Editorial: 100 años después
En 1921, el mundo venía saliendo de dos crisis globales: la Primera Guerra Mundial, que dejó entre nueve y diez millones de muertos, y la primera pandemia del siglo XX: la gripe española, que en dos años causó entre 50 y 100 millones de fallecimientos a nivel mundial, muchos más que el gran conflicto bélico.
Los previos a 1921 fueron años duros para el mundo, para Chile y para nuestra región. La pandemia dejó unos 40 mil fallecidos en Chile entre 1918 y 1921 y Valparaíso vivió con gran dramatismo la expansión del virus, en una ciudad donde campeaba la pobreza y las condiciones de hacinamiento favorecían la virulencia del contagio.
Por ello, tal vez, la llegada de 1921 vino cargada de esperanzas. Y fue precisamente ese momento, el alba del nuevo año, el que Agustín Edwards McClure eligió para el nacimiento de un nuevo diario: La Estrella de Valparaíso.
Desde su primera edición, y tal como lo demuestra la ilustración de aquella histórica primera portada, La Estrella se planteó la misión de ser una luz, un faro, un lucero que aportara claridad en un mundo enrarecido por las crisis, pero que también sirviera para iluminar el espíritu de sus lectores, muchas veces abatido por el peso de los acontecimientos.
Curiosamente, un siglo después, La Estrella de Valparaíso cumple sus primeros cien años de vida en circunstancias que, como mínimo, nos hacen rememorar las de su nacimiento. Debemos agradecer que, tras la Segunda Guerra Mundial, los grandes conflictos bélicos globales parecen haber quedado atrás, pero otra pandemia, tan contagiosa como la 1918-1920, tiene al mundo contra las cuerdas. Así como La Estrella nació en 1921 buscando dejar atrás las funestas consecuencias de la gripe española, hoy, en su primer centenario, intenta orientar a sus lectores en medio de un mundo convulsionado, esta vez por el coronavirus, y servirles de guía y compañía en una realidad donde las certidumbres parecen a veces diluirse.
En estas diez décadas todo ha cambiado: el contexto, los protagonistas, los hechos relevantes, la forma de informarse, pero aquello que permanece forma parte de lo que llamamos identidad. Cien años después de fundación, La Estrella sigue, tal como rezan aquellas "palabras iniciales" de 1921, bregando por llevar "la noticia fresca que dicta la vida cotidiana" junto a la "nota amable de la crónica ligera", otorgando espacios para la utilidad pública en beneficio de la comunidad, para la reflexión y las inquietudes de nuestros lectores, y para la cultura, hoy más necesaria que nunca. Cien años después, La Estrella continúa siendo inamoviblemente regional, arraigada como pocos a su territorio y orgullosa de su calidad de porteña. Cien años después, La Estrella es el mismo diario ágil, capaz de adaptarse a los cambios y de comprender las transformaciones de la sociedad que la acoge. Tal como señalaban nuestros fundadores, "el periodismo, por su naturaleza y por sus fines, es esencialmente evolutivo, debe corresponder y adaptarse en cada momento a las necesidades y tendencias del medio en que actúa, y nosotros no queremos ser negados a esta ley suprema de la evolución que preside, acaso, el destino de todas las cosas humanas".
Hoy tal vez no sean momentos de grandes celebraciones y festejos, como los que quienes conformamos La Estrella soñamos desde hace algunos años. Pero este aniversario sí es una oportunidad para agradecer, con absoluta sinceridad, a los miles de lectores que día a día eligen a La Estrella; a quienes, generación tras generación, han mantenido el hábito de leer sus páginas impresas o por internet; a una comunidad inmensa que la ha convertido, con toda propiedad, en "su diario". A todos ellos nos debemos y seguiremos, tal vez por otro siglo, en este casi irrefrenable impulso de hacer periodismo local.