Cambia, todo cambia… Ese es el estribillo de una famosa canción tradicional, y qué más cercano a la realidad. Enfrentamos tantas presiones de cambio en un mercado social, político, cultural y económico de alta turbulencia, sumado a la situación sanitaria que hemos debido enfrentar en estos dos últimos años, y que ponen en jaque a miles de empresas y altos ejecutivos de todo el mundo.
En jerga boxeril, son muchos los que no aguantan las presiones y terminan "tirando la toalla". Sin embargo, hay otros que salen fortalecidos frente a tanta presión.
En la actualidad notamos una increíble falta de líderes efectivos, que sean capaces de llevar a sus organizaciones a un horizonte positivo y deseable. Incluso muchos de los reconocidos líderes, mantienen un estilo tradicional, como si las personas y colaboradores no hubiesen cambiado. Así como todo cambia, la gestión de liderazgo debe cambiar, pasando de un enfoque transaccional o situacional, a un enfoque transformacional.
El liderazgo transformador se define como un estilo actitudinal, en el que los dirigentes con una visión y un fundamento asertivo, son capaces de trabajar con sus equipos a través del aliento, inspiración y motivación, para que estos puedan alcanzar altos niveles de compromiso, que se traduzcan en el aporte de nuevas ideas, de instancias de mejora, innovación, perfeccionamiento en los procesos, sistemas y mecanismos de vinculación con los diversos grupos de interés, que propicien estados de mayor competitividad y eficiencia de una organización y su consolidación estratégica en el tiempo.
En resumen, el desarrollo del liderazgo transformacional produce en los colaboradores un lazo afectivo, volitivo y emocional con su empresa y con sus directivos, compartiendo los sueños, las metas, aspiraciones y compromisos, y alcanzar resultados notables. Con ello las organizaciones pueden alcanzar una mayor competitividad, una mayor productividad individual y asociada, un fuerte crecimiento en la satisfacción personal, un foco de influencia en todos los stakeholders, un ambiente de trabajo sano y motivador, que evite conflictos de interés y diferencias personales, poniendo el énfasis a la subordinación del interés personal con el interés general, y que ello se asocie a un conjunto de mecanismos de incentivo, que permita generar un marco intelectivo para la solución de problemas y la adaptación efectiva a los turbulentos cambios.
Benito Barros Muñoz, rector CFT Pontificia Universidad Católica