Asesinato de profesor francés
Sin duda existe una tensión entre el ejercicio pleno de la Libertad de Expresión, incluyendo el sarcasmo, el humor y la crítica, contra el legítimo derecho a no ser ofendido por nuestros pensamientos o creencias. Algunos intentarán explicar la reacción agresiva y violenta de ciertos grupos religiosos, políticos o étnicos so pretexto de defender su fe, su honra o su identidad del ataque artero. Sin embargo, al parecer se trata de una falsa dicotomía.
El valor de la Libertad de Expresión es absoluto, o se ejerce en plenitud o no existe. Ejercerlo en plenitud significa a veces escuchar opiniones impertinentes, molestas, ofensivas, falsas, a veces incluso, humillantes y vejatorias. Ello no impide que el ofendido, de acuerdo a la legislación vigente según corresponda, pueda establecer acciones legales en contra del ofensor si probara que en el ejercicio de esa opinión se mintiera o tergiversara una situación o realidad positivamente objetiva.
En cambio, el sentimiento del ofendido es generalmente subjetivo, algunos podrán sentirse ofendidos por un insulto a la madre, por un chiste político o por una sátira cruel. Dónde entonces se debería establecer el límite que regule con precisión esa ofensa; resultaría del todo inútil y arbitrario, ya que siempre habrá personas que querrán una frontera de lo permitido conforme a su interés particular. Algunos acusarán cualquier opinión como ofensiva, cualquier reflexión como blasfema, cualquier acusación como impropia. Ejemplos abundan en países autoritarios y no tanto.
Con todo, es recomendable que en el ejercicio de esa Libertad de Expresión pongamos siempre el sello de la prudencia, la tolerancia, la justicia y la caridad, aunque al momento de elegir, preferiré la desfachatez de la opinión libre que la mordaza cobarde producto de la censura y la amenaza.
Rodrigo Reyes Sangermani