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[Cultura Urbana]

"El dolor tiene un potencial de transformación muy poderoso"

La escritora chilena-griega Sasaba Zazopoulos acaba de lanzar "La voz del anzuelo", una novela de autoconocimiento donde ficciona parte de su historia y la de sus antepasados.
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Marcelo Macellari C. - La Estrella de Valparaíso

Hay vidas que dan para escribir un libro y la de Sasaba Zazopoulos es una de ellas. Un resumen de su biografía señala que es chilena de ascendencia griega y que estudió psicología en la Sorbonne de París, ciudad en la que vivió una década. A sus 30 años se instaló en Grecia, donde trabajó como profesora de yoga, psicóloga e intérprete de griego-francés en los campamentos de las islas griegas cercanas a Turquía. Luego, cuando tenía 37 años y tras morir su padre, se encontró en el camino de las plantas sagradas para hacer un trabajo de duelo, y desde entonces su vida transcurre entre la selva peruana, México, Chile y Grecia. Parte de esa historia que trae a cuestas a se vuelca en "La voz del anzuelo" (Editorial Aguarosa), su primera novela.

Sobre la génesis de este libro, la escritora detalla que "comencé a escribir cuando murió mi padre en julio de 2017, que fue lo más fuerte y difícil que había vivido en mi vida. Entré en un caos total, y la escritura me servía para ordenarme y sentirme viva. Me ayudó a entrar en las profundidades de mi ser, y todo eso comenzó a ser realmente sanador porque me conectaba con mi esencia y me permitía entrar en dimensiones de comprensión muy profunda, y también espacios de soledad en los cuales me sentía muy bien. Entonces se fue armando una crónica y me pareció importante hablar sobre los procesos que la muerte provoca y todo lo que la rodea. Procesos tan profundos que realmente daban ganas de comunicar y creo que la escritura tiene ese aspecto, que trata justamente de compartir".

-¿Cómo fue el proceso de escritura?

-Es como si los libros tuviesen vida propia. Esta novela mientras me iba revelando cada capítulo, iba trayendo sincronías, personas y situaciones que llegaban con historias que resonaban con lo que yo estaba sintiendo y que me hacían comprender que era importante escribir sobre ciertos temas. Justamente cuando llevaba escritos unos cuatro capítulos y tenía muchas ideas sueltas, comencé un taller de narrativa con Natalia Berbelagua. La idea de un taller en el cual podía desarrollar un capítulo por mes me permitió estructurar el trabajo, y sobre todo el tiempo, ya que podía durante un mes entero masticar y digerir lo escrito.

-¿Debiste enfrentarte a momentos dolorosos a la hora de recordar?

-Al principio de la escritura del libro justamente me encontré en el camino del Ayahuasca y con ella no hay manera de evitar tomar contacto con la propia sombra. Y para mí siempre ha habido una especie de fascinación por transitar los submundos de mí misma. El dolor (no así el drama ni el sufrimiento) tiene un potencial de transformación muy poderoso, y es necesario atravesarlo para poder liberarnos de él. Evidentemente tuve que hacer frente a momentos y situaciones dolorosas a la hora de recordar, pero no las viví sintiéndome sola en ese proceso. Mientras escribía me tocó participar como psicóloga en centros terapéuticos en la selva donde se trabaja con plantas de manera responsable y en un contexto sagrado. Pude acompañar el proceso de otras personas que habían tenido historias mucho más dolorosas que la mía. Creo que hay temas y situaciones que son dolorosas de por sí, pero lo que más duele es lo que se niega, lo que no se reconoce. A través de todos esos procesos pude comprender que los secretos familiares, los tabús, los conflictos que son innombrables nos enferman. Y también está el tema del abuso, que me pareció esencial tocar en estas épocas en que estamos sanando tanto a nivel colectivo.

Viajes y ancestros

-¿La novela te permitió conectarte con la historia de tus antepasados?

-Comencé hace mucho tiempo a conectar con la historia de ellos, antes de comenzar a escribir. Tengo mucho respeto por mis ancestros, tanto del lado de mi madre como el de mi padre. Lo que pasó fue que durante la escritura el tema de la muerte levantó el de los antepasados. Quise resaltar la importancia de conocer sus nombres, quiénes fueron, de dónde venían, cómo fueron sus vidas, porque en realidad tenemos mucho de ellos por dentro, y estamos aquí como el resultado de todas estas personas que han participado para que hoy tengamos el regalo de la vida. Viajar a los países de donde ellos venían, recorrer los lugares que ellos conocían, como una aventura que nos lleva a explorar nuestra propia identidad.

-En la novela hay varios viajes, pero finalmente el "gran viaje" es interior. ¿La definirías como una novela de autoconocimiento?

-Sí, es justamente la historia de una mujer que va aprendiendo a conocerse a través de todas las experiencias que le toca vivir. Cómo ella va encontrando diferentes herramientas para dar un sentido a su vida. La escritura, a pesar de tratarse de una ficción, ha sido un proceso profundamente terapéutico, está basada en temas que me han tocado el alma, por lo que mi intención más profunda ha sido tocar el corazón de los lectores y transmitir el mensaje de que podemos reponernos a una gran parte de las cosas duras del pasado si sabemos abrir la consciencia, ver, reconocer y usar las herramientas que la vida nos va entregando.

-La cultura chilena, griega, francesa y peruana se cruzan en la novela y son parte de tu propia historia. ¿Esta mezcla de lenguas y paisajes fue motivo de conflicto, de no pertenecer?

Si, completamente. A mí siempre me ha gustado escribir, pero a los 20 años me fui a vivir a París y llegó un momento cuando escribí mi tesis, que hablaba y escribía mejor en francés que en español. Lo mismo pasó cuando me fui a Grecia, hasta que entré en un círculo de mujeres en español, donde nos reuníamos semanalmente por videoconferencia y compartíamos nuestros procesos por escrito. En esa época comencé a conectar con el español, mi lengua materna, después de 20 años, lo que significó también una reconciliación con lo femenino, con la madre, el útero. Y fue justamente lo que me permitió abrirme a escribir en este idioma como una ofrenda a mis ancestros y al país que me vio nacer, una reconciliación también con Chile y con mi propia historia. Hoy vivo entre Perú y Grecia y viajo bastante durante el año. Todos estos lugares que he recorrido son parte de lo que soy, pero finalmente las fronteras las hemos creado los humanos. Yo siento que pertenezco al mundo, y que finalmente mi hogar es donde me siento bien.