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Alberto Romero ambienta su obra "La mala estrella de Perucho González" en los conventillos que acogían a los pobres que vivían en Santiago, donde cundían las carencias, las enfermedades, la insalubridad, donde morían los niños y a nadie le importaba.

En los inicios del siglo XX la mitad de los infantes moría antes de un año. Entre los que sobrevivían en los sectores modestos sufrían de raquitismo, sífilis congénita, tuberculosis, difteria y sarampión. En 1920 las muertes superaron a los nacimientos en Santiago y las expectativas de vida promedio era de treinta años.

Romero en su libro describe una escena: "Carcomidos por la sífilis, tumbo el gesto, desdibujado el perfil de los detenidos, con sus caras de lechuza y unos ojos extraños que parecían mirarlo todo sin ver o que veían sin mirar, vagaban con un paso tambaleante, exhalando un vaho de leproserío y manicomio en la claridad de la mañana".

Víctimas de la Explotación

El escritor rancagüino Oscar Castro en "La vida simplemente" relata la vida de Roberto un niño quien conoce las carencias de su hogar y la pobreza de un pueblo minero. Su casa es sostenida por su madre y queda en las cercanías de un prostíbulo. Uno de los amigos del protagonista es el Saucino. Este "contrajo cierto día la sífilis que lo convirtió en un guiñapo. Desesperado al ver que las 'meicas' no podían sanarlo con ungüentos y pócimas, se lanzó una mañana sobre los rieles del tren de los mineros y allí quedó deshecho por las ruedas...".

No era fácil para quienes vivían en sectores pobres tener acceso a la medicina formal. Se recurría a las "meicas", yerbateros, componedores de huesos, santiguadores para curar el "mal de ojo", rezadoras y una variada gama de terapeutas populares.

En "Juana Lucero", el escritor Augusto D'Halmar describe cómo una niña pobre llega a convertirse en prostituta y para ello realiza una crítica a la sociedad de la época, afirmando que quienes se dedican al oficio más antiguo del mundo son víctimas de la explotación, la corrupción y la delincuencia y las enfermedades de transmisión sexual como la sífilis.

Entre sus clientes hay hombres "de todas las edades y condiciones... un teniente de bigotes remangados... políticos descreídos, conservadores fanáticos con la rodillera del pantalón manchada por el polvo de las iglesias, hombres graves y mozalbetes imberbes, acaso profesores y discípulos en un mismo instituto...".

Pero no solo enferman de sífilis las prostitutas. El poeta Vicente Huidobro publicó un periódico denominado "Acción": En su edición del 6 de agosto aparece una crónica denominada: "Los Prejuicios. El capítulo Secreto. Sífilis". Allí señala: "El número de esposas honestas, contaminadas por maridos imprudentes es increíble y justifica una enseñanza profiláctica de ese mal, que tanto como el alcoholismo, es una infección voluntaria, que reposa en gran parte sobre la ignorancia. Esta campaña es moral y santa. Todas las personas de buena fe venidas de los horizontes sociales y religiosos más lejanos así lo proclaman".

Un Museo de Cera

La sífilis fue ocultada por la mojigatería e hipocresía de nuestra sociedad en el transcurso del siglo XX. Se silenciaba cualquier atisbo de enfermedad de transmisión sexual.

El doctor Luis Prunes, quien fuera autor de libros como "Tratamiento de la sífilis en un solo tiempo" y ministro de Salubridad en 1938, durante el gobierno de Arturo Alessandri Palma creó, en 1940, un museo de cera para mostrar las huellas que dejaba en el cuerpo de quienes padecían este mal. Poco después se introdujo la penicilina en el país, lo que significó desechar los obsoletos tratamientos como respirar el gas del mercurio caliente.

Sin embargo, la sífilis, como otras enfermedades de transmisión sexual, no ha desaparecido. Se calcula que en Chile por cada 100 mil habitantes existen, aproximadamente, unos veinte enfermos de este mal y anualmente en el mundo se infectan unos seis millones de personas.

"Uno es tuerto, otro tiene en lugar de nariz un agujero siniestro, revelador del mal que pudre sus carnes".

Juegos tradicionales del mundo (parte 2)

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Por Yvaín Eltit - Presidente Sociedad de Folclor Chileno

Otro notable suceso ocurre cuando a muchas personas se les consulta cómo se llama el cordelito que atamos en nuestras manos, con el que hacemos figuras, pero nadie sabe la respuesta. Estas son las célebres cunitas. Este entramado de dedos e hilos dan forma a distintas figuras como: cuna, camita, espejo, araña, velas, sommier, escoba, estrella, taza, reja. Se puede jugar en parejas o individualmente.

En Rapa Nui se le conoce como Kai Kai y se desarrolla con una sola persona. Esta expresión genuina de la isla forma parte de la tradición oral de este pueblo originario, en la cual se representan sitios geográficos, animales, deportes, seres humanos y árboles. La extensión de hilo con la que se desarrolla el Kai Kai es de un metro como mínimo, dándose explicaciones en castellano y rapanui.

Las cunitas son originarias de la antigüedad clásica, Grecia y Roma, en donde se les llamaban hamacas. En el mundo se les conoce como: hamacas (Argentina); camino do gato, figuras de barbante (Brasil); cunitas, juegos de hilo (Chile); juegos de cordel, suertes (México); juego de la pita (Perú); cat's cradle (Canadá); ripiglino (Italia); tav av, virvar (Noruega); whi, tara kay - hape, tonga - raurepe (Nueva Zelanda ); entre otros.

En nuestro país no tenemos ningún juego autóctono, salvo uno: la carrera a la chilena. En palabras de la investigadora Karen Plath Müller Turina, "llegaron 75 caballos con Pedro de Valdivia y se volvieron locos (los mapuches) y fueron mejores jinetes que ellos, y empezaron a correr a pelo, a hacer una monturita con la oveja, a los cueros sin curtir". Y cómo no sentirnos orgullosos de la herencia araucana si al viento de una buena corrida en un caballo azabache, ya sea en Casablanca o en La Unión, lo que inició como una simple contienda en la Conquista hoy es parte nuestra chilenidad.

El origen de los juegos nunca fue con un sentido lúdico. El yoyó era un arma de guerra; las muñecas eran para maleficios; o el mismo volantín partió allá en China como sistema de mensajes frente a las batallas. Y así todos se han ido traspasando de generación en generación como una herencia invaluable de nuestros ancestros.

A modo de conclusión, en nuestra era donde las pantallas y los aparatos tecnológicos avasallan con todo lo que tenemos por delante, lejos de aquella infancia magnífica de antaño cuando se jugaba en los pasajes, la idea de compartir en la sala de clases se ha postergado por un ministerio de Educación donde todo se transa en números. "Los niños primero" es un vacío eslogan al final de una larga lista de deseos, pero siendo aún más concretos y realistas, debemos imitar extraordinarias experiencias y replicarlas en las aulas y mirar con atención en nuestra región, sobre todo Argentina, plasmando en la pintura y la filatelia esa influencia poderosa del arte de jugar. Más allá, la Asociación Europea de Juegos y Deportes Tradicionales (AEJeST), al servicio de los Juegos y Deportes Tradicionales (JDT), ha propiciado el trabajo en red y da lugar a espacios de conversación, festivales e investigaciones de gran interés en el viejo continente.