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Esteban Santa Coloma permaneció cuatro días inconsciente y el jefe de la Brigada alemana decidió que se restableciera allí. Se demostraba la suerte que había tenido en sus vuelos, sobreviviendo a cinco derribos, de allí el 5x3.

LIBERADO

Apareció un alemán con una sopa y lo alimentó. Este era el cocinero del campo y el único que hablaba un poco castellano. Un sargento español le informó que estaba prisionero y que en cuanto pudiera le llevarían a prisión, a esperar un juicio con la condena subsiguiente.

Pero los aviadores germanos, ya distendidos por el fin de la guerra, lo respetaban como un experimentado colega, admirados por el asombroso aterrizaje, y le invitaban incluso a comer en su mesa.

Increíblemente el jefe alemán decidió trasladarlo, sin informar al sargento español, a Toledo, en plena Semana Santa, y liberarlo a su suerte. Allí encontró a dos mozas que lo ayudaron con cama y ropa, pues aún andaba aún con el traje de vuelo, y le cambiaron las pesetas republicanas por las de los vencedores.

Marchó por tren a Madrid y a Bilbao. Llegó a casa de sus padres en Barakaldo, quienes le conminaron a que huyera a Francia, pues lo buscaban para juzgarle. Su padre le dio todo el dinero que pudo.

RUMBO A FRANCIA

Viajó a San Sebastián, de las primeras ciudades en caer en el '36. En ella estaban las embajadas de Francia y Gran Bretaña ante el gobierno de Franco, antes incluso de que acabara la guerra. La ciudad no parecía estar saliendo de la contienda, con lujosas tiendas , turistas y residentes acomodados.

Gastó el dinero en vestirse bien, como un presumido burgués, y con ese aspecto llegó hasta Irún. Bordeó el río Bidasoa, el límite entre ambas naciones, aguas arriba, buscando que el cauce fuera más estrecho. Lo halló frente a Behobia, en la isla de Los Faisanes, de soberanía compartida entre Francia y España, donde entabló una plática con el vigilante, ofreciéndole un gran puro cubano y convenciéndole para que le dejara su bote para así conocer la isla. Aprovechó un descuido y cruzó a Francia, donde le detuvo la "Gendarmérie".

Con el riesgo de que lo devolvieran a España, se comunicó desde la comisaría con la oficina en Hendaya del Gobierno Vasco en el exilio. Le atendió Juan José Basterra, quien consiguió llevarlo al campo de internamiento de Gurs, que se estaba construyendo. Allí estuvo tres meses sufriendo las penurias del campo, e increíblemente se encontró con su hermano Octavio, que había estado en el frente catalán.

Gracias a Basterra, se enteraron del viaje que se estaba organizando con destino a Chile, promovido por el cónsul chileno nombrado por Pedro Aguirre Cerda, Pablo Neruda. Lograron ser incluidos.

Neruda pedía que los solicitantes tuvieran un oficio. Al llegar al muelle para subir al Winnipeg, le preguntó por ello. Su respuesta fue doble: labrador y pescador. Neruda comentó: "Mmm, tan joven y con dos oficios… pero en Chile, no podrás volar". Efectivamente en Chile no voló, pero se dedicó a la poesía.

Organilleros en riesgo

Unas 50 personas mantienen viva esta práctica en el país. Pero la cuarentena y el estallido social les golpearon fuertemente.
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Por Patricia Nieto Mariño | EFE

Ataviado con su boina y la pintoresca carreta en la que carga a cuestas su instrumento portátil, Luis Lara, uno de los menos de 50 organilleros que quedan en Chile, recorre las calles semivacías de la capital haciendo sonar sus canciones a cambio de unas monedas.

Su reconocible melodía se abre paso entre los viandantes que la identifican incluso a varias calles de distancia: "¡Ahí viene el organillero!", se oye, y a menudo se paran en pequeños grupos para contemplar en acción a uno de los escasos ejemplares de esta especie en extinción del folclor chileno.

La llegada de la pandemia el pasado marzo y los cinco largos meses de confinamiento posteriores, silenciaron los organillos de estos buhoneros y algunos de ellos se vieron obligados a adaptar su profesión y pasearse de balcón en balcón para que les lanzasen, con suerte, algún billete.

"Estuvimos cuatro meses y medio sin poder trabajar, sobrevivimos gracias a lo que ahorramos en verano", aquejó Lara, que lleva 44 años girando la manivela de su organillo, adornado con banderolas de colores, molinillos de viento, caramelos y otros chismes que él y su mujer, con la que comparte oficio, venden para ganarse la vida.

La ministra de Cultura de Chile, Consuelo Valdés, explicó a Efe que el gremio de los organilleros, que sufre desde siempre las desventajas de ser un trabajo informal, se ha vuelto "mucho más vulnerable" a raíz de la crisis sanitaria "porque depende de la suerte de la calle".

"La pandemia ha dejado al desnudo la precariedad, la informalidad del sector cultural y la deuda histórica que tiene el Estado respecto al sector, sobretodo en casos como el de los organilleros", agregó Valdés en una entrevista virtual.

UN OFICIO QUE AGONIZA PERO NO MUERE

Los primeros intérpretes del organillo llegaron desde Alemania e Italia en el siglo XIX, instaurándose en Chile una tradición cultural con una "función social": acercar la música a la gente que no puede acceder a ella, agregó la titular de la cartera de Cultura.

Sin embargo, en las últimas décadas, este oficio ha ido perdiendo adeptos, y aunque no existe un catastro oficial, fuentes del gremio estiman que solo quedan en torno a 50 en todo el país.

"Perder la profesión de los organilleros sería el equivalente a la letra perdida de una palabra, son parte de nuestra identidad, cultura y experiencia familiar", añadió Valdés.

La profesión, declarada "Tesoro Humano Vivo de Chile" en 2013 y Patrimonio Cultural Inmaterial del país desde 2017, ha sobrevivido a lo largo de las décadas como una herencia familiar que se traspasó de generación en generación en las casas y talleres.

Este es el caso de Lara, a cuya familia pertenecen diez de los menos de 50 organilleros que siguen trabajando en el país: "Yo les enseñé a mis hijos y ellos trabajan ahora como organilleros (...) Se vive bien con esta profesión y no queremos que deje de existir", explicó a Efe.

UN AÑO DE AGONÍA

La crisis sanitaria del coronavirus es solo el último obstáculo que han tenido que enfrentar estos músicos, pues tan solo cinco meses antes de la llegada del virus, se desató en Chile la mayor ola de protestas desde la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1991), con manifestaciones masivas que coparon las calles de la capital.

El portavoz de la Corporación Cultural Organilleros de Chile, Peter Stay, explicó a Efe que el clima generado por las revueltas sociales desembocó en la cancelación de numerosos eventos de carácter cultural que suponen una fuente de trabajo par los organilleros.

"Desde entonces nos hemos visto muy afectados, no podíamos trabajar (...) Veníamos saliendo del estallido y entramos en la pandemia. Ha sido bastante duro", explicó el vocero.

La corporación denuncia ahora el escaso apoyo económico que les ha brindado el Gobierno, que sí les ha otorgado un nuevo reconocimiento este año, la primera "Semana de la Tradición Organillera", en el marco de las Fiestas Patrias.

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Esteban Santa Coloma permaneció cuatro días inconsciente y el jefe de la Brigada alemana decidió que se restableciera allí. Se demostraba la suerte que había tenido en sus vuelos, sobreviviendo a cinco derribos, de allí el 5x3.

LIBERADO

Apareció un alemán con una sopa y lo alimentó. Este era el cocinero del campo y el único que hablaba un poco castellano. Un sargento español le informó que estaba prisionero y que en cuanto pudiera le llevarían a prisión, a esperar un juicio con la condena subsiguiente.

Pero los aviadores germanos, ya distendidos por el fin de la guerra, lo respetaban como un experimentado colega, admirados por el asombroso aterrizaje, y le invitaban incluso a comer en su mesa.

Increíblemente el jefe alemán decidió trasladarlo, sin informar al sargento español, a Toledo, en plena Semana Santa, y liberarlo a su suerte. Allí encontró a dos mozas que lo ayudaron con cama y ropa, pues aún andaba aún con el traje de vuelo, y le cambiaron las pesetas republicanas por las de los vencedores.

Marchó por tren a Madrid y a Bilbao. Llegó a casa de sus padres en Barakaldo, quienes le conminaron a que huyera a Francia, pues lo buscaban para juzgarle. Su padre le dio todo el dinero que pudo.

RUMBO A FRANCIA

Viajó a San Sebastián, de las primeras ciudades en caer en el '36. En ella estaban las embajadas de Francia y Gran Bretaña ante el gobierno de Franco, antes incluso de que acabara la guerra. La ciudad no parecía estar saliendo de la contienda, con lujosas tiendas , turistas y residentes acomodados.

Gastó el dinero en vestirse bien, como un presumido burgués, y con ese aspecto llegó hasta Irún. Bordeó el río Bidasoa, el límite entre ambas naciones, aguas arriba, buscando que el cauce fuera más estrecho. Lo halló frente a Behobia, en la isla de Los Faisanes, de soberanía compartida entre Francia y España, donde entabló una plática con el vigilante, ofreciéndole un gran puro cubano y convenciéndole para que le dejara su bote para así conocer la isla. Aprovechó un descuido y cruzó a Francia, donde le detuvo la "Gendarmérie".

Con el riesgo de que lo devolvieran a España, se comunicó desde la comisaría con la oficina en Hendaya del Gobierno Vasco en el exilio. Le atendió Juan José Basterra, quien consiguió llevarlo al campo de internamiento de Gurs, que se estaba construyendo. Allí estuvo tres meses sufriendo las penurias del campo, e increíblemente se encontró con su hermano Octavio, que había estado en el frente catalán.

Gracias a Basterra, se enteraron del viaje que se estaba organizando con destino a Chile, promovido por el cónsul chileno nombrado por Pedro Aguirre Cerda, Pablo Neruda. Lograron ser incluidos.

Neruda pedía que los solicitantes tuvieran un oficio. Al llegar al muelle para subir al Winnipeg, le preguntó por ello. Su respuesta fue doble: labrador y pescador. Neruda comentó: "Mmm, tan joven y con dos oficios… pero en Chile, no podrás volar". Efectivamente en Chile no voló, pero se dedicó a la poesía.

Organilleros en riesgo

Unas 50 personas mantienen viva esta práctica en el país. Pero la cuarentena y el estallido social les golpearon fuertemente.
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Por Patricia Nieto Mariño | EFE

Ataviado con su boina y la pintoresca carreta en la que carga a cuestas su instrumento portátil, Luis Lara, uno de los menos de 50 organilleros que quedan en Chile, recorre las calles semivacías de la capital haciendo sonar sus canciones a cambio de unas monedas.

Su reconocible melodía se abre paso entre los viandantes que la identifican incluso a varias calles de distancia: "¡Ahí viene el organillero!", se oye, y a menudo se paran en pequeños grupos para contemplar en acción a uno de los escasos ejemplares de esta especie en extinción del folclor chileno.

La llegada de la pandemia el pasado marzo y los cinco largos meses de confinamiento posteriores, silenciaron los organillos de estos buhoneros y algunos de ellos se vieron obligados a adaptar su profesión y pasearse de balcón en balcón para que les lanzasen, con suerte, algún billete.

"Estuvimos cuatro meses y medio sin poder trabajar, sobrevivimos gracias a lo que ahorramos en verano", aquejó Lara, que lleva 44 años girando la manivela de su organillo, adornado con banderolas de colores, molinillos de viento, caramelos y otros chismes que él y su mujer, con la que comparte oficio, venden para ganarse la vida.

La ministra de Cultura de Chile, Consuelo Valdés, explicó a Efe que el gremio de los organilleros, que sufre desde siempre las desventajas de ser un trabajo informal, se ha vuelto "mucho más vulnerable" a raíz de la crisis sanitaria "porque depende de la suerte de la calle".

"La pandemia ha dejado al desnudo la precariedad, la informalidad del sector cultural y la deuda histórica que tiene el Estado respecto al sector, sobretodo en casos como el de los organilleros", agregó Valdés en una entrevista virtual.

UN OFICIO QUE AGONIZA PERO NO MUERE

Los primeros intérpretes del organillo llegaron desde Alemania e Italia en el siglo XIX, instaurándose en Chile una tradición cultural con una "función social": acercar la música a la gente que no puede acceder a ella, agregó la titular de la cartera de Cultura.

Sin embargo, en las últimas décadas, este oficio ha ido perdiendo adeptos, y aunque no existe un catastro oficial, fuentes del gremio estiman que solo quedan en torno a 50 en todo el país.

"Perder la profesión de los organilleros sería el equivalente a la letra perdida de una palabra, son parte de nuestra identidad, cultura y experiencia familiar", añadió Valdés.

La profesión, declarada "Tesoro Humano Vivo de Chile" en 2013 y Patrimonio Cultural Inmaterial del país desde 2017, ha sobrevivido a lo largo de las décadas como una herencia familiar que se traspasó de generación en generación en las casas y talleres.

Este es el caso de Lara, a cuya familia pertenecen diez de los menos de 50 organilleros que siguen trabajando en el país: "Yo les enseñé a mis hijos y ellos trabajan ahora como organilleros (...) Se vive bien con esta profesión y no queremos que deje de existir", explicó a Efe.

UN AÑO DE AGONÍA

La crisis sanitaria del coronavirus es solo el último obstáculo que han tenido que enfrentar estos músicos, pues tan solo cinco meses antes de la llegada del virus, se desató en Chile la mayor ola de protestas desde la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1991), con manifestaciones masivas que coparon las calles de la capital.

El portavoz de la Corporación Cultural Organilleros de Chile, Peter Stay, explicó a Efe que el clima generado por las revueltas sociales desembocó en la cancelación de numerosos eventos de carácter cultural que suponen una fuente de trabajo par los organilleros.

"Desde entonces nos hemos visto muy afectados, no podíamos trabajar (...) Veníamos saliendo del estallido y entramos en la pandemia. Ha sido bastante duro", explicó el vocero.

La corporación denuncia ahora el escaso apoyo económico que les ha brindado el Gobierno, que sí les ha otorgado un nuevo reconocimiento este año, la primera "Semana de la Tradición Organillera", en el marco de las Fiestas Patrias.