En la mítica Quebrada del Ají emerge un vino orgánico
En la comuna de Quillota, Pedro Narbona fabrica con sus propias manos este exquisito brebaje, el cual termina de producir generando su propia energía.
Mirian Mondaca Herrera. - La Estrella de Quillota-Petorca.
"En la quebrá del ají, los días pasan por siaca, el sol es padre y señor, las mañanas salen al alba a caminar". Así reza una de las estrofas de la popular canción "En la quebrá del ají" de Los Jaivas. Y, como Pedro Narbona no es quién para contradecir al insigne grupo nacional, temprano posa sus pies en la tierra del sector homónimo, perteneciente a la comuna de Quillota, para recorrer su campo cobijado por colinas, donde las parras crecen a placer.
Hace cinco años que este santiaguino, pero que se considera todo un quillotano, se trasladó con botellas, cubas de vino y demases, hasta el sector donde abundan la fauna y vegetación nativa. Antes de dejarse encantar por el lugar donde los zorros son compañeros frecuentes de sus días, Pedro trabajó 21 años en un reconocido banco de la comuna. Ahora sus amaneceres y atardeceres están lejos del ajetreado ritmo de vida que antes tuvo.
A medida que nos adentramos en las 50 hectáreas de su apacible refugio, en medio de árboles y colinas, todo al alrededor se conjuga para lograr una experiencia íntimamente ligada al ámbito vitivinícola. Alrededor del acceso a su casa-domo se aprecian varios barriles y cubas transformadas en elementos cotidianos.
Uno de los más impresionantes es una antigua cuba para guardar vino, de unos dos metros y medio de altura, que ahora es un acogedor dormitorio con dos camas, para que los visitantes tengan una estadía reparadora. En el interior, un sutil aroma a roble sigue estando presente, como muestra de que estamos viviendo la particular experiencia "autosustentable" de Narbona Wines. Ese es el sello que quiere resaltar Pedro.
Luz y agua propias
Desde mucho antes que se trasladara hasta la Quebrada del Ají, cuando tenía su bodega en el centro de Quillota alrededor del 2009, este viñatero tenía una idea fija en su cabeza: producir minimizando el impacto ecológico. Por eso, cuando se estableció definitivamente en este sector rural, se sintió "en su salsa".
Hoy su casa-domo y la bodega de sus apetecidos vinos es iluminada con energía eléctrica producida por él mismo mediante seis paneles solares de 200 watts y el agua que usa en su hogar proviene de una vertiente propia. Cada etapa del proceso de elaboración de sus vinos lo sigue con detenimiento y cuidando que sea lo más amigable posible con el medio ambiente.
"El proceso es hecho con bastante cariño, es como cocinar, queda mucho más rico cuando la gente, en este caso el dueño, está 100% involucrada", comenta y, a juicio del éxito que ha tenido con turistas nacionales y extranjeros, lo ha logrado con creces.
La atención personalizada hecha por el propio dueño, algo difícil de lograr en viñas más grandes, es una premisa para este santiaguino con corazón quillotano. Aquella experiencia es coronada con un entorno donde la mayor parte del tiempo la tranquilidad es solo interrumpida por el canto de las aves y el soplar del viento.
Ese encuentro diario con la naturaleza, Pedro lo ve coronado cada jornada cuando recorre sus parras, uno de sus mayores orgullos. "No les aplico nada", dice. "Es absolutamente orgánico, cuido el campo como que fuera el jardín de mi casa, cuido mucho los árboles nativos, cuido mucho la fauna", comenta, antes de quedar mirando fijo por algunos instantes sus dominios.
6 mil litros
Para este productor es inevitable no sentir orgullo por lo que ha levantado, dejando de lado la cotidianidad de la vida citadina. Eso de inmediato se hace notorio cuando con insistencia dirige sus pasos hasta su bodega revestida con barro. Allí, a una temperatura que ronda los 20 grados, yacen varias cubas repletas de vino en fermentación. A un costado, decenas de botellas con el líquido en su interior, dan cuenta del resultado final del proceso. Este año serán cerca de 6 mil litros en total los que se producirán.
En su primera etapa después de la molienda de la uva, serán tres semanas las que el caldo permanecerá en las cubas. Después de eso, vendrá el llenado de las barricas, donde el vino se mantendrá por cerca de un año y medio. Para alcanzar su máximo potencial, deberemos aguardar hasta mediados del 2021 para probarlo.
Ya agendamos visita para entonces, pero por el momento, con un sorbo de aquellas botellas que nos acompañan desde un rincón, aplacamos la espera.