más tarde, también a ella.

"A mi mamá y a mí nos vinieron a hacer el examen el día 6 de mayo (3 días después de la muerte de don Milton), por insistencia mía con el consultorio Barón. El resultado llegó el día 13 (una semana después de tomado el PCR). Mi mamá salió positivo y yo negativa, pero yo también empecé con síntomas y por mi cuenta fui al Hospital Clínico de Viña; ahí me hicieron un scanner que arrojó una neumonía viral compatible con coronavirus y me tomaron el examen", cuenta.

"Mi papá estuvo cuatro días en la casa (después de salir del hospital Pereira), y en ese tiempo estuvo la señora que los cuidaba a ellos, vino una enfermera, una auxiliar, un kinesiólogo, mi marido… todos con mascarillas, tomando todas las precauciones para no contagiarlo a él, pero sin pensar que él estaba contagiado", reflexiona Verónica, aún incrédula por la forma en que se dieron las cosas.

"Ni al salir del hospital, ni la persona del Emecar que lo vio, nunca nadie me dijo que era un probable coronavirus, si no yo hubiese tomado otras precauciones. Jamás pasó por mi cabeza que venía con la infección".

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Verónica es una persona de gran fe y agradece a Dios que su madre haya resistido bien la enfermedad. Y también ella, aunque tuvo que alejarse de su hogar familiar para no contagiar a los suyos.

Pero reconoce que los momentos duros no han terminado para su familia. Aunque parezca increíble, el viernes 10 de mayo, es decir, una semana después del fallecimiento de su padre, un funcionario de la Seremi de Salud llegó, acompañado de Carabineros, hasta el hogar de don Milton para fiscalizar si estaba cumpliendo la cuarentena. Peor aún: el 15 de mayo, la visita inspectiva se repitió, otra vez con funcionarios de la Seremi de Salud y un furgón de Carabineros, de nuevo preguntando si don Milton, fallecido ya hacía 12 días, se encontraba en casa cumpliendo la cuarentena.

"Yo entiendo que mi papá era mayor y tenía enfermedades de base, y que él en algún instante tenía que irse... Pero es la forma, que a él no le hayan asegurado su salud, que no haya sido un espacio seguro, que le hayan vulnerado sus derechos como paciente, y que después de fallecido los siguieran vulnerando, viniendo a fiscalizar si cumplía la cuarentena, no una sino dos veces… Ese tema (se le quiebra la voz) me provoca demasiada rabia, impotencia, porque además es un trato déspota, vienen con un furgón de Carabineros, te golpean… y yo estoy acá con mi mamá, solas, no hemos hecho nada malo. Nosotros somos las víctimas y nos hacen sentir culpables… ¡Cómo no van a tener una base de datos actualizada! Me produce una sensación de que están haciendo mal las cosas, entregando los resultados una semana después… es como que están dando palos de ciegos, yo entiendo que esta cuestión se les escapó de las manos, pero no les perdono que vengan a fiscalizar a mi papá…", remata.

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Un par de días después de esta entrevista, Verónica me envió por whatsapp un documento que quería compartir conmigo. Es una emotiva reseña que su hijo escribió sobre don Milton, un hombre querido, de esfuerzo, creativo y "el alma de la fiesta", como es descrito en este texto tan personal. Termina con un bonito poema escrito por don Milton, que sus nietos hallaron en un cuaderno de apuntes del abuelo, y con un llamado a no perder el entrañable recuerdo de este hombre, arrebatado de forma tan inesperada por esta pandemia.