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"Cuando paso el pincel por el lienzo, me olvido que soy Gonzalo Ilabaca. Me olvido de que vivo en un mundo hostil"

Llegó a Valparaíso en los 90. Se enamoró de la ciudad y se quedó a vivir en Playa Ancha. Su casa es un fiel reflejo de sus viajes, su historia y memoria.
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Por Francisca López | Foto de Manuel Lema, Agencia Uno

Hay un muro azul. Hay flores y un jardín que brota hacia la calle. La casa es azul. La casa está en medio de un cerro con otras casonas. Playa Ancha mira hacia el mar. Al entrar, un mostrador con varias pinturas da la bienvenida. Las paredes tienen colores, cuadros y recuerdos de viajes.

Rostros, paisajes, banderas del desaparecido Ronald Bar adornan la casa de uno de los pintores más importantes de Valparaíso. Gonzalo Ilabaca pasa a una de las habitaciones para mostrar sus pinturas. El fotógrafo le pide que pose. "La casa cumple cuatro funciones: taller, galería, museo y casa", dice.

Ilabaca tiene las manos manchadas con pintura. Resaltan el rojo y el azul. "El museo es donde viven las musas, la inspiración y la memoria. La mezcla de la creación y la memoria. Vivir en un museo es vivir en un lugar inspirador", agrega, sentado en una mesa de madera. De fondo hay un cuadro grande del Roland Bar y una bandera chilena.

El artista pintó durante sus últimos tres años el Roland Bar. "La dueña, la insolente Mimi, me regaló algunas banderas cuando el lugar se destruyó", relata. Él llegó a Valparaíso en la década de los 90. A él siempre le importó que fuera una ciudad puerto. "Este tipo de ciudades están relacionadas con el mar y están los bares de marinos, que no existen en Talca, por ejemplo. Estos bares están desapareciendo en todas partes del mundo y por eso lo pinté. Yo sabía que iba a desaparecer", confiesa.

Ilabaca se dio cuenta, a medida que pasaba el tiempo, de que muchas cosas que pintaba de Valparaíso, como casas y bares, después ya no estaban: "Ahí me di cuenta que el pintor era el guardián de todo lo que va a desaparecer".

Su amor por la ciudad no solo lo llevó a retratarla en la pintura, sino también en los libros. Las historias que escuchaba en los cerros, en los bares, en el puerto y en el territorio hicieron que quisiera hilarlas desde la palabra "Como no bastaba pintarlo, había ideas, relatos de personas que me contaban cosas, entonces de alguna manera quise contarlas. Se podría decir que soy un cronista del Valparaíso de esta época. Un cronista que está teñido por el arte ", dice.

el submarino azul

Gonzalo Ilabaca piensa cada pregunta. Reflexiona. En su patio cantan los pájaros. "Valparaíso tiene rostro, espíritu y relato. Qué más se puede pedir", señala. Hay días en que el artista lo pinta más, otras menos. "Cuando una ciudad te gusta, tú vuelves como una ola. Aunque no hayas salido, vuelves a la temática de la ciudad. Cada cierto tiempo lo dejo de pintar, me aburre y después vuelve a aparecer en diversos formatos. A veces en la escritura, que es otra forma de vivir Valpo", reconoce.

Ilabaca tiene una fuerte relación con el mar, a tal punto que nombra a su casa como "el submarino azul".

"El submarino está arriba de la colina. En la ciudad oceánica. Es un refugio donde viven las musas, la memoria y es mi protección de cerrar las escotillas porque el mundo está muy feo afuera. Uno tiene que tener un lugar de protección para que, lo que está feo, duro o difícil, no destroce tu corazón, tu mente y espíritu. Sin embargo, el submarino que está en la colina decide salir a compartir con la gente, a conocerla y escucharla", reflexiona.

El gran crítico de Valparaíso

Además de ser pintor y escritor, Gonzalo Ilabaca es uno de los principales críticos de cómo se ha gestionado la ciudad. Participante del expacto La Matriz, recalca: "Estamos en una zona de sacrificio patrimonial y lo terrible del patrimonio es que es algo irreversible y cuando se daña, se daña para siempre. Si se quema una casa, se muere memoria humana". Expresa que ese potencial que tiene Valparaíso está malgastado: "Está saqueada por el Estado y olvidada por los porteños".

Asimismo, señala que Valparaíso se está envejeciendo: "Si hay una casa abandonada, cualquiera vive ahí o hace un fueguito. Por tanto, el espacio público se empieza a deteriorar. Si el espacio principal de la ciudad no está bien, todo lo que hay detrás muere, porque en el urbanismo está la máxima que la calidad de los ciudadanos se mide por la calidad de los espacios públicos".

El pintor

Gonzalo Ilabaca viene de una familia de escritores, pintores y músicos. En su casa lo rodeaban libros sobre historia del arte. Veía, siendo muy niño, cómo su madre pintaba. "Yo juntaba los libros de arte y elegía al campeón del mundo. Todas las semanas. Tal como el fútbol", cuenta.

Con las historias de los artistas se dio cuenta de que el arte es otra forma de vivir: "Eso te anima, pues encuentras que hay un mundo más poético que no solamente es comer un pan para alimentarse".

A medida que pasaron los años, el arte seguía ahí. Estudió medicina, luego se salió de la facultad. El arte era mucho más potente. "Viaja por mi sangre". dice. Visitó diversos países. Llegó a Valparaíso en los 80, luego recorrió Chile y en los 90 decidió quedarse.

Gonzalo pinta a la hora que quiere en su submarino. "Para mí la pintura siempre ha sido una forma de escapar de las cosas reales que te pueden dañar o bajonear. Es como una droga. Soy mi propio jefe".

El pintar, según dice Ilabaca, implica investigar mucho, como a la vez estudiar. La pasión lo mueve: "Te vas sanando para que tus nervios no se destrocen, como se destroza la ciudad", dice riéndose. "El arte no muere. Un artista puede haber muerto hace 500 años, pero su obra seguirá intacta", agrega.

El pintor señala que él se salva a través de la pintura: "La pintura también me salva a mí. Es como un alimento. La historia del arte es un alimento para uno".

Ilabaca tiene un diario de vida en donde anota las cosas que le van pasando. Se inventa nombres, porque el arte es una creación: "Cuando paso el pincel por el lienzo, me olvido de que soy Gonzalo Ilabaca. Me olvido de que vivo en un mundo hostil".