Los principios del actuar correcto nacen junto con nosotros en la familia y se deben consolidar más adelante en aquellos templos del saber: las universidades, de las cuales se debe salir ya profesional, no meramente egresado; si queremos demostrar las res-ponsabilidad a la cual nos lleva su enseñanza. "Yo respondo", cuando estoy bien formado y una prueba de ello es haber terminado siempre lo que emprendo. La ética es política y constituye su real fundamento. Desde ella se proclaman las virtudes como "disposiciones estables", hechas hábitos buenos para adquirir la fuerza de un buen vivir. No son valores pasajeros, realizados o dichos para caer en gracia o buscar aprobación. Las virtudes son conductas arraigadas en todo el caminar existencial, no son fosforescencias ocasionales sino que dan una luz permanente. Generan el consejo que impele a la generosidad, la prudencia en mis caminos deliberando para actuar bien. Existen en aquel hombre justo "que da a cada uno lo suyo", como un derecho correspondiente a la conducta y que no asigna ideológicamente a priori… Con ética, triunfos y derrotas personales llevan un sello distinto. Se tiene a la esposa, madre de nuestros hijos obedeciendo el "ser una sola carne", del bíblico precepto. No la ocultamos. Gesto de respeto verdadero por la mujer es que no está detrás, anónima, sino donde el amor es compartir. Desde la moral se hace evidente que enemiga de la sociedad es la violencia. Ella es "human condicion". Cambiar el corazón humano y desarraigarlo de tal característica es quimérico, pero siempre se debe intentar. Es imperativo vivir en paz, entendida ésta como la "tranquilidad del orden". Anna Arent, preclara filósofa del siglo XX, afirma que donde hay violencia no hay política. Desde mi biblioteca veo el jardín a través de ventanas con rejas. "Vivir es defenderse", notifican también los barrotes de las puertas de mis vecinos. El parque cercano los tiene. La ciudad también. Son imprescindibles porque pueden aparecer los vándalos, pero estos atacaban a los romanos. No destruían sus propias ciudades. Hay que crear un nuevo término si la realidad es distinta, tendrá que ser, necesariamente,… un chilenismo.
Leonardo Alexis Arriagada Avilés.
Doctor en Filosofía PUCV.
Catedrático de Antropología y Ética.
Coordinador Académico,
Universidad Santo Tomás