Ayer asaltaron a nuestra hija y a una amiga a plena luz del día y a punta de pistola. Paseaban por el muelle Barón, por donde transitan a diario deportistas, visitantes y porteños que disfrutan del borde costero, cuando fueron abordadas por dos antisociales premunidos de un arma de fuego. Siempre amenazándolas con una pistola, revisaron sus bolsillos y las obligaron a entregar sus pertenencias, conminándolas a no denunciar el hecho. Luego, con la impunidad que los caracteriza, frente a sus víctimas se pusieron a ordenar su botín dentro de las mochilas robadas, pues llevaban varios celulares robados con anterioridad.

Por fortuna, ninguna de las dos resultó herida físicamente, aunque la afectación sicológica y emocional de ser amenazado con arma de fuego a pleno día será difícil de manejar para ellas y sus familias.

A través de esta tribuna, queremos agradecer la grandeza de un ciclista, A., quien pasaba por el lugar al momento del asalto. Él asistió desinteresadamente a las afectadas, llamó a Carabineros de inmediato e incluso pidió un transporte de aplicación para que las llevara a la comisaría a estampar la denuncia. Su acción se tradujo en la captura de los asaltantes, pues la descripción de los antisociales llegó rápidamente a carabineros de la comisión civil que patrullaban por el sector, quienes alertados por la denuncia pudieron aprehender a los ladrones con las pertenencias de las víctimas, con otros artículos robados anteriormente y con la pistola con que amedrentaban a las víctimas. Su actuar no solo posibilitó la rápida acción policial, sino que hizo que las víctimas se sintieran acompañadas en una experiencia tan

traumática.

Con frecuencia recibo llamadas de estafadores que, burdamente, tratan de sonsacar datos, pasar por parientes o por policías, y timar, inventando extraordinarios premios o supuestos accidentes. De vez en cuando telefonean de un culto religioso, al que no pertenezco, para una benéfica reflexión bíblica. Algunos, confundidos, han pensado que se comunican con una comisaría o con bomberos. Una vez una dama me tomó por el sacerdote de su parroquia (estuve tentado de oír su confesión). Un día, a poco de colgar el auricular a un inoportuno vendedor de criptas, una señora llamó clamando: "¡Ángel, Ángel…!", lo que me dejó en las nubes y bastante meditabundo. Pululan en la línea mudos tenaces, ejecutivos de empresas de celulares y de Internet, así como encuestadores a los que nunca respondo. Los peores son las agencias de cobranza de grandes tiendas o bancos, que buscan en mi número al deudor equivocado. Ya es penoso que alguien perjudique a otro dando su número maliciosamente, pero, resulta increíble, digno de Ripley, que las empresas no confirmen el número de sus deudores al otorgar créditos o tarjetas y que, luego, no se disculpen ni corrijan los errores, perseverando en el acoso y suplicio de los justos.

Kenneth Ledger Toledo