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Claustrofobia tras las rejas

No hay registros estadísticos de la presencia de este trastorno siquiátrico entre la población penal. Sin embargo, abogados defensores señalan que hay reos que lo sufren, acentuado por las extremas condiciones de hacinamiento de las cárceles chilenas
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Por Nicole Vega y Génesis Muga

Hasta ahora, la única certeza es que nadie se lo había planteado, ni siquiera el Instituto Nacional de Derechos Humanos. El deficiente sistema penitenciario chileno es conocido y las pocas ganas de renovarlo también, a pesar de ser el país con mayor número de privados de libertad en Latinoamérica, con alrededor de 318 presos por cada 100 mil habitantes.

En promedio, las condiciones estructurales de cada celda en Chile superan casi en un 25% la capacidad total de construcción o diseño, es decir, existe una sobreocupación severa. No resulta sorpresivo saber que en nuestro país violan sistemáticamente los derechos de quienes viven tras las rejas, pero ¿puede vivir un reo claustrofóbico dentro de una de las noventa cárceles chilenas?

"Conozco el caso de una persona con claustrofobia que quedó con una condena de 5 años y 1 día y el método que usó para poder pasar su tiempo de encierro con ese síndrome fue estar día y noche dopado con pastillas para dormir. Me contó que él pasó toda su condena prácticamente dormido y que ni había sentido los 5 años, porque pasaron volando, literal", cuenta el abogado Víctor Contreras, conocido como "el defensor de los narcos", por el único caso de este tipo que recuerda.

La Asociación Nacional de Oficiales Profesionales (ANOPRO) no opina distinto. "El sistema judicial chileno es tan rústico y corrupto que es un tema que jamás ha sido tratado ni se ha oído siquiera de alguna capacitación o información al respecto para ningún funcionario", explican, confirmando que este síndrome, pese a la gravedad que reviste, aún no es tema para nadie. También señalan que para el tratamiento de estas enfermedades siquiátricas, los medicamentos más comunes son "las sertralinas, Valium y Modecate (antidepresivos), pasando por algún otro placebo, como paracetamol, dipironas o aspirinas, por ejemplo".

Sin embargo, Paulina Araya, sicóloga de Gendarmería en la cárcel de Quillota, comenta que "los medicamentos básicos se los da el sistema, pero cuando ya requieren de un fármaco en específico, se lo tiene que gestionar el mismo interno".

La profesional también señala el clonazepam como el medicamento favorito entre los internos por su alto efecto sedante, hipnótico y estabilizador del estado del ánimo, por lo que se debe prescribir solo en casos extremadamente necesarios, porque existe un alto porcentaje de tráfico de la pastilla sublingual dentro de los penales.

Diagnóstico

Una experiencia desagradable vivida en un espacio pequeño puede convertirse en una pesadilla que no conoce la calma cuando se expone al encierro. El diagnóstico de una persona con claustrofobia se hace a través del DCM5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) que, según Paulina Araya, es "la biblia en que uno va viendo cada trastorno y cada síntoma. Tiene que cumplir con cierta sintomatología el interno para poder ser diagnosticado, como la angustia crítica frente a una situación de encierro, por ejemplo, y se tiene que ir puntuando cada síntoma para poder diagnosticar. O sea, cada persona debe tener síntomas exactos para poder decir que es claustrofóbica".

Sandra Moglia Contreras, jefe del Servicio de Psiquiatría Forense del Hospital Dr. José Horwitz Barak, indica que "el diagnóstico de claustrofobia pertenece al grupo de fobias específicas, el que se sitúa dentro de las clasificaciones de trastorno de ansiedad. En ese cuadro clínico una persona puede sentirse extremadamente ansiosa, con un miedo desmedido, o tener un ataque de pánico cuando es expuesta al objeto del miedo".

Sin embargo, a pesar de que los trastornos ansiosos en las cárceles de Chile afectan casi al 40% de la población penal, según indica un estudio reciente sobre la situación carcelaria de nuestro país, la siquiatra asegura que "en nuestra Unidad de Evaluación de Personas Imputadas (UEPI) o en otros campos de desempeño, como en cárceles de la Región Metropolitana, no hemos tenido la experiencia de atender a usuarios con claustrofobia. Esto puede corresponder a una baja tasa de trastornos fóbicos como diagnóstico", explica.

La realidad en nuestra región es que son solo tres las sicólogas encargadas de monitorear la salud mental de los 600 reos que cumplen condena en la cárcel de Quillota y solo un médico general los visita cada dos semanas. De siquiatras ni hablar, porque la ciudad no cuenta con profesionales especializados para los reos; el único de la región atiende solo en la cárcel Valparaíso, lo que dificulta enormemente que estos reciban tratamiento farmacológico, porque para obtener horas médicas deben hacerlo en los hospitales más cercanos. Esta situación se repite a lo largo de todo Chile sin demasiadas diferencias.

"Pena de muerte no hablada"

Decir que se sufre del tal síndrome "sería una excusa muy utilizada por los internos. Dirían que no los pueden encerrar, porque tienen claustrofobia. Sería un eximente de responsabilidad, entonces ahí vendría el efecto perverso: conseguir certificados médicos que aduzcan que la persona sufre la enfermedad, eso significaría carta libre para efectos de poder cometer delitos", dice Pablo Armijo, abogado de María del Pilar Pérez, quien solo ha conocido dos casos de esta índole, sin embargo, con ninguno logró éxito ante el juez, por falta de antecedentes médicos que probaran la condición de los imputados.

Además, comenta que la claustrofobia solo podría ser un tema grave si se comprueba que la ansiedad es tanta para el reo, que entonces este preferiría atentar contra su vida frente a la posibilidad de estar encerrado. El abogado aclara que no se puede dejar al imputado sin condena, pero que se debería buscar otra solución que no atente contra el derecho a la vida.

"El Estado de Chile, Gendarmería y los tribunales deberían hacerse cargo de velar por la integridad física y síquica del imputado o condenado. Hay que tener claro que el procesado cumple una condena privativa de libertad, pero sus restantes derechos humanos deben ser salvaguardados, porque él es parte de la sociedad chilena. Si no lo hacen, entonces es una pena de muerte no hablada", asegura.

En eso coincide el abogado Víctor Contreras, quien cree que "podría constituir tortura el tener a una persona con claustrofobia u otra condición de esa índole sin dar las condiciones para el tratamiento". Y es que el terror de estar encerrado en un espacio pequeño, con movilidad limitada, poca -y tal vez nula- iluminación, sumado a la poca circulación del aire, podría resultar en una constante fuente de pánico para el interno.

Celdas

Las celdas son de concreto y no cuentan con ventanas, por lo que la ventilación ahí dentro es muy escasa. Poseen poca iluminación natural y el mal olor y la humedad son comunes en estos espacios. Existen algunas instalaciones penitenciarias que cuentan con pequeñas ventanas en algunas celdas, pero están parcialmente obstruidas por alguna estructura o con barrotes y cubiertas por latas o cartones. Así lo evidenció el Estudio de las Condiciones Carcelarias en Chile llevado a cabo por el Instituto Nacional de Derechos Humanos el 2018.

La escasez de ventanas hace que los internos que sí tienen acceso a estas sean considerados como privilegiados dentro de cada penal, lo que a su vez es motivo de pelea entre los reos para poder gozar de la regalía en forma de rectángulo hacia el exterior, la que incluso a algunos les ha costado la vida. La historia así lo confirma. Lo que inició como una pelea por quién se quedaba con la pieza chica, la única con ventilación de la torre 5, culminó en el incendio más terrible de la historia penitenciaria chilena: el de la Cárcel de San Miguel. La tragedia del 8 de diciembre de 2010 terminó con 81 hombres fallecidos por asfixia o por las quemaduras.

La mayor parte de las cárceles chilenas tiene más presos que camas y algunos camarotes incluso poseen cuatro niveles, dejando sesenta centímetros aproximadamente de separación entre cada interno. La saturación es tanta que ha hecho que los baños también se conviertan en dormitorios para quienes están privados de libertad.

Misma suerte corren cuando necesitan asistencia médica. Y es que aunque en promedio exista un doctor para 49 reclusos, lo cierto es que las esperas médicas y siquiátricas pueden alcanzar fácilmente los seis meses. Eso, sin contar cuando el reo no ve resultados inmediatos de su tratamiento farmacológico y decide abandonarlo, firmando un documento.

No hay enfermedad

Gendarmería de Chile dice no contar con registro de ningún reo con claustrofobia dentro de sus espacios, sin embargo, todos los abogados consultados para este reportaje conocían al menos un caso. Esta situación se repite con otras instituciones encargadas de velar por los derechos de los internos, como el Instituto Nacional de Derechos Humanos y la Defensoría Penal Pública. Incluso el Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak, una de las instalaciones donde permanecen las personas privadas de libertad con severos problemas de salud mental, tampoco cuenta con antecedentes al respecto.

La ausencia de información no corresponde a la inexistencia de casos de internos que sufran claustrofobia en nuestro país, sino a una falta de registro por parte de las entidades encargadas de llevarlo a cabo.

La ley chilena no contempla al miedo excesivo por los espacios enclaustrados como una atenuante en la sentencia de ningún privado de libertad, por lo que los profesionales del derecho, a pesar de conocer la enfermedad de quienes defienden, en su mayoría optan por no presentar la situación en la defensa, porque es difícil -y casi imposible- lograr comprobarlo. Al ser una condición invisibilizada, no es posible realizar mejoras en la calidad de vida de los internos claustrofóbicos, ni siquiera pintándoles las celdas para evitar la sensación de ahogo, como sí sucede en otras partes del mundo.

La claustrofobia es una enfermedad siquiátrica, por lo tanto no existe cura. Sin embargo, los tratamientos farmacológicos con frecuencia funcionan para atenuar los síntomas ansiosos de quienes padecen la angustia de estar encerrados. Los ansiolíticos, antidepresivos y las pastillas para dormir son sin duda una ayuda para estas personas, pero las condiciones infrahumanas de nuestros presos solo empeoran su condición.

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