La sífilis en la literatura chilena
Quienes describieron la cuestión social en los inicios del siglo pasado, advirtieron los estragos que causaba esta enfermedad infecciosa que afectada a casi la totalidad de las prostitutas.
Por Juan Guillermo Prado
La sífilis ha sido una de las enfermedades de transmisión sexual más temidas de la humanidad. La han padecido un interminable número de personajes públicos, entre ellos el rey de Inglaterra Enrique VIII, el zar ruso Iván el Terrible, Simón Bolívar, Abraham Lincoln y Adolfo Hitler. Antes de los antibióticos nadie se salvaba: ricos y pobres; cultos e ignorantes; jóvenes y viejos la sufrían.
Entre los literatos Nietzsche, Wilde o Tolstoi; compositores como Schubert, Liszt o Donizetti; y pintores como Goya, Gauguin o van Gogh, y se especula que, entre otros, Shakespeare y Beethoven la padecieron. Muchos artistas reflejaron en sus obras el sufrimiento que sentían por causa de la enfermedad.
Quizás cuántos escritores, músicos y artistas nacionales sobrellevaron este mal. En una sociedad pacata como la nuestra ese tipo de dolencia se oculta. El listado es largo pero, hasta dónde sé, solo Manuel Lezaeta Acharán reconoció tener gonorrea y sífilis.
Al iniciarse el siglo pasado, un verano fue a Constitución, donde conoció al fraile capuchino alemán Tadeo de Wiesent, quien daba a conocer un sistema de medicina natural, se trató por este método y sanó. Entre los libros que publicó están "La medicina natural al alcance de todos" y "El iris de tus ojos revela tu salud".
Pero en la literatura chilena hay numerosos autores que se refieren en sus obras a este mal que, a lo largo de la historia, ha tenido numerosos nombres: mal de bubas, lúes venérea, avariosis. En tiempos lejanos fue conocido en nuestro país como morbo gálico.
Edwards Bello y "El Roto"
En París, en 1918, apareció la primera edición de la novela "El roto" de Joaquín Edwards Bello, con el título "La cuna de Esmeraldo". En nuestro país se publicó en 1920.
La obra cuenta la historia de Esmeraldo, un niño que se crió en un burdel y que es acusado de un crimen que no cometió. La trama se desarrolla en el sector de la Estación Central. En el texto, el protagonista representa al bajo pueblo: "El roto se iba con la sífilis y la viruela, borracho, cojo, tuerto, trágico, arrastrando el espectro de la ramera pobre, dejando en esos escombros lo mejor de sus energías, lo más fuerte de su alma y cuerpo. Se iba para otro lado, mudo y fatalista, sin preguntar a quién dejaba todo eso, abriendo cancha al burgués, al gringo y al futre que venían en nombre de la civilización y de Darwin. En las luchas de la vida, que eran nada más que una cacería en la cual el grande se come al chico para mejoramiento y continuación de la especie, el roto, fuerte, inteligente, audaz, temerario, sucumbía irremediablemente por las condiciones en que vivía y la falta de educación".
En otro párrafo describe a un grupo de clientes del prostíbulo: "Uno es tuerto, otro tiene en lugar de nariz un agujero siniestro, revelador del mal que pudre sus carnes; el de más allá de quince años, está consumido por la peste blanca., otro el gordo, se presta al vicio inenarrable...".
En ese tiempo, según la Liga Chilena de Higiene Social, existían en Santiago 500 prostíbulos y el 97% de las rameras estaban contagiadas con sífilis.