Amor porteño, un cariño difícil, pero irrenunciable
Escribir sobre Valparaíso puede resultar una tarea fácil, sobre todo si lo pensamos en un tono crítico o haciendo alusión a los distintos aspectos negativos en que la ciudad debe mejorar, a la interminable decadencia que padece o a la supuesta y a veces evidente desidia que históricamente apreciamos en las autoridades que debían preocuparse de la urbe.
Hablar mal de Valparaíso es sencillo cuando pensamos en la ciudad sólo con la mirada del primer mundo, o por decirlo de otra forma, con ojos europeos, pues ciertamente nuestro puerto no tiene el brillo de Oporto, ni de Nápoles. Valparaíso no es para mirarlo con ojos o parámetros del Viejo Continente. Para mirar a Valparaíso debemos hacerlo con la mirada que tuvieron los inmigrantes que llegaron durante el siglo XIX y vieron aquí un lugar en que, por su ubicación, bondad del clima y belleza, se podía recomenzar una vida al otro lado del mundo.
Para mirar Valparaíso, debemos hacerlo como los miles de porteños que cada día lo ven y respiran desde sus cerros y que solo valoran cuando, absorbidos por Santiago, dejan de mirar hacia el puerto, pensando siempre en volver.
El siglo XX no fue amable con Valparaíso. La fundación de Viña del Mar, el terremoto y posterior incendio de 1906, la apertura del Canal de Panamá, la inauguración en su actual trazado de la Ruta 68 en el año 1971 y el posterior éxodo de personas y empresas a Santiago, han sido todos factores que, a mi entender, hacen que nuestra ciudad exista casi de milagro: Valparaíso es una ciudad imperecedera que se niega a ser una postal nostálgica.
Criticar a Valparaíso es fácil. Sin embargo, mi intención es otra, es poder invitarles a reencantarse con nuestra ciudad. Espero no parecer autorreferente, pero desde que tomé la decisión de permanecer acá, en el Cerro Esperanza -nombre que hoy no me parece casualidad-, he visto cómo la ciudad ha florecido y decaído simultáneamente. Prefiero quedarme con lo primero. A Valparaíso debemos mirarlo con ojos de esperanza, como la miro yo desde mi balcón, o con los ojos del niño que desfila con entusiasmo para las Glorias Navales en el mes de mayo cada año. A lo mejor Valparaíso es así, una ciudad que debemos observar con indulgencia, con ojos de amor porteño.
Valparaíso es único, lo hemos escuchado tantas veces, de hecho, es la ciudad más citada, cantada, fotografiada y filmada de Chile. Tal vez por lo mismo, muchos ojos críticos siempre están puestos en ella. Sin embargo, la gran pregunta sigue siendo, cómo mejoramos a Valparaíso, ¿por dónde comenzar? Me parece evidente que el viejo pasado industrial que alguna vez tuvo la ciudad definitivamente no volverá. Ese parece no ser el problema, la interrogante parece ser cómo hacemos para que las actividades que aun permanecen en la ciudad efectivamente permanezcan en ella y prosperen. ¿Cómo se revitaliza la calle Prat y el eje Esmeralda-Condell? ¿Cómo se hace para que los profesionales opten por mantener su oficina en el puerto?, en fin, ¿Cómo hacemos que nuestra ciudad no decaiga aun más? La verdad es que yo no lo sé. Una vez un amigo viñamarino me dijo en tono socarrón: "Valparaíso es como Viña, pero con el doble de problemas y la mitad de presupuesto". Yo diría que en realidad a Valparaíso le cabe mejor lo que antes se decía de Berlín: "Valparaíso es pobre, pero sexy". Si para querer a Valparaíso vamos a esperar a que no tenga problemas, es probable que nos quedemos esperando muchas décadas.
Por eso que yo prefiero quedarme con aquellos que hoy día apuestan por la ciudad. Como los que organizan tantas actividades deportivas, la Copa Pancho Básquetbol, el Valparaíso Cerro Abajo o el Valparaíso Corre en Verano. Me quedo con ejemplos como el de la familia Dib, que en agradecimiento a la ciudad se ha hecho cargo del edificio del antiguo Colegio Alemán para transformarlo en un polo cultural y gastronómico. Me quedo con las universidades que han apostado por Valparaíso, en el eje de la avenida Brasil y que no huyen -como otros que quieren hacerlo, por inseguridad y quizás también por aporofobia- del entorno del Mercado Cardonal. Me quedo con los emprendedores de pequeños locales, restaurantes, talleres artísticos y cafés que proliferan en sus cerros.
Me quedo con los que han apostado por Valparaíso, me quedo con mi amor porteño, un cariño difícil, pero irrenunciable.
" Hablar mal de Valparaíso es sencillo cuando pensamos en la ciudad sólo con la mirada del primer mundo, o por decirlo de otra forma, con ojos europeos. "