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La nueva vida del templo de los jesuitas

Construida a fines del siglo XIX, la iglesia albergó a la Compañía de Jesús y a sus feligreses por décadas, hasta que su amplio conjunto arquitectónico -que incluye además la residencia de los religiosos y un casa de ejercicios- fue destinado a un centro cultural y oficinas profesionales que han revitalizado el entorno de la av. Argentina.
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por Marcela Küpfer Collao | ilustraciones de Néstor Flores Fica

El 16 de agosto de 1906, a eso de las 19.55 horas, un fuerte ruido subterráneo se dejó oír en Valparaíso. Sería la antesala de un devastador terremoto cuya magnitud se estima en alrededor de 8 grados Richter y que sacudió la bahía por largos cuatro minutos. Poco después, a las 20.06, otro sismo, más corto en duración pero de mayor intensidad, terminó por destruir lo que para entonces era ya una ciudad en ruinas. Del Puerto al Almendral, Valparaíso estaba en el suelo, y lo que no se cayó con el terremoto se quemó en los diversos puntos de incendio que se desataron a lo largo de la ciudad. La catástrofe provocó la muerte de tres mil personas y otras veinte mil resultaron gravemente heridas.

Casi todos los templos de la ciudad resultaron destruidos o con severos daños, salvo la iglesia de la Compañía de Jesús, ubicada en la calle Eusebio Lillo, a los pies del cerro Larraín, cuya construcción, iniciada en 1899 y terminada en 1901, resistió sin mayores problemas el terremoto. Fue el único templo de la ciudad que no sufrió deterioros mayores durante la catástrofe y, por eso mismo, cumplió una importante labor: sirvió de refugio para cientos de vecinos damnificados del barrio Almendral.

Este episodio marca un hito en la historia de la iglesia de la Compañía de Jesús, uno de los templos católicos más bellos de la ciudad y de mayor antigüedad, junto con La Matriz, la iglesia de San Francisco del Barón y los Doce Apóstoles.

Aunque la construcción del actual inmueble comenzó a fines del siglo XIX, sus orígenes se remontan a 1852, cuando los jesuitas regresaron a Valparaíso y se instalaron en los terrenos al pie del cerro Larraín, tras la expulsión de que fueron víctimas en 1767.

Un siglo y medio después, el templo, residencia y casa de ejercicios de la orden jesuita en Valparaíso sigue en pie y en buenas condiciones, tras sucesivas restauraciones. La vida religiosa y litúrgica, no obstante, ha dado paso a nuevos usos y hoy el conjunto arquitectónico -declarado Monumento Histórico en 2003- aloja una bullente actividad cultural y profesional, como parte del Espacio La Compañía.

LA NUEVA VIDA DEL TEMPLO

El maestro Hugo Pirovich, histórico miembro del grupo Congreso, dirige la orquesta Mundos Reunidos en un vibrante concierto de música barroca en la nave central del templo. Las melodías retumban entre los vitrales y escenas de la Pasión que adornan las paredes del edificio, mientras el público disfruta sentado respetuosamente en las bancas que antes acogieron a feligreses.

Unas semanas antes, el público congregado en el templo fue testigo de un evento casi milagroso: el nacimiento, muerte y renacer de una estrella, relatado a través de un original espectáculo lumínico y sonoro, organizado por científicos de la UV.

Así, las actividades se suceden en el Espacio La Compañía, como explica Isabel Ogaz, encargada de programación y producción cultural del lugar. "Llevamos casi dos años en los cuales hemos realizado más de cien actividades. Aunque partimos con todas las condiciones adversas, en plena pandemia, el interés por el espacio fue creciendo exponencialmente después de cada actividad que hacíamos, y en estos dos años hemos formado una audiencia, incluso tenemos personas que son fieles parroquianos del lugar y siempre los vemos en las actividades", cuenta Ogaz.

Conciertos de jazz, artistas emergentes, grabaciones de discos, obras de teatro y hasta una residencia del festival Tsonami han pasado por este espacio, donde el templo es el escenario principal. Isabel Ogaz cuenta que tiene capacidad para 600 personas, pero que han realizado actividades hasta ahora para un máximo de 350, adecuando de diferentes formas el espacio de la nave central para el público y las performances. En otras ocasiones, el hermoso patio de la antigua residencia de los jesuitas, ubicada inmediatamente junto al templo, ha sido escenario de actividades como talleres y escuelas de verano.

RECUPERACIÓN

Como muchas iglesias porteñas, el templo de la Compañía de Jesús sufrió por décadas los embates del tiempo y la falta de una apropiada mantención. La primera iglesia ubicada en ese sitio debió ser demolida en 1899 por los negativos efectos que provocó una inundación. En 1962, un gran incendio afectó el techo y los vitrales. Y el terremoto de 2010 dejó el edificio con graves daños, por lo que debió ser sometido a una restauración que tomó tres años.

Otros factores han amenazado la belleza original del templo, de estilo neoclásico. Uno de ellos fueron los arreglos que cubrieron las decoraciones originales con una fea pintura gris que oscureció al interior de la iglesia durante medio siglo. Fue recién para la restauración posterior al 27-F cuando volvieron a la vida los colores originales del templo, las estaciones policromadas del Via Crucis que adornan sus muros laterales y los 40 vitrales de la escuela germana de Munich por los que atraviesa la luz natural que inunda el templo.

Un segundo factor fueron las termitas, que en 2016 obligaron a cerrar la iglesia por el desplome del cielo de la nave central. Fue entonces cuando entró en escena el arquitecto Rodrigo Puentes, de PUKA Patrimonio y Arquitectura, quien sería uno de los artífices del nuevo Espacio La Compañía.

"Todo partió en 2016, cuando los jesuitas solicitaron ayuda al Colegio de Arquitectos porque el cielo de la nave central del templo se estaba desplomando producto de una infestación de termitas", cuenta Puentes, quien es Magister en Patrimonio Cultural de la UC. "Por mi especialidad en la cual trabajo, que es recuperación de inmuebles patrimoniales, me nombraron como encargado de esta ayuda a los jesuitas y se inició una relación con ellos, donde prestamos ayuda para iniciar el proceso de recuperación del templo. Luego yo empecé a trabajar con ellos desde la instancia privada de mi empresa en distintas recuperaciones del conjunto, obras de restauración de las galerías de la residencia, etcétera", cuenta Puentes, cuyas oficinas se emplazan justamente en el lugar donde antes funcionaron los dormitorios de la residencia de los jesuitas y los estudiantes del noviciado.

En el marco de esta relación, fue la propia congregación la que pidió al arquitecto entregar una propuesta para usos futuros del espacio, dado que ya no tenían la capacidad de seguir administrando la propiedad, de unos 7.000 metros cuadrados. El resultado fue un comodato de uso por diez años.

"Así nació este nuevo uso del inmueble patrimonial religioso en un ámbito ligado a la cultura, las artes y el arriendo de oficinas", cuenta el profesional. De hecho, en la exresidencia hoy funcionan una veintena de oficinas y coworks, donde trabajan arquitectos, músicos, artistas, sicólogos, etcétera, quienes comparten espacios en común como el hermoso patio -con una fuente de agua y antiguas especies arbóreas- y la galería.

Entre ellos está el concejal porteño Daniel Morales, cuya oficinal de arquitectos funciona en el segundo piso del espacio. Como arquitecto y concejal, Morales está consciente del efecto que puede tener un desarrollo como este en un barrio como El Almendral, que sufre lo negativos efectos del despoblamiento urbano, la inseguridad y las incivilidades. "El solo hecho de tener actividad y habitar este espacio es positivo para el barrio, en términos de seguridad y cuidado. Además se ha mantenido una estrecha vinculación con las comunidades de acá, especialmente del cerro Larraín, para que este sea un espacio compartido y abierto a la comunidad", señala Morales.

Para Rodrigo Puentes, el funcionamiento de Espacio La Compañía es "un ente dinamizador del barrio, y eso también es lo que hemos tratado del lograr incluyendo a las comunidades del entorno. Creemos que es un polo de desarrollo para el barrio, sobre todo para el cordón de los siete cerros paralelo a la avenida Argentina".

Isabel Ogaz añade: "Este proyecto ha generado que la gente venga hacia este sector de Valparaíso, que generalmente ha estado más relegado y abandonado. En ese sentido, el Espacio La Compañía, que antes era un espacio de reunión en torno la religión católica, ahora nos reúne en torno a las expresiones artísticas, culturales y científicas. Antes en el barrio Almendral prácticas como estas eran muy pocas. Muchas personas nos dicen que nunca antes habían venido para acá, pues las actividades culturales se concentran generalmente en el Barrio Puerto o el cerro Alegre, y una de nuestras grandes motivaciones es aportar descentralizando el eje de las actividades culturales en Valparaíso".

PROYECTOS

El Día del Patrimonio es una fiesta en la iglesia de los jesuitas. Durante esa jornada, las personas pueden recorrer el templo y las instalaciones de la residencia. Dentro del edificio hay pequeños tesoros, como el órgano alemán ubicado en el coro del templo; las pesadas campanas de hierro que alberga la característica torre de base octogonal; y un antiguo reloj a cuerda alemán, una maravilla tecnológica a través del cual se podía "programar" el repique de las campanas. Subiendo por una estrechísima escalera, se puede acceder a ellos.

Rodrigo Puentes cuenta que tienen varios proyectos en carpeta, como la restauración de la fachada del conjunto completo -un gran cuerpo horizontal que va desde el frontis de la iglesia hasta la casa de retiro- hasta la recuperación del órgano de viento y reloj de cuerda. Pero también buscan poner el valor el patrimonio natural del espacio, recuperando la ladera que conecta la parte posterior del conjunto arquitectónico con el cerro Larraín. "Es una bella ladera con vegetación nativa y queremos abrirla como un área verde urbana, abierta la comunidad", comenta Puentes.