Tres emprendimientos chilenos que apostaron por presidiarios
Esta es la experiencia de una marca que trabaja con el Sename, otra con mujeres y una tercera, con internos varones.
Gracia Rodrigo B.
Aveces es la intención de crear algo propio, en otras es querer darle un valor agregado a un producto que siempre estuvo pero que puede ser mejor. Acá, sin embargo, tres negocios fueron un poco más allá y buscaron realizar productos específicos pero hechos por quienes no siempre tienen dónde trabajar.
Coa surf
Desde que estaba en el colegio, Arturo Irarrázaval tenía el "bichito" de emprender. Su familia trabajaba en el negocio de marcas de acción y se preguntó cómo poder competir: poniendo un valor agregado, se respondió. "Tenía que tener un beneficio para la sociedad, no sólo un beneficio económico, entonces estudié mucho rato e inventé unas 200 marcas (...) pero me di cuenta que la delincuencia era lejos el problema social más grande, el que lleva más tiempo en la historia y desde acá podía hacer un aporte", recuerda.
Por ello, estudió publicidad e ingeniería comercial, y dio inicio a Coa Surf, pyme que vende tablas, ropa deportiva y accesorios ligados a ese deporte. Todos los productos los hacía con internos, llegando a tener hasta 70 personas trabajando en la marca. Pero ahora sólo está trabajando con jóvenes del Servicio Nacional de Menores (Sename) de Calera de Tango y Coronel, que son mayores de edad, pero siguen cumpliendo penas allí. Ellos hacen los diseños de la marca, Coa Surf se los compra y además de entregarles productos, les financian talleres de hip hop, muralismo, mountain bike, skate y surf.
"Los productos me dan lo mismo. Yo lo que creo es un sello social, no me importa si hago tablas, poleras… yo estoy buscando dentro de los centros qué saben hacer, en qué están capacitados, cómo los engancho con algo que se sientan orgullosos, que los motive y ahí voy desarrollando", explica.
El trabajo con el Sename es lo que más lo motiva porque "el beneficio es muchísimo mayor. Un cabro parte delinquiendo a los siete años y va a vivir 80, entonces entre antes lo solucionemos, mejor".
Durante el segundo semestre, la marca tendrá un salto, pues los productos llegarán a una tienda de retail con diseños que trabajaron en el taller de muralismo que se darán a conocer a través de videos musicalizados con el taller de hip hop. Todo bajo su lema: "Caer, levantarse siempre".
Fábrica en el penal
Sin Barrotes es una empresa que vende tablas y platos de madera para asados, fabricados íntegramente por internos del Centro de Entrenamiento y Trabajo del Penal de Rengo.
La idea de incorporar esta fuerza de trabajo a su emprendimiento la tuvo el ingeniero Nicolás Salas tras haber trabajado con el mundo evangélico en la capacitación de personas privadas de libertad. Ahí vio que si bien había bastante entrenamiento, una parte importante de la reinserción se basaba en la estructura y disciplina, más que en saber un oficio.
Por eso, cuando d" se planteó que fuera una fábrica, con las mismas reglas que se deben cumplir fuera de una cárcel, pero dentro de ella.
Gendarmería eligió el penal y Salas junto a su socio, definieron la marca y el producto que podrían desarrollar los internos. Así, los trabajadores reciben un sueldo mensual, que no varía si la pyme vende más o menos en un mes, cumplen horarios y tienen roles.
Este sistema, dice Salas, les permite a los internos tener una vida laboral similar a la que tendrían en un medio libre: "Tienen que saber que se ganaron la plata por ellos mismos y eso les permite acercarse a su círculo familiar de una manera mucho mejor".
El estallido social y la pandemia les pegó fuerte, especialmente porque la inversión provino de sus bolsillos, sin ningún fondo público o privado, por lo que "si bien entendemos que lo nuestro va más allá de ser una empresa o negocio, también tiene que funcionar".
Para ellas por ellas
"Minka nació a partir de un voluntariado que hizo la fundadora de la empresa a fines de 2011 en la cárcel de mujeres, en la que conocimos a un grupo de artesanas que dieron el pie a querer hacer algo más con ellas, por eso decidimos crear Minka como una manera de dar empleo a mujeres que no estaban teniendo otras posibilidades", cuenta Andrea Núñez, directora ejecutiva de esta marca de accesorios de mujeres hechos por internas del Centro Penitenciario de San Joaquín y con mujeres en medio libre que tenían barreras parecidas para insertarse en el mundo laboral.
Los productos, que se venden en varias tiendas y online, son fabricados con desechos textiles y diseñados por un equipo que capacita a las artesanas. Luego, se reúnen una o dos veces por semana para entregarles materiales y recibir los productos listos. Se les paga mensualmente y "cada artesana firma el producto que realizó como una manera de generar un contacto entre la clienta y la artesana".
Debido a la pandemia, ya no están trabajando en la cárcel, pero sí con mujeres en Recoleta, Estación Central, Peñalolén, Maipú, y en talleres post penitenciarios. De hecho, varias que terminaron sus condenas, continuaron su trabajo en Minka.
Para Núñez, el impacto de darle trabajo está en que ellas detectan que pueden ser un factor de cambio en sus vidas: "Recibir una remuneración contribuye a ese cambio e impacto real y de insertarse de manera paulatina al medio libre antes de salir en libertad". Lo mismo pasa con las mujeres que no pueden trabajar fuera de casa.