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ruir en 1841 el Hospital San José, cuyas obras culminaron el año 1872. Inicialmente fue un lazareto donde se atendió a pacientes de enfermedades infecto-contagiosas que aquejaban a significativos sectores de la población, destinándose un tercio de sus dependencias a infectados de tuberculosis. Sin embargo, entre los años 1886 y 1888 una mortal epidemia de cólera se diseminó por el país, causando la muerte de más de 28 mil personas.

Las dependencias de ese hospital, que cerró sus puertas en 1999, limitaban con el Cementerio General de Santiago, razón por la cual los fallecidos por pestes iban directamente a la fosa común del camposanto. Los datos dan cuenta de que, por miedo al contagio, escaseaba el personal médico, colaborando con esmero en estas labores las Hermanas de la Caridad.

En aquella ocasión fueron tantos los muertos infectados por el cólera que se construyó especialmente un cementerio en las afueras de la ciudad, en lo que es hoy la comuna de Renca; específicamente, se encuentra ubicado en una curva de la Costanera Norte, a un costado del río Mapocho, en el kilómetro 20. Se calcula que se enterraron alrededor de seis mil personas en el lugar.

Recién el año 2003 se descubrió ese cementerio y el arqueólogo que realizó el informe sobre el lugar indicó que había dos fosas de ladrillo de 70 metros de largo por dos de ancho, señalando que se encontraban "botones de loza y concha perla, restos de rosarios, mortajas de lona y calzado, y un recubrimiento azulado sobre los esqueletos correspondiente a los desinfectantes de la época, que revela que los muertos eran de la epidemia de cólera".

A pesar del hallazgo nada se hizo, aun cuando allí descansan los restos de miles de compatriotas muertos a raíz de una de las tantas epidemias que han aquejado al país.

La historia de la pampa salitrera está plagada de matanzas a cañón como las ocurridas en la Escuela Santa María de Iquique y en las oficinas La Coruña y San Gregorio. Y a ellas hay que sumar las muertes derivadas de epidemias como la peste bubónica, la viruela, la fiebre amarilla y otros males.

Como mudo testigo de los cientos de pérdidas, en un costado del camino que une Antofagasta y Calama, en la comuna de Sierra Gorda, hay un cementerio donde descansan los restos de los contagiados por estas pestes. Los cadáveres enterrados corresponden a quienes fallecieron por las epidemias que devastaron la región entre los años 1903 a 1920. Quienes morían con más frecuencia eran menores de edad.

Cabe destacar que la peste bubónica afectó a la zona salitrera entre los años 1903 a 1920. Además, desde los navíos que llegaron a los puertos del Norte Grande venían tripulantes y pasajeros infectados de pestes como la fiebre amarilla, la viruela, el tifus exantemático, el sarampión y la tuberculosis.

Recién despuntaba el siglo XX cuando se estableció en Antofagasta un cementerio para las víctimas de la peste bubónica y la viruela y se calcula que se enterraron unos 300 cadáveres. Los restos aparecieron durante la construcción de unas viviendas en el sector de la población Matta, donde los vecinos no viven tranquilos, pues muchos aseguran haber visto espectros fantasmales.

En 1868 una epidemia de fiebre amarilla asoló a Iquique. En un sector alejado de la ciudad se instaló un precario hospital y el improvisado Cementerio N°2, donde al año siguiente se sepultaron 450 cuerpos, correspondientes a un quinto de los habitantes del puerto. En 1903, fue la peste bubónica que asoló a la población; las víctimas fueron inhumadas en el mismo cementerio que también recibió los cadáveres de los obreros masacrados en la Escuela Santa María, el año 1907.

No hay claridad de cuántas personas murieron en esa matanza, pues el cónsul inglés señaló que las víctimas fatales fueron 120. El general Silva Renard, quien ordenó la matanza, y el cónsul de Perú coincidieron en que fueron 140; el doctor Nicolás Palacios, autor del libro "Raza chilena", quien fue testigo del hecho, aseguró que habían sido 195; y el corresponsal del diario El Comercio, de Lima, las elevó a 400.

Con los años, el crecimiento inorgánico de Iquique, sepultó para siempre el Cementerio N° 2 y en sus terrenos se han levantado populosas poblaciones como la Jorge Inostroza y Villa Progreso. Es probable que la mayoría de sus habitantes desconozcan que bajo sus viviendas está esa necrópolis que recibió, sin ceremonias ni velorios, a quienes morían por causa de pestes mortales.

En el Silencio de las Salitreras

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