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Una escritora española nacida en Valparaíso

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En Madrid tuve la ocasión de conocer a la escritora española Concha Zardoya en la presentación de un libro del poeta Carlos Murciano. Era el año 1977 cuando muchos artistas exiliados estaban regresando a España, tras la muerte de Franco en noviembre de 1975. Ella volvía de Estados Unidos, que acogió a muchos republicanos de la Guerra Civil. Me la presentó la escritora Carmen Bravo-Villasante, que la conocía y sabía que había nacido en Valparaíso al igual que yo, lo que me sorprendió. Cuando hablé con ella me contó que sus padres tenían la Casa Zardoya, una tienda tradicional de telas en la calle Esmeralda. Yo la recordaba también como una de las más elegantes que exhibía terciopelos y sedas de una manera muy artística en sus vitrinas de cristales curvos. Adentro estaban sus mesones de nogal y sus estanterías con rasos, encajes y popelinas enrolladas en cilindros y tablas rectangulares. Sus empleados medían las telas con un metro de madera y las cortaban con tijeras. En esa época las porteñas mandaban a hacer sus vestidos a las modistas, por eso el plan tenía muy buenas tiendas de géneros.

Concha Zardoya me contó que sus padres eran de Navarra y Cantabria, pero afincados en Valparaíso, donde la colonia española era numerosa. Muchos habían emigrado al puerto a finales del siglo XIX en busca de mejor destino y se habían dedicado al comercio de panaderías y ferreterías. Ella había nacido en el puerto en 1914, donde había sido bautizada como María Concepción, pero desde muy niña la llamaron Concha. De Valparaíso recordaba el comercio de las calles Esmeralda y Condell, con sus joyerías y zapaterías. También recordaba el Liceo de Niñas número 2 de la avenida Brasil, donde cursó las Humanidades. Muchas tardes paseaba con sus amigas por la avenida de las palmeras y a orillas del mar. Fue niña muy sensible y enfermiza pues las neblinas invernales de Valparaíso le causaban asma.

El regreso a España

En 1931, contando con 17 años, sus padres Alfonso Zardoya y Concepción González, deciden regresar a España al llamado de la República, pues querían ser partícipes del ambiente cultural y social que se vivía en España antes de la Guerra Civil. Al llegar a Zaragoza, todo le parecía diferente: una ciudad sin mar a orillas del río Ebro con su imponente basílica del Pilar. Luego se trasladaron a Barcelona y finalmente a Madrid, donde estudia Filosofía y Letras. Luego se decanta por bibliotecología, que estudia en Valencia donde la sorprende la guerra en la que murió su único hermano, Alfonso, en el bando republicano.

En medio de las dificultades, trabaja desde la resistencia organizando actos literarios en hospitales, fábricas y escuelas. Organiza una biblioteca para soldados con libros rescatados de los escombros de la guerra. Al mismo tiempo comienza a publicar sus primeros cuentos en revistas literarias. Regresa a Madrid donde lee sus poemas en la radio y finalmente emigra en 1948 a Estados Unidos como muchos poetas españoles que fueron acogidos en distintas universidades estadounidenses, entre ellos Pedro Salinas y Jorge Guillén.

Una vida literaria

En la Universidad de Illinois se doctora con una tesis sobre la influencia de los poetas españoles en los autores latinoamericanos. No ha olvidado sus raíces chilenas ni a los escritores que leyeron a los poetas españoles de la generación del 27, entre ellos a Pablo Neruda, a quien había conocido en Madrid, sin embargo siempre reconoció la influencia de Gabriela Mistral, de quien toma el sentido americanista de unión continental (en la foto que ilustra esta columna aparece con la Premio Nobel en Audubon Park, Nueva Orleans, en la primavera de 1955). De los poetas españoles prefiere a Miguel Hernández, de quien escribe una biografía. Después de casi 30 años en Estados Unidos como conferenciante, escritora y profesora de literatura española en distintas universidades, decide regresar a España en 1977, país que no ha olvidado. Al llegar, escribe sobre su experiencia del retorno a un mundo suyo que siente extraño. Ha pasado demasiado tiempo.

Sus libros de poesía están llenos de reflexiones existencialistas: Los perplejos hallazgos (1986), La estación del silencio (1989), Un dios que nos domina (1992). Incursiona en la literatura infantil con sus libros En la isla de Pascua (1985), Cuentos sin edad (1989) y Caramurú y la anaconda (1992). Escribe sobre los pequeños objetos de la vida cotidiana como un abanico. Su último libro, Ronda del arco iris (2004), contiene poemas para niños en los que canta al gorrión, al jilguero, a la mazorca de maíz, a la violeta y al saltamontes. Finaliza con una ronda en la que niños y niñas bailan y sueñan con un arco iris de paz y libertad.

Nunca renunció a la nacionalidad chilena. Falleció en Majadahonda, un pueblo de la comunidad de Madrid, en el 2004 a los 90 años. Una vida entera consagrada a la poesía cuyos primeros pasos los dio en Valparaíso.