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Los cementerios de los "apestados"

En lejanos tiempos se enterraba a los afectados por epidemias en fosas comunes situadas en sectores alejados de pueblos y ciudades. Hoy son ocupados por viviendas construidas sobre esos terrenos.
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¿Cuándo aparecen los camposantos en nuestro país? Tradicionalmente se ha dicho que el primero de carácter público fue inaugurado por Bernardo O'Higgins el 9 de diciembre de 1821, en la comuna de Recoleta.

Tres años antes de esa inauguración, Valparaíso clamaba por enterrar dignamente a sus muertos. Hay registros de que ya en los inicios del siglo XIX, cada vez que los inmigrantes protestantes fallecían eran sepultados en la playa o arrojados en los acantilados tanto del cerro Playa Ancha, como en el fuerte del cerro Cordillera. Esto motivó a 48 extranjeros -mayoritariamente ingleses- a tomar medidas, por lo que el año 1818 elevaron una solicitud al Director Supremo para que les concediera recursos con el fin de adquirir un terreno para sepultar a los muertos de acuerdo a sus ritos religiosos.

La petición fue autorizada por O'Higgins, pero el terreno fue comprado recién en 1823 e inaugurado en 1825, en el cerro Panteón.

Al respecto, la viajera británica María Graham, en su "Diario de mi residencia en Chile en 1822" relata que quienes no profesaban la fe católica "prefieren ser lanzados al agua en altamar, ya que en muchos casos sucedió que nativos fanáticos exhumaron cadáveres de herejes, ya que habían sido enterrados en la playa y expusieron sus cuerpos a las bestias y aves de rapiña".

Pero no fue la necrópolis de O'Higgins el primer cementerio público. En tiempos coloniales, los difuntos eran enterrados en las iglesias, aunque en Santiago, una vez establecido el hospital San Juan de Dios, se inhumó a quienes murieron allí, así como a los pobres de las inmediaciones.

En el siglo XVII se estableció una cofradía bajo la advocación de San Antonio Padua cuyos integrantes compraron un terreno en la calle de la Nevería, actual 21 de Mayo, situado a cuadra y media de la Plaza de Armas. Este camposanto se denominó de La Piedad y allí se enterró, prioritariamente, a los indios, a los pobres y a quienes eran colgados por sus delitos en la plaza.

Los que morían por causa de algunas de las frecuentes epidemias que asolaban al país eran envueltos en una mortaja y arrojados a fosas comunes, ubicadas en lugares alejados de los pueblos. No había misas ni responsos, para ellos.

Con los aires emancipadores, en el Primer Congreso Nacional el diputado Juan Pablo Fretes, quien era canónigo de la Catedral de Santiago, leyó una proclama donde abogó por la necesidad de establecer cementerios públicos. Señalan las actas de esta sesión, realizada el 18 de octubre de 1811, que su discurso fue aplaudido por los asistentes y se formó una comisión para la construcción de una necrópolis, pero los avatares de guerra de la Independencia impidieron la realización de esta iniciativa.

En tiempos republicanos, así como en la época colonial, las enfermedades infecto-contagiosas no declinaron. Esto porque no existía la más mínima higiene, no se conocían el agua potable ni el alcantarillado, y además, ratones, pulgas y piojos invadían las casas, por lo que las pestes eran abundantes.

El cómo hacer frente a las pestes y al enterramiento de los muertos estaba por entonces en primera prioridad; de allí que se construyeron hospitales y lazaretos, que eran recintos donde se enviaba a los contagiados.

En 1805, el Cabildo de Valparaíso acordó establecer un lazareto para el aislamiento de enfermos con viruela, pero cuando se inauguró en 1830, en el cerro Barón, los infectados ya habían pasado a mejor vida.

Años más tarde ese lazareto fue trasladado al cerro Playa Ancha, mejorando de manera ostensible sus instalaciones precarias originales y la atención; aun así, entre 1865 y 1874 atendió a siete mil 163 enfermos de viruela, de los cuales murieron dos mil 223, que equivale al 31 por ciento.

En, tanto, en un sector alejado el norte de Santiago se había comenzado a cons-

Las enfermedades infecciosas que dieron lugar a camposantos

Debido a la inexistencia de cementerios, en lejanos tiempos era común enterrar a los afectados por epidemias en fosas comunes situadas en sectores alejados de pequeños poblados y ciudades; pero debido al crecimiento de la población, sobre esos mismos terrenos comenzaron a construirse viviendas y, más adelante, todo tipo de edificios.

Camposantos en Tiempos de la Colonia

¿Qué hacer con los apestados?