La justicia social es un valor que promueve el respeto igualitario de los derechos y las obligaciones de cada ser humano en determinada sociedad, y se enfoca generalmente, a la repartición justa y equitativa de los bienes y servicios básicos necesarios para el desarrollo y el desenvolvimiento de una persona en la sociedad como, por ejemplo, el bienestar socioafectivo, la educación, la salud y los derechos humanos.

El Día Mundial de la Justicia Social, que conmemoramos este 20 de febrero, fue establecido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como una forma de relevar este valor social tan fundamental.

En este mismo sentido, es importante destacar que los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU constituyen un llamado a toda la comunidad internacional para adoptar medidas concretas con el propósito de erradicar la pobreza, el hambre y la desigualdad; garantizar el acceso a la salud, la educación, agua y saneamiento, trabajo decente e igualdad de género; proteger el medio ambiente, promoviendo energía no contaminante, un desarrollo industrial y consumo responsables, y una mejor calidad de vida en ciudades sostenibles. Todo lo anterior dentro del marco de un estado de derecho que asegure la paz y la justicia, y la cooperación internacional.

Por eso, también es necesario entender que la justicia social es un macro-objetivo que requiere el apoyo de otras esferas de protección como la justicia ambiental, complementando así el enfoque tradicionalmente antropocéntrico de la justicia social.

Paula Leiva Directora de Escuela de Trabajo Social UDLA

Entel y Movistar ya encendieron sus antenas para dar la bienvenida al 5G. Esta tecnología, que viene a reemplazar al 4G en comunicación inalámbrica, promete aumentar la velocidad y reducir el tiempo de respuesta de la transmisión de datos, con un ancho de banda que permitirá conectar una gran cantidad de dispositivos.

Una de las mejoras más importantes que trae el 5G, es la capacidad de manejar volúmenes mucho más grandes de información. Si a esto unimos la movilidad y el mínimo retardo, las posibilidades son innumerables. La aplicación de esta tecnología puede ir desde la industria minera, el monitoreo en tiempo real del transporte público, la iluminación en las calles, hasta el sector agrícola forestal, e incluso mejorar las atenciones de telemedicina. Es decir, una verdadera smart city.

Con este avance tecnológico, no es difícil imaginar la capacidad real de controlar remotamente drones a kilómetros de distancia, o la transmisión en tiempo real de vídeos para servicios de transporte de paquetes, y cómo no, para videojuegos. Al mismo tiempo, deja de ser una fantasía el poder ejecutar aplicaciones de reconocimiento biométrico más complejas que demandan una gran cantidad de información en tiempo real, donde los bancos de datos están a cientos de kilómetros, por ejemplo, para el control de accesos de ruta en pórticos o edificios inteligentes.

Pero lo más relevante no es la velocidad ni el tiempo de respuesta en la transmisión de datos, sino más bien la cobertura. De nada sirve tener 5G en el centro de Santiago si este no llega a las regiones. Es fundamental cerrar la brecha digital existente en Chile, pues cuando estábamos en plena pandemia, con cuarentenas totales en la mayoría de las comunas de nuestro país, miles de personas quedaron aisladas virtualmente, sin acceso a la conexión y por lo mismo, a la información.

Claudio Torres,

Regional Manager Cono Sur de D-Link