Salir a comprar
Quería empezar esta crónica de otra manera, pero el miércoles me desperté con el incendio de Sethmacher, además de otros locales comerciales y viviendas del Barrio Puerto. Siento pena e impotencia. La tradicional chanchería era la favorita de los habitantes de la ciudad; cierro los ojos y fácilmente puedo recordar el olor de los paquetes envueltos en papel blanco amarrados con pita, que una vez a la semana llegaban a mi casa. Todavía hay unos cazadores colgando en la cocina y no sé si comerlos.
Siempre he pensado que los porteños somos chovinistas. Creemos que nuestra ciudad es la mejor, aunque cada día está más deteriorada. Y siempre digo que no me voy a quedar pegada en el pasado, en los mejores años que pasé en el Puerto; en las tiendas, restaurantes y bares que ya no están. Pero cuando desaparece otro emblema cuesta harto mirar el futuro con optimismo. Más si cuando retomo estas líneas las autoridades hablan de una persona muerta y dos desaparecidas a raíz del siniestro.
Así que me permitiré ser nostálgica y recordaré cuando los sábados en la mañana bajar al plan era un goce. El recorrido podía incluir una pasada por el Danubio Azul para comprar jamón y una parada en la Ítalo Argentina por los ravioles. Si sobraba dinero, un jugo en el Bogarín, un helado en el Vitamin o una agüita en La Españita.
También se me viene a la memoria cuando al salir de la Escuela Ramón Barros Luco (¡hasta cuándo seguirá abandonada!) pasábamos a comprar con mi mamá hilos y botones a la casa Croxatto, en mi querida calle Victoria. Ahí mismo estaba La Venus, una tienda de ropa interior femenina a la que me encantaba entrar; esperaba con ansias que llegara el día para probarme mi primer sostén, un hermoso rito que con el paso del tiempo y la irrupción del retail ha perdido importancia.
Comprar ropa dejó hace rato de ser una acción íntima, basta mirar las veredas llenas de prendas usadas que algunos se prueban ahí mismo. En las grandes tiendas nadie te ayuda a buscar la talla o te orienta sobre qué diseño adquirir. Y si hablamos de ropa interior de mujer, la tarea es aún más difícil. ¿Dónde compran las porteñas calzones y sostenes desde que cerró La Camelia? Si bien hay unas pocas opciones, nada se compara con la atención de las pacientes señoras que buscaban el modelo ideal en esas enormes repisas repletas de cajas de cartón.
Algunos dirán que al menos el retail se mantiene en Valparaíso, como si fuera la gran cosa: no son más que galpones mal iluminados con artículos hechos en serie, puestos en rumas que da miedo desordenar.
En serio es difícil pensar que la ciudad mejorará en el corto o largo plazo. Basta caminar por Pedro Montt y Condell para experimentar desazón. Los vendedores ambulantes dejan apenas una huella para los peatones, lo que genera inseguridad y angustia a quienes no soportan las aglomeraciones. Mejor pasar rapidito (o elegir otra vía), total, no hay nada que mirar en las vitrinas; muchas cortinas están abajo hace años y si las suben es para acoger verdulerías, chumbeques o tiendas que ofrecen artículos electrónicos.
Sé que es fácil criticar sin proponer soluciones, pero se me ocurren algunas: ordenar las calles para que sea agradable pasear por el plan; armar programas que permitan revisar y mejorar las instalaciones eléctricas de edificios antiguos; solicitar subsidios para que emprendedores se instalen en los locales abandonados; atraer inversiones para generar empleos de buena calidad, hacer convenios con las universidades locales.
Mientras sigo soñando, pido por locales que aún resisten. Larga vida a La Españita, al Guria, al Vitamin, al Bogarín, a la Superba; a la fuente de soda Lourdes, a Carretero, a la suelería El Cóndor; a la Stefani, al Marco Polo, a Mahuel Hot, a La Vertiente; a Fénix, La Botica Unión, al Návoli, a la panadería Pedro Montt, a El Olivar, a Woronoff y al restorán Doris.
" En serio es difícil pensar que la ciudad mejorará en el corto o largo plazo. Basta caminar por Pedro Montt y Condell para experimentar desazón. Los vendedores ambulantes dejan apenas una huella para los peatones
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