En la antigua Grecia no había un sólo término para expresar lo que hoy se entiende como vida. Por un lado, estaba la "zoe" que refería a la existencia de cualquier ser viviente y, por otro, la "bios" que implicaba la forma de vida de un ser humano.
El pensador italiano Giorgio Agamben nos explica que gran hazaña de la modernidad ha sido incluir todos los aspectos de la vida en los cálculos del poder estatal. De esta manera, el Estado moderno administra con sus políticas, programas y acciones la vida que merece vivir (bios) y la que se puede dejar morir (zoe). La figura del homo sacer refiere esa mera existencia o nuda vida que no importa si vive y, por tanto, se puede dejar a su suerte.
Ciudadanos de nadie, sin papeles, ilegales (les dicen), son hoy nuestro homo sacer, sobre quienes da lo mismo si peligran, no importa si tienen hambre o son niños. Pareciera que no valen nada y, en consecuencia, son utilizados según los intereses de los gobernantes.
La crisis migratoria en la frontera chileno-peruana nos muestra el rostro del ser sacrificable del derecho romano arcaico, aquel que - cuando se consideraba que estaba en falta - perdía todo el derecho, se le expulsaba de la comunidad y, como consecuencia, cualquiera podía tomar su vida.
Cientos de personas migrantes orillados a salir de Chile y rechazados por Perú nos revelan la zona gris de los estados modernos, ese espacio donde el fracaso del derecho se hace patente y la necesidad de desarrollar una nueva ética más cerca de la humanidad es urgente.
Nairbis Sibrian
académica Periodismo UDD